La ruta del odio

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Manuel Hinds / Foto Por Archivo

Por Manuel Hinds

2021-09-30 9:59:58

Pareciera que la inmensa mayoría de la población de El Salvador todavía no ha comprendido una verdad que está en la base de toda sociedad exitosa: que el odio es un mal absoluto que hace más daño al que odia que al odiado. Esta afirmación no está sustentada en bases morales únicamente. Es una verdad pragmática tanto para individuos como para países enteros, por varias razones.

Primero, el odio torna a la gente de ver hacia el futuro a ver hacia el pasado, que es una pésima manera de vivir la vida—igual a conducir el automóvil viendo exclusivamente por el espejo retrovisor. El comportamiento futuro se ve condicionado a venganzas por ofensas recibidas y no por oportunidades y peligros futuros, con lo cual la vida futura se vuelve caótica, sin relación a sus propias realidades sino a los recuerdos de cosas pasadas hace años. Segundo, las personas y los países que se dejan capturar por el odio abandonan su propia mejoría como objetivo en la vida por el hundimiento de los odiados. Tercero, el odio distorsiona la realidad, al punto que la gente llega a aceptar cosas peores que las que lo llevaron al odio. Así, por ejemplo, gente que odió a Batista aceptó a Fidel Castro, que era mil veces peor en todos los sentidos y que les arruinó la vida a todos los cubanos. Cuarto, la persona que odia se abre a que otros lo manipulen trayendo a colación el odio para que pierda el control y tome decisiones tontas. Quinto, el odio en sí mismo es una sensación horrible que destroza las vidas de todos los que toca. Una persona llena de odio no puede ser feliz. Sexto, el odio se transmite automáticamente entre generaciones, de modo que un resentimiento de los padres o abuelos tiende a arruinarles la vida a los hijos, nietos y bisnietos, formando cadenas de odios y venganzas que nunca terminan.

Esquilo, el famoso dramaturgo ateniense, escribió una trilogía, la Oresteia, ilustrando la locura de la venganza y el odio, y mostrando la única manera en la que las cadenas de odios pueden romperse: sustituyendo a la venganza con la justicia con debido proceso. En la trilogía, Agamenón mata a su hija Ifigenia como sacrificio a los dioses para que produzcan viento y la flota griega pueda moverse hacia Troya a vengar el rapto de Elena, cuñada de Agamenón. A su regreso de Troya, Clitemnestra, esposa de Agamenón y madre de Ifigenia, lo mata en venganza por haber matado a su hija. Electra, su otra hija, jura vengarse de su madre por haber matado a su padre, y convence a Orestes, su hermano, de que la mate. Orestes lo hace, con lo cual genera el odio de las Furias, tres diosas encargadas de las venganzas entre familias, que lo persiguen por toda Grecia hasta que la diosa Atenea interviene haciendo ver que el odio genera más odio en procesos interminables, involucrando más y más generaciones sin ningún sentido. Atenea dice que debe buscarse justicia, no venganza, y que ésta debe ser guiada por el debido proceso, no por emociones desatadas.

Dando el ejemplo, Atenea arma un jurado de 12 ciudadanos para que juzguen a Orestes en un juicio con procesos definidos para determinar la inocencia o culpabilidad del juzgado e imponerle una pena si es necesario. Así, Atenea establece el sistema de justicia en Atenas, y convierte la Furias en las Euménides, de vengadoras en agentes de la ley.

En El Salvador, el proceso ha ido al revés: de la búsqueda de la justicia se ha pasado a venganzas, y la gente lo ha aceptado con entusiasmo porque cree que el odio está cumpliendo un papel positivo al perseguir a gente que ellos habían sido llevados a odiar. Pero ese odio trae más odios de signo contrario. El pueblo debe recordar las palabras que escribió un poeta soviético disidente, Naum Korzhavin en su poema Pequeña Tania:

“¡Maldad en el nombre de lo bueno! ¡Quién pudo inventar tal sinsentido!
¡Aun en el más oscuro de los días!
Si el mal es alentado,
Triunfa en la tierra—
No en el nombre de algo
Sino en el suyo propio”.

El odio está triunfando en El Salvador en su propio nombre. Esta cadena hay que cortarla antes de que sea demasiado tarde. La siembra de odios no logra nada si el terreno sembrado es infértil. Pero si está fértil, como cada día se ve que lo está, sólo puede llevar a conflagraciones que creímos que habían terminado para siempre.

Máster en Economía

Northwestern University