Hoy sí se les acabó la fiesta

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elsalvador.com

Por Humberto Sáenz Marinero

2018-08-20 9:30:51

Estudios recientes comprueban que en América Latina la corrupción puede estar significando un costo por país que puede oscilar entre el 4 hasta el 12 % del producto interno bruto. Eso es una barbaridad. Basta tratar de identificar cuántas obras de infraestructura, cuántos servicios públicos y cuántas mejoras en nuestro nivel de vida podríamos obtener los ciudadanos de no existir esta polilla que nos carcome desde las entrañas de nuestra sociedad.

Esos mismos estudios demuestran que un mayor grado de corrupción suele ir de la mano de mayores niveles de desigualdad social. Entre más niveles de corrupción, más amplia es la brecha social. Los sectores más desprotegidos tienen mucho menos bienes públicos, muchas menos oportunidades de desarrollo y muchas más dificultades para dejar de depender de las exiguas ayudas estatales.

Los altos índices de corrupción provocan una mayor desconfianza en las instituciones, menores niveles de inversión nacional y extranjera, caída en la generación de fuentes de empleo, migración al sector informal y, en fin, una serie de males que se convierten en un círculo vicioso sin aparente salida.

En nuestro país eso no es nuevo. La corrupción nos ha venido golpeando desde hace ratos y se ha venido instalando en nuestras narices, sin que hayamos hecho mayor cosa para intentar detenerla. Hemos adoptado una actitud cómoda que ha favorecido que esa polilla crezca a sus anchas. Si no comenzamos por reconocer nuestra propia culpa, y si seguimos limitándonos a pedir que alguien haga algo, que alguien denuncie algo, o si solo seguimos vociferando para que las autoridades investiguen y sancionen, la polilla va a terminar por pulverizar nuestros cimientos; y nosotros seremos culpables de eso.

“Hay que hacer algo” o “nadie hace nada”, se han convertido en dos de las expresiones con más sinsentido en nuestro país, porque están pensadas solamente en función de los otros.

Por eso no comparto que no reconozcamos lo que algunos de esos otros, ya han comenzado a hacer en el combate contra la corrupción. Para el caso, en días recientes hemos tenido una mejor comprensión sobre las atrocidades cometidas por el expresidente Saca y varios funcionarios de su administración. Causa rabia, indignación, vergüenza, asfixia y sobre todo tristeza, que nos hayan hecho lo que nos hicieron.

No nos hemos detenido lo suficiente como para reflexionar que esos naturales sentimientos, los tenemos ahora porque una institución ha tomado la decisión de comenzar a dar pasos antes impensables. Con muchos defectos y desaciertos que desde luego hay que señalar para que sus actuaciones mejoren y se profesionalicen, lo cierto es que la Fiscalía General de la República ha tomado la decisión de hacer el “algo” que hemos estado exigiendo. Está persiguiendo a los corruptos y está haciendo esfuerzos por identificar los sofisticados mecanismos de corrupción que se han venido implementando.

En el caso del expresidente Saca, un amplio sector ciudadano está señalando que esas actuaciones son insuficientes y que nunca se debió hacer uso de la herramienta del proceso abreviado. Yo opino diferente en este punto y no por mero conformismo. Pienso que la Fiscalía General de la República no solo ha hecho uso de una legítima herramienta, sino que también la usó en el contexto y circunstancias apropiadas. Era mucho lo que estaba en juego en este primer paso, como para no asegurar un resultado.

Tenemos ahora un expresidente y varios de sus funcionarios que han confesado actos de corrupción y que guardarán prisión por varios años, conocemos su modus operandi y podemos deducir similitudes con el modus operandi de otros expresidentes y exfuncionarios, tenemos la expectativa de lograr que el Estado recupere una parte importante de los fondos ilícitamente distraídos, mantenemos la posibilidad de que se investigue y sancione a otras personas e instituciones involucradas y, por sobre todo, logramos un contundente mensaje: hoy sí se les acabó la fiesta.

Hay mucho que corregir, pero la podredumbre comienza a destaparse porque alguien comenzó a hacer algo. Si no vamos a hacer nada, comencemos por reconocer al menos eso.

Por último y ante la extraña exhortación que me hiciera un distinguido diputado hace unos días para que me postulara como Fiscal General, aprovecho para contestarle parafraseando una famosa canción: se lo agradezco, pero no. Seguiremos del lado ciudadano que es desde donde quizá puedo contribuir un poco.

Doctor en Derecho,
abogado y docente universitario