Sociedad red y sociedad real

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Por Carlos Mayora Re

2018-07-13 9:59:44

Hace un tiempo, conversaba con un adolescente que, según me decía, estaba muy enamorado. La novia estudiaba en el extranjero y su ilusión era que estaban próximos los meses de las vacaciones y que ella iba a venir a pasarlos al país. Habían empezado a conocerse por Internet, se habían hecho primero amigos y luego novios por ese medio, pero nunca habían podido encontrarse.

Unas semanas más tarde volvimos a conversar. Para mi sorpresa, cuando le pregunté cómo le había ido, me dijo simplemente: terminamos. Me contó que cuando se juntaron “en persona”, simplemente no supieron qué decirse. Por eso, a los pocos días, decidieron finalizar su relación.

Es un caso más frecuente de lo que parece, y no solo con respecto a noviazgo y amistades, sino también a la manera de relacionarse con la realidad por medio de la tecnología. El fin de semana pasado vimos un caso paradigmático: un político que en su cuenta de Twitter tiene más de cuatrocientos sesenta mil seguidores, solo logró juntar un puñado de personas en una reunión en la plaza de El Salvador del Mundo, en lo que se suponía iba a ser una multitudinaria convocatoria.

No es que ponga en duda que en estos tiempos la comunicación ocupa un papel vital para escuchar, evaluar, compartir y sentir lo que piensa la gente; o que pretenda negar que Internet ha alterado irreversiblemente el sentido, el alcance, el ritmo y la velocidad de la comunicación humana… pero de eso, a considerar que el único mundo existente es el que aparece en la pantalla, queda mucho trecho.

Para cualquiera, pero especialmente para alguien que se dedique a la política, es un grave error confundir sociedad red con sociedad real, pues como se ha escrito: “La red es caótica, multidireccional, libre, independiente e informal, y como una moderna hidra, hay que saber entenderla. La expectativa ciudadana (con respecto a la actuación de los políticos) no es de un final feliz, sino de resultados concretos, tangibles, sostenibles”.

La eficacia de un programa social, de una campaña política, de un debate en las redes, no se mide en likes o retuits, sino en votos. El respeto del ciudadano, pero sobre todo su preferencia electoral, hay que ganarlos, merecerlos y mantenerlos, y para ello es necesario que el político no solo diga, postee o suba fotos, sino que muestre coherencia, capacidad, honestidad… autoridad moral. Características que no se adquieren por ser una estrella tuitera o un youtuber destacado, sino por el trabajo duro y la coherencia entre imagen pública, vida privada y logros efectivos.

Por eso no es de extrañar que quienes confunden personas de carne y hueso con perfiles de redes sociales, cuando ven que las cosas no resultan como esperaban (votos, gente en mítines, colaboración económica para su partido político), supongan que sus “enemigos” les han jugado una mala pasada, que los “poderes fácticos” (que siempre me han sonado a malvados fantasmas) se han alineado contra ellos, o que simplemente han sido traicionados.

Se ha dicho que López Obrador construyó su éxito electoral en México con la colaboración de una red de genios cibernéticos que manipularon las redes sociales a su favor. Una afirmación con cierta base real pero, a mi juicio, con bastante de leyenda urbana… y que por lo mismo no me terminaba de convencer del todo. La duda me llevó a preguntar a un amigo mexicano cuál había sido, a su juicio, el factor clave del triunfo del presidente electo. Su respuesta fue concisa y clara: después de dieciocho años de campaña, me comentó, ya era hora de que AMLO hubiera aprendido qué hacer para que la tercera, fuera la vencida.

Moraleja: si bien las nuevas formas de comunicación son imprescindibles, a la hora de convencer a los electores, o conseguir novia, no bastan.

Ingeniero
@carlosmayorare