Carta sobre literatura y cine: ¿Edad de oro de Hollywood? ¿Cuál oro?

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Foto EDH Lissete Lemus

Por Paolo Lüers

2021-09-24 3:27:06

Estimados amantes de literatura y cine:

F. Scott Fitzgerald es una de la más brillantes, pero también trágicas figuras de la literatura americana de la época entre las dos guerras mundiales. El amor de su vida no se quería casar con él, porque sus intentos de convertirse en novelista fracasaron, hasta que su novela “This Side of Paradise” (Este lado del paraíso) se convirtió en una gran éxito. Se casaron, pero el éxito no fue garantía de felicidad. Por lo contrario: al final de su matrimonio, Zelda terminó en instituciones mentales y Scott, por años, en alcoholismo. Su gran éxito, la novela “The Great Gatzby”, lo hizo famoso y se le abrieron las puertas en Hollywood. Lo contrataron para escribir guiones.

En Hollywood le pagaron bien, pero frustraron su ambición de llevar al cine a la excelencia literaria de sus novelas. En esta frustración comenzó a escribir la novela “The Last Tycoon”: una novela que por una parte es un homenaje al glamour de Hollywood, y por otra parte el retrato demoledor de una industria, donde el negocio domina toda la creatividad y calidad literaria del cine.

Estas dos maneras de Fitzgerald de ver el cine se reflejan en “The Last Tycoon” (El Último Magnate): su atracción por lo espléndido, y su frustración con el oportunismo de los hombres que dirigen la nueva industria que comienza a triunfar en el mundo y cambiarlo. Para dar vida a esta relación de amor y odio con Hollywood, Fitzgerald inventa la figura de Monroe Stahr: un productor ambicioso que lucha por su obsesión de crear cine de alta calidad y trata de erradicar la extrema explotación en los estudios de cine. La de Monroe es una historia de éxito, pero últimamente de fracaso. Demuestra que elevando la calidad literaria del cine se puede ganar dinero y un Oscar y que pagando y tratando bien al ejército de escritores y trabajadores da mejores resultados. Pero al fin se impone la lógica del dinero. La producción de su proyecto estrella se cancela, en última instancia porque Monroe es judío y Alemania ha amenazado a vetar a boicotear a las productoras de Hollywood que emplean judíos. Monroe, el productor estrella que podría sacar Hollywood de la mediocridad y del oportunismo, se muere temprano. Igual de Fitzgerald, quien deja inconclusa su novela sobre Hollywood...

Años después sale la novela incompleta y es un éxito literario. En 1976, el director Elia Kazan la lleva al cine con Roberto de Niro, Tony Curtis y Robert Mitchum. Otro éxito póstumo.

Y en 2016, Amazon Prime Video comienza a producir una serie con el mismo título, una libre adaptación de la historia de Monroe Stahr escrita por Fitzgerald. No puedo entender por qué la crítica la recibió con reseñas tan negativas, y mucho menos por qué Amazon la suspendió luego de que la primera temporada no tuvo el rating esperado. Otra vez, “The Last Tycoon” quedó inconclusa, esta vez no por la muerte del autor, sino por la muerte de la ambición creativa de Amazon. Irónicamente, la suspensión de la serie reproduce la historia, que tanto frustró a Fitzgerald en la vida real y a su personaje Monroe en la novela: el dinero mata la creatividad.

A diferencia de los renombrados críticos que rechazaron la serie como “superficial”, a mí me encantaron los nueve episodios. Me sentí defraudado cuando me di cuenta que nunca se produjo la segunda temporada. La serie es aún mejor que la película de Elia Kazan, que ya es un clásico del cine. Juega genialmente con la contradicción entre la genialidad visual que logró Hollywood en los años 30 y la superficialidad de sus contenidos. La cinematografía de esta serie nos brinda, en casi todas sus tomas, imágenes que parecen posters o pinturas. Logran un perfección de ambientes, vestuarios, maquillaje, iluminación que pocas veces hemos visto. Tildar esto como “superficial”, como los zares de la crítica de cine lo han hecho, es absurdo: la serie necesita recrear lo espléndido y la perfección de los detalles visuales, que Hollywood logró en su supuesta “edad de oro”, precisamente para contrarrestarlo con el oportunismo que permitía que escritores como Fitzgerald o productores como Monroe pudieran crear un cine alta calidad literaria.

Amazon nos debe la segunda temporada. Se la debe a Francis Scott Fitzgerald y a tantos productores como Monroe Stahr, que lucharon para dar a Hollywood el salto de calidad que necesitaba.

Saludos, Paolo Luers