Hombre es violado por supuestos pandilleros en el Oriente del país

La víctima comenta que aunque han pasado varios meses nunca recibió ayuda psicológica.

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Foto ilustración. Foto EDH/ Lissette Lemus

Por Lissette Lemus

2021-07-04 9:15:02

En 60 minutos Carlos resume la repudiable y traumática experiencia como sacada de un guion de una serie de terror, que vivió en enero pasado y que lo dejó al borde de la muerte.

Carlos es un hombre delgado, tranquilo y de habla pausada, que desde hace 20 años se ha dedicado al duro trabajo de la albañilería, para mantener a sus tres hijos varones, que ahora también son adultos.

El lunes 25 de enero, Carlos regresó a su casa después de una larga faena, con la esperanza de descansar junto a su compañera de vida y la familia de ella, en una modesta vivienda en un caserío de Usulután.

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Cuando el trabajador llegó a casa su familia le comentó que saldrían a visitar a un pariente, Carlos no tenía ánimos más que de tirarse a la hamaca del pasillo a descansar, y así lo hizo. “Mi cuñada me dijo que estuviera pendiente de unos frijoles que dejaba en el fuego y se fueron”, narra.

Al quedarse solo aprovechó de escuchar música para relajarse mientras comenzaba a oscurecer.

Carlos estaba a punto de quedarse dormido, mientras reposaba en su hamaca preferida en el pasillo de la casa, cuando de repente sintió que le movían la hamaca de forma abrupta.

Tres hombres vestidos de negro y encapuchados portando armas de grueso calibre estaban junto a él, sin que se diera cuenta, se habían metido al solar por la parte de atrás.

“Lo extraño que en la casa hay dos perros pero ninguno reaccionó”, comenta.

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A Carlos le invadió el temor y pensó que se trataba de un asalto, en ese momento recordó que tenía su teléfono y su cartera con un par de dólares. Sin embargo, los hombres le ordenaron levantarse y caminar sin poner resistencia.
“Queremos que nos acompañes, te vamos a hacer un par de preguntas”, le ordenaron.

A fuerza de empujones lo sacaron de la casa, sin dar explicaciones más que la amenaza de apuntarle con las armas.
“Yo no les debo nada a ustedes, ni siquiera quienes son ustedes, yo no tengo problemas con nadie”, les imploró el hombre.

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Los delincuentes habían entrado por la parte de atrás y por ahí mismo sacaron a Carlos y lo metieron en un vehículo negro tipo “Kia Soul” que habían dejado un poco más adelante.

Dentro del vehículo los hombres tiraron a Carlos en el piso y lo encapucharon con su misma camisa mientras se escuchaba una serie de improperios y no dejaban de apuntarle con el arma. “Yo solo pensé que me iban a matar”, recuerda.

Sin poder ver, más el miedo, cuando el auto empezó a ser conducido, él se desubicó totalmente.

Después de unos minutos de recorrido, el vehículo se detuvo, y los hombre los bajaron amordazado y lo introdujeron en un terreno solitario que está a un kilómetro de la comunidad de donde lo habían privado de libertad.
Al llegar a un punto, entre los montarrales los hombres que lo conducían, como un guía a un ciego, se detuvieron y lo tiraron de golpe al suelo.

“Yo no les debo nada, por favor déjenme”, les pidió nuevamente Carlos. Ante eso uno de los hombres, ordenó a los otros dos que lo amarraran de las manos.

Amarrado y tirado boca abajo en el suelo, Carlos solo esperaba el final, pensó en sus hijos y le pidió a Dios que lo librara de la muerte. En ese momento, uno de los hombres, con un lenguaje que usualmente es usado por pandilleros, comenzó a interrogarlos si él era Edwin, Carlos les contestaba que no.

“Ustedes me han confundido, cometen un error”, les dijo, pero los hombres no se convencían y lo acusaban de ser Edwin. Carlos reaccionó y les pidió que verificaran su nombre en el DUI que estaba en la cartera, que la tenía en la bolsa del pantalón.

Los delincuentes sacaron los documentos y revisaron el DUI “Este no es Edwin”, le dijo uno al otro. “Quizás anda un DUI cambiado”, opinó el que daba las indicaciones y ordenó que le quitaran el pantalón.

En los siguiente minutos, el hombre de 45 años y padre de tres hijos, fue agredido sexualmente por los pandilleros con un objeto, que dejaron dentro de su cuerpo.

Tras la violación, Carlos fue dejado tirado en el suelo, sangrando. Ante la pregunta de uno de los pandilleros si le disparaba, el otro contestó: “Así dejalo, ya se va a desangrar”, mientras se retiraban.

Cuando Carlos escuchó el motor del vehículo que se alejaba, y pese a que el dolor era insoportable, no se dio por vencido, sentía lo caliente de la sangre en su cuerpo y sabía que si no sacaba sus últimas fuerzas, posiblemente iba a morir pronto.

“Como pude empecé a forcejear mis manos, hasta que logré soltarlas después de muchos intentos, traté de pararme pero fue casi imposible”, dice mientras hace una pausa para tomar aire y seguir su relato.

Con dificultad logró ponerse el pantalón y empezó a caminar casi en cuclillas, recuerda. Al lograr salir a la calle, comenzó a desplazarse lentamente y aunque era de noche y ya estaba oscuro, logró ubicarse y dirigirse a su caserío.

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Logró llegar al puesto policial, donde le tomaron datos y luego lo trasladaron en una patrulla al hospital de Usulután.
“Pero ahí no me pudieron sacar lo que tenía adentro y me mandaron al hospital de San Miguel, el dolor ya era insoportable”, recuerda Carlos.

Al llegar al hospital de San Miguel, Carlos tuvo que esperar unas dos horas para ser intervenido. Según el reporte que le entregaron en el centro de salud los médicos le extrajeron un envase plástico.

Han pasado cinco meses desde que Carlos fue privado de libertad y agredido sexualmente, pero él se anima a contar su historia con el fin de pedir que se haga justicia en su caso, pues hasta ahora no hay ni una sola captura de los responsables.

Él está convencido de que lo que pasó fue porque lo confundieron con alguien más. “Yo no he tenido problemas con nadie nunca, no le debo nada a nadie”, insiste.

Por las noches aún tiene pesadillas pero trata de olvidar la situación pensando en su familia y en su trabajo; hasta ahora tampoco ninguna institución le ha brindado ayuda psicológica.

“Las únicas personas que me han ayudado son mi familia y gente con la que trabajo”, dice Carlos mientras descansa en la misma hamaca, con la diferencia de que ahora vive a kilómetros del caserío donde fue agredido. Tuvo que abandonar el lugar donde vivía.

Especialistas consideran vital que las instituciones brinden ayuda psicológica a víctimas de violación

La ayuda que las víctimas de agresión o violación sexual reciban tanto al momento de interponer una denuncia como en el proceso judicial es primordial para la reestructuración psicológica, señalan especialistas.

Para la ecuatoriana Lorena Campo, doctora en salud, psicología y psiquiatría, es importante que las instituciones de seguridad de cualquier país tengan un protocolo con personal capacitado para brindar ayuda psicológica desde el momento en que reciben una denuncia.

“Las personas que presentan este tipo de denuncias están en ese momento en una situación de alta vulnerabilidad social y psíquica” señala.

María Fernanda Andrade, integrante de la Red nacional de psicólogos de Ecuador, agrega que el personal de primer encuentro, cualquiera que sea ese, debe estar preparado para dar primeros auxilios psicológicos, debido a que la observación, la escucha, el conocimiento de redes de apoyo y la remisión, son vitales en el momento.

Para Campo cuando una institución de seguridad recibe una denuncia de esta naturaleza, debe hacer sentir a la víctima que está en un espacio seguro.

“Una agresión sexual es una forma de violencia que traspasa todo el nivel integral de la persona, en ese momento siente que todo lo que le rodea es un peligro y tanto la Policía como la Fiscalía deben constituir para la víctima un espacio de seguridad y acogimiento”, agrega la investigadora.

Campo sostiene que es importante que en la toma de la denuncia siempre acompañe un psicólogo para que la víctima, cuando lo considere adecuado, inicie un proceso psicoterapéutico para afrontar el duelo y el stress post-traumático que pueda causar la agresión o violación.

“Es importante que la contención psicológica forme parte del protocolo de atención a la víctima, por eso es recomendable que las instituciones de seguridad cuenten en su plantilla de profesionales calificados en tratamiento de salud mental” , enfatiza.

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Andrade plantea que la contención emocional es importante para que la víctima pueda tener un espacio de confianza en donde se manifieste con libertad y acorde a sus emociones, cómo está atravesando la situación.

“La posibilidad de permitir un desahogo inicial, hacerle sentir al paciente que está a salvo, mostrarse abiertamente comprensivo y solidario con el suceso, y darle como opción en el momento que crea necesario, empezar con un proceso terapéutico son parte de un proceso de asistencia psicológica”, agrega.

Investigaciones realizadas en Ecuador, en las que ha participado Campo, han revelado que incluso el lenguaje y la forma en que se aborda a la víctima pueden convertirse en factores de riesgo.

“Cuando el entorno (familia, vecinos, instituciones, medios de comunicación) que rodea a la víctima lo recrimina o revictimiza puede influir en que esta persona en un futuro llegue a autolesionarse, e incluso en casos extremos, tenga tendencia al suicidio”, concluye.

Andrade agrega que las secuelas pueden ser las mismas tanto cuando la víctima es mujer o cuando es hombre, pero pueden agravarse debido al problema de las masculinidades al exigirle culturalmente al hombre de que sea fuerte y no muestre sensibilidad ni queja, “le sometemos a que calle y soporte violencia y por ello, habría la probabilidad de que un abuso sexual sea un peso mayor (en los hombres)”, enfatiza.

*El nombre en esta historia ha sido cambiado por protección de la identidad de la víctima.