El 15 de septiembre, mientras el gobierno intentaba vender una idea de “nuevo país” en la fecha del bicentenario, decenas de miles de ciudadanos decidieron salir a las calles a manifestar su descontento, en la protesta más masiva en contra de Nayib Bukele hasta la fecha.
En las calles aledañas al centro de San Salvador, estudiantes, profesionales, trabajadores y todos los que se dieron cita a la manifestación enviaron un mensaje poderoso: que sí están listos para un nuevo país, pero no uno en que se gobierna de forma autoritaria y arbitraria, sino uno en que nadie está sobre la ley y se debe rendir cuentas.
Esa nueva realidad debe ser difícil de asumir para un gobierno y un presidente que se asumen invencibles y quienes rehuyen a la idea de que sus actos tienen límites y consecuencias.
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Ante esta significativa protesta, como en otros mensajes en el pasado, Nayib Bukele decidió apartarse de la realidad y de los hechos, y optó por enviar su propio mensaje ante un batallón de militares, un puñado de sus funcionarios y algunos miembros del cuerpo diplomático.
En este, dibujó la imagen de un país donde solo se le oponen quienes son acarreados, lo cual implica ignorar el profundo descontento que hay con su forma de administrar el poder. Además, anunció como nuevos proyectos que fueron gestionados por administraciones anteriores y habló de inclusión financiera y tecnológica, al tiempo que su proyecto de Bitcoin le ha fallado a los salvadoreños más vulnerables.
“Muchos de ellos no sabían por qué estaban manifestando. Y los que sí sabían, muchos se dedicaban a vandalizar”.
Horas antes de que Nayib Bukele diera un discurso en que lució alterado, miles de salvadoreños salieron a manifestar su descontento.
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El mandatario eligió hablarle a la población desde el interior de las murallas de Casa Presidencial y en su discurso pretendió deslegitimar la masiva manifestación. Por un lado, dijo que la mayoría de los salvadoreños presentes no sabían por qué estaban ahí. Y los que sí eran conscientes, dijo, “se dedicaban a vandalizar propiedad pública y privada”. Además, dijo a los embajadores que no descartaba reprimir marchas en el futuro.
La realidad:
Sí, hubo eventos aislados de violencia, pero estos no marcaron la jornada, como pretende decir Bukele para evitar enfrentar las razones detrás del descontento ciudadano. Los exabruptos han sido atribuidos a personas que nadie conocía y que ni siquiera pudieron decir por qué estaban en la marcha, personas que recibieron insumos de un vehículo propiedad de una empresa del Estado, que recibieron guías de “periodistas” de medios de propaganda oficialista para “repetir la toma” en la que vandalizaban mobiliario urbano. Personas que han sido calificadas de infiltrados.
Pero la tónica de la manifestación fue diametralmente opuesta a estos hechos. En las masivas marchas, se aglutinaron salvadoreños que piensan muy diferente, pero tienen algo en común: rechazan las formas autoritarias y poco transparentes del mandatario.
Pero afrontar esta realidad le obligaría a examinar y corregir sus acciones, algo a lo que no está acostumbrado. En cambio, optó por descalificar sobre la base de “fabricar su verdad”.