“Cada día se puede hacer lo mejor por los pacientes”, Estuardo Enrique Pineda, oncológo pediatra

Estuardo Pineda es pediatra oncólogo de la Fundación Ayúdame a Vivir. La principal satisfacción de su trabajo es darles esperanza de vida a sus pacientes.

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Foto EDH / Lissette Monterrosa

Por Violeta Rivas

2018-07-13 8:51:40

Estuardo Enrique Pineda, de 41 años, es médico especialista en oncología pediátrica. Actualmente trabaja desde hace ocho años para la Fundación Ayúdame a Vivir, organización que desempeña su labor con el apoyo del Hospital Nacional de Niños Benjamín Bloom donde atienden a menores con diferentes tipos de cáncer.

Como médico general se graduó de la Universidad El Salvador y luego participó en un concurso público para acceder a una especialidad y decidió ser pediatra. Después hizo su residencia del 2005 al 2007 en el Hospital Bloom.

El médico dijo que inició su labor trabajando como pediatra agregado del servicio de oncología, desde el 2010 al 2013; luego viajó a Guatemala para estudiar la especialidad de oncología pediátrica en la Unidad Nacional de Oncología Pediátrica del Hospital Roosevelt, durante dos años y medio.

Los estudios no se detuvieron ahí ya que después realizó seis meses de preparación en el Instituto Nacional del Tumor, en Milano, Italia, ya que tiene un especial interés en los tumores cerebrales.

“Hay muchas historias que uno puede contar de las experiencias que tenemos como médicos. Realmente al inicio fue un poco duro, en el sentido de que uno no está acostumbrado a que sus pacientes pueden fallecer; pero es algo que tenemos que atravesar todos porque es parte de la vida”, dice Pineda.

El galeno indicó que fue un compañero que le dijo que cada día se puede hacer lo mejor por los pacientes y fue así como cada día realizaba su mayor esfuerzo para ayudarlos. “Lo mejor que usted puede hacer es entregarse a la profesión cada día y queda la satisfacción de que usted hizo lo mejor posible”, enfatizó el doctor.

Pineda dice que a sus pacientes el tratamiento les quita la cotidianeidad, ya que pasan mucho tiempo hospitalizados y ven la vida de forma diferente al resto de niños que no tienen ese padecimiento.

“Aprenden a apreciar lo cotidiano, la familia, aquello que han perdido por el tratamiento. Entrar al centro médico de la fundación es grato porque a veces venimos despistados pensando en los problemas de la casa y, de repente, sale uno de los angelitos pelones a abrazarme y me cambia el día, y esto hace que cada día uno se enamore más de su trabajo”, explica el galeno.

Para Pineda, el trabajo más duro en el tratamiento lo llevan tanto los papas como los niños por los efectos del tratamiento, pero que al final lo que los mueve es la esperanza de verlos recuperarse y verlos bien.

“Lo hemos visto en varias ocasiones, recuperando la salud de ellos, niños que no caminaban en un inicio por un tumor y que han sido operados exitosamente en el hospital y que después han requerido de quimioterapia adyuvante o de radioterapia. Ahora estamos contentos porque se ha abierto el Centro Nacional de Radioterapia y estamos comenzando a trabajar con ellos, esto alimenta la esperanza de curar más niños”, asegura.

Como parte de su rutina, cada día su trabajo inicia a las 7:30 de la mañana con la visita al 8° piso del Hospital Bloom, que funciona como la parte de la hospitalización de los pacientes de oncología.

“Tengo a mi cargo 11 camas, saludo a los pacientes, los examino, tomo decisiones del tratamiento que recibirán ese día; después atiendo las interconsultas, de los otros pisos, donde pueden haber pacientes con sospechas de cáncer o pacientes que son diagnosticados con cáncer y requieren atención. Mi trabajo termina a eso de las 3:30 de la tarde y regreso a mi casa a ser papá”, señala Pineda.

Dentro de su trabajo diario, una de sus experiencias más gratas ha sido el ver caminar a un paciente de 13 años que no tenía esperanzas de hacerlo, a quien le fue diagnosticado Leucemia Linfoblástica; pero luego de iniciar el tratamiento tuvo una complicación debido a un sangramiento y quedó parapléjico. Actualmente el joven se encuentra estable y ha comenzado a caminar con la ayuda de fisioterapia.

“Él ha puesto mucho de su parte y se ha recuperado muy bien, lo que parecía al principio una tragedia se ha convertido en una experiencia llena de esperanza porque ha recuperado sus funciones y está estable, está bien, luchando, lleno de esperanza y queriendo hacer el tratamiento, queriendo vencer al cáncer. Su familia ha sido un apoyo incondicional para que él logre este objetivo”, expresa Pineda.

El médico asegura que lo más difícil de su trabajo es notificarle a los padres el resultado del diagnóstico, “es decirles: ‘su hijo tiene cáncer’, eso siempre impacta porque es una enfermedad catastrófica, que cambia la vida, la reacción casi siempre es de tristeza, de llanto, negación; pero en la medida en que los niños mejoran y los papás confían en el tratamiento, la actitud cambia y se vuelve positiva”, enfatiza.

La Fundación Ayúdame a Vivir recibe cada año 200 nuevos casos de diferentes tipos de cáncer infantil, siendo la mayoría de ellos la Leucemia.

Actualmente atienden a más de 500 menores en su centro médico, quienes reciben tratamiento para el cáncer. Para la consulta llegan al día 70 niños.