Salvadoreños en ruta a EE. UU. entre selvas y zapatistas

Antes de las recientes caravanas de migrantes, El Diario de Hoy realizó un recorrido por México para documentar la vida en albergues y dificultades de los salvadoreños en ruta a EE. UU. En esta entrega se documenta una ruta poco conocida, a través de la selva al norte de Chiapas.

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Foto EDH/ Mauricio Cáceres

Por Mauricio Cáceres

2018-11-15 9:40:52

Salen a toda hora del día en grupos de 15 personas desde Guatemala de un poblado conocido como La Técnica, en el Petén, el más utilizado para cruzar el río Usumacinta, el cual divide con sus aguas color turquesa a Guatemala y México. Llegar a este punto ha significado cruzar la selva del Petén, un territorio guatemalteco donde domina la ley del más fuerte, la de los narcos, estafadores y cuerpos de seguridad corruptos.

Aun así, esta ruta es la alternativa más segura para los salvadoreños y otros centroamericanos que optan por la zona sur de Chiapas y Oaxaca, donde grupos criminales han creado toda una estructura para obtener dinero de los migrantes.

Del otro lado del río está el poblado Frontera El Corozal en el estado de Chiapas. Acá se encuentran dos categorías de migrantes; los que sus familiares les han enviado dinero desde Estados Unidos para pagar a coyotes, utilizan taxis que los esperan justo a la orilla, para llevarlos con un “guía” que los ayudará por todo el territorio mexicano.

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Pero quienes viajan por sus propios medios, con poco dinero, pasan el río a veces nadando o se unen en grupo para completar el dinero que cobran los lancheros del Usumacinta, tropical y caudaloso que nace en las montañas de la selva Lacandona. El costo varía, depende de la fuerza de la corriente.

El pasar el río en lancha puede costar hasta $800. La migración es la mayor fuente de ingresos para los lugareños. Ya en territorio chiapaneco, tres veces y media más extenso que el salvadoreño, empiezan un camino a pie de 280 kilómetros hasta Palenque, ciudad chiapaneca famosa mundialmente por su sitio arqueológico maya, que se vuelve importante meta para los migrantes por el albergue ahí ubicado y también porque allí inicia la línea férrea donde parten los trenes hacia el norte de México.

Los albergues en todo México son oasis no solo para comer, descansar y realizar higiene personal. Según la Ley, está prohibido para los oficiales del Instituto Nacional de Migración entrar a ellos para realizar visitas de verificación.

La misma ley dictamina que ningún otro organismo puede pedir documentos migratorios; ni el Ejército, ni la Policía Federal, ni la Estatal ni los cuerpos de seguridad municipales pueden exigir a los migrantes demostrar su estatus migratorio.

Territorio de solidaridad indígena
En camino entre la frontera y Palenque, que se hace a lo largo de la carretera Federal 307, los caminantes pueden buscar refugio en otro albergue llamado Ayuda Humanitaria-Emiliano Zapata, que es en realidad una pequeña iglesia de madera de un pequeño poblado al lado de la carretera. En su interior de condiciones precarias, duermen los migrante sobre colchonetas o bancas.

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El refugio está ubicado en territorio controlado por el Ejército Zapatista de Liberación Nacional, EZLN. Este grupo armado se convirtió en 1994, en una noticia mundial cuando se alzaron en armas para reivindicar los derechos de los indígenas. Intentaron tomarse varias ciudades de esta zona de Chiapas y enfrentaron a la armada mexicana que los hizo recular hacia las montañas. Pero ganaron poder político por el apoyo a su causa por parte de la opinión pública y foránea, producto de lo cual hasta hoy en día ejercen control territorial que les permite un sistema de autogestión en 50 comunidades de las etnias mayas Tzaltales, Choles y Zoques de la selva Lacandona y alrededores.

Foto EDH/ Mauricio Cáceres

Esa es una de las razones porque los migrantes sienten confianza de usar esta ruta, porque los indígenas no
permiten que grupos de delincuentes se asienten en la zona. Cobran peaje a los vehículos que entran y salen para tener fondos que ayudan a sus comunidades y tener registro del tráfico. No le permiten la entrada a su territorio a los agentes de Migración y otros cuerpos de seguridad y, como el albergue Emiliano Zapata lo demuestra, se solidarizan con los migrantes. Brindan orientación y comida gratis en cantidad ilimitada para que recobren fuerzas para luego seguir su camino de tres a cuatro días.

“Protegemos a los muchachos que pasan por aquí, porque pobrecitos vienen caminando desde muy lejos”, manifestó una habitante que observaba como voluntarios de Cruz Roja Mexicana y del Comité Internacional de la Cruz Roja, CICR, brindaban primeros auxilios a un grupo de hondureños y salvadoreños a quienes les curaron las llagas en sus pies.

El caso es que el asfalto de la carretera a altas temperaturas y el candente sol son factores que más afectan en la ruta. Para los conductores mexicanos está prácticamente prohibido dar “aventón” a los extranjeros porque corren el riesgo de ser acusados por Migración, de tráfico ilegal de personas. “Uno puede ayudar a darles jalón para que ellos avancen, pero, no podemos porque luego nos metemos en problemas”, dijo un camionero mexicano que no reveló su nombre.

El agua es otro problema, se tiene que cargar una cantidad suficiente para restaurar los líquidos que se pierden por el calor y humedad de la selva. En este lado de México, no hay lugares donde puedan abastecerse de víveres.

Sufren de deshidratación, insolación, desmayos, alucinaciones, hambre y aunque muchos son jóvenes no resisten físicamente las exigencias y necesitan ser auxiliados. Por eso miembros del CICR, junto con voluntarios socorristas de la Cruz Roja viajan desde Palenque con agua, medicamentos y comida para brindarles asistencia médica, proveerles llamadas satelitales gratuitas para comunicarse con sus familiares mientras llegan a la primera zona de ayuda.

En el caso que los migrantes no logren llegar a un albergue y la oscuridad de la noche los atrape en el camino, no les toca de otra que dormir en el bosque, como cuenta Alfonso, un chalateco. “Por ejemplo, yo ando lleno de garrapatas porque dormimos en un potrero donde había muchos animales”, dijo mientras se sacudía su ropa porque no soportaba la picazón causada por los parásitos. “Prefiero dormir aquí en un puestecito pequeñito bajo un techo (el albergue Emiliano Zapata) que seguir durmiendo a la intemperie donde me puede picar un animal. Le doy gracias a Dios por poner a estas personas para que nos ayuden”, dijo un migrante que caminó un día y medio por la desafiante selva, el hogar de los zapatistas.