Foto EDH/ Mauricio Cáceres
Esa es una de las razones porque los migrantes sienten confianza de usar esta ruta, porque los indígenas no
permiten que grupos de delincuentes se asienten en la zona. Cobran peaje a los vehículos que entran y salen para tener fondos que ayudan a sus comunidades y tener registro del tráfico. No le permiten la entrada a su territorio a los agentes de Migración y otros cuerpos de seguridad y, como el albergue Emiliano Zapata lo demuestra, se solidarizan con los migrantes. Brindan orientación y comida gratis en cantidad ilimitada para que recobren fuerzas para luego seguir su camino de tres a cuatro días.
“Protegemos a los muchachos que pasan por aquí, porque pobrecitos vienen caminando desde muy lejos”, manifestó una habitante que observaba como voluntarios de Cruz Roja Mexicana y del Comité Internacional de la Cruz Roja, CICR, brindaban primeros auxilios a un grupo de hondureños y salvadoreños a quienes les curaron las llagas en sus pies.
El caso es que el asfalto de la carretera a altas temperaturas y el candente sol son factores que más afectan en la ruta. Para los conductores mexicanos está prácticamente prohibido dar “aventón” a los extranjeros porque corren el riesgo de ser acusados por Migración, de tráfico ilegal de personas. “Uno puede ayudar a darles jalón para que ellos avancen, pero, no podemos porque luego nos metemos en problemas”, dijo un camionero mexicano que no reveló su nombre.
El agua es otro problema, se tiene que cargar una cantidad suficiente para restaurar los líquidos que se pierden por el calor y humedad de la selva. En este lado de México, no hay lugares donde puedan abastecerse de víveres.
Sufren de deshidratación, insolación, desmayos, alucinaciones, hambre y aunque muchos son jóvenes no resisten físicamente las exigencias y necesitan ser auxiliados. Por eso miembros del CICR, junto con voluntarios socorristas de la Cruz Roja viajan desde Palenque con agua, medicamentos y comida para brindarles asistencia médica, proveerles llamadas satelitales gratuitas para comunicarse con sus familiares mientras llegan a la primera zona de ayuda.
En el caso que los migrantes no logren llegar a un albergue y la oscuridad de la noche los atrape en el camino, no les toca de otra que dormir en el bosque, como cuenta Alfonso, un chalateco. “Por ejemplo, yo ando lleno de garrapatas porque dormimos en un potrero donde había muchos animales”, dijo mientras se sacudía su ropa porque no soportaba la picazón causada por los parásitos. “Prefiero dormir aquí en un puestecito pequeñito bajo un techo (el albergue Emiliano Zapata) que seguir durmiendo a la intemperie donde me puede picar un animal. Le doy gracias a Dios por poner a estas personas para que nos ayuden”, dijo un migrante que caminó un día y medio por la desafiante selva, el hogar de los zapatistas.