El guardián del caserío Las Delicias que cargó a una anciana para rescatarla de la inundación

Wilfredo asegura que no puede dejarlos ahí sin amparo, que no se irá hasta que el último vecino haya sido evacuado y las autoridades garanticen la seguridad de las propiedades.

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Por Marvin Romero

2018-10-09 6:25:27

El campo de fútbol, justo a la mitad del caserío Las Delicias, en Metalío, Sonsonate, estaba bajo un metro de agua, al igual que todos los caminos que llevaban a él.

Junto a uno de los arcos de la cancha, Wilfredo Muñoz permanece de pie, incauto pero atento a todo movimiento a su alrededor. El agua le llega casi a la cintura pero no se mueve porque desde ahí vigila los ríos que hace tan solo dos días eran los caminos y callejones del caserío: su hogar.

Por toda la zona hay decenas de casas desoladas, algunas cerradas con cadena y candado, otras simplemente dejadas a la suerte. De las 72 familias que viven en esa comunidad, solo 26 resisten y se niegan a dejar abandonadas sus pocas pertenencias.

Wilfredo asegura que no puede dejarlos ahí sin amparo, que no se irá hasta que el último vecino haya sido evacuado y las autoridades garanticen la seguridad de las propiedades. “Le hablé a mi jefe y le dije que hoy no iría a trabajar”, dice con la mandíbula temblorosa por el frío.

 

 

Wilfredo es empleado municipal de la alcaldía de Acajutla en Sonsonate. “El río se ha desbordado cinco veces”, relata y se ajusta la capa azul que a penas lo protege de la lluvia que comienza a arreciar.

Wilfredo Muñoz, empleado de la alcaldía de Acajutla, evacua a Efigenia Linares, de 88 años, en la comunidad Las Delicias, Metalío. Foto/ Jessica Orellana

De a poco, algunos de los lugareños que decidieron quedarse comenzaron a rodear a Wilfredo, algunos a pie y otros en bicicleta. Todos necesitaban ayuda o desahogaban sus necesidades con aquel hombre que, como pudo, trató de escucharlos.

Uno en particular llamó su atención: solicitaba auxilio para una anciana inválida que debía ser evacuada pues su condición no permitiría que resistiera más en la zona inundada. Sin pedir más explicaciones, Wilfredo comenzó a caminar hacia un callejón rodeado por maleza.

Al fondo, a la vista de nadie, cuatro o cinco casas de lámina y pedazos de madera húmeda protegían de la lluvia a unas diez personas. Wilfredo llegó hasta la última y entró. Ahí, sentada en la oscuridad estaba Efigenia Linares, una mujer de 88 años que había reunido todas sus pertenencias en una bolsa que había armado con un pedazo de tela.

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Sin dudarlo, Wilfredo la cargó en brazos y comenzó a recorrer el camino de vuelta. La mujer, que a penas parecía entender lo que sucedía, pronunció un par de veces “gracias” mientras la lluvia, ahora mucho más débil, permitía que su rescatista la llevara sin problemas entre la maleza y las partes inundadas del caserío.

Wilfredo dejó a Efigenia al cuidado de dos de sus nietas y, casi sin decir nada, volvió a ajustarse su capa azul, dio la vuelta y se perdió entre los caminos inundados de la comunidad.