Artesano de Atiquizaya: Del delirio del alcoholismo a la escultura del Quijote

Su creador fue un emprendedor que hace cuatro décadas vio en la chatarra una forma de hacer arte. Sus artículos fueron únicos que hasta diplomáticos adquirieron algunos.

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Foto EDH/ Cristian Díaz

Por Cristian Díaz

2018-09-08 9:07:12

Alfredo Melara Farfán fue un visionario de su época cuando aún nadie miraba la chatarra como material reciclable, él comenzó a transformarla para crear innovadoras esculturas, que a la fecha se han convertido en uno de los principales atractivos con los que cuenta el municipio de Atiquizaya.

Su obra más famosa es El Quijote de “Atiquizalla”, que fue elaborada con parte de vehículos y motocicleta.

Melara murió a causa de un infarto, el 6 de junio de 2000. El atiquizayense dejó más de 200 estructuras originales que ahora sirven como muestras para la realización de réplicas, que son compradas por nacionales y extranjeros.

Su hija, Ana Victoria Melara Peñate, es quien está al frente del taller que se encuentra sobre la carretera Panamericana, a la entrada de Atiquizaya.

Alfredo Melara utilizaba bumper, tanques para gasolina de motocicletas, amortiguadores y cadenas, entre otros objetos, para realizar sus creaciones que iban desde su obra más famosa hasta cristos, cisnes, mecedoras y sillones metálicos.

Ana Victoria Melara Peñate, hija de Alfredo Melara Farfán, un artista que creó esculturas originales con chatarra. Foto EDH/ Cristian Díaz

Ana Victoria relató que su padre, antes de dedicarse a construir esculturas, tuvo problemas graves de alcoholismo por veinte años; pero cuando optó por dejar el vicio comenzó a tener delirios, los cuales plasmó en las esculturas.

Posteriormente, las esculturas fueron utilizadas, principalmente, de atractivos en campañas para que las personas no consumieran alcohol.

Él era una persona autodidacta, le gustaba leer mucho sobre cultura general; además, la música de marimba y el tango, lo que combinaba para hacer sus propios pensamientos y darle vida a sus visiones.

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Apenas estudió hasta tercer grado. También tenía una peculiaridad, ya que hablaba solo y en el taller siempre vestía con una manta que tenía un indio bordado en la parte de atrás.

“Del suelo y de la nada empezó. Comenzó a hacer juegos de sala y comedor; pero él lo que amaba era el arte, las esculturas. En los tiempos de mi papá, no era como ahora que todo el mundo recoge la chatarra y la vende. A mi papá le regalaban en las fábricas los desperdicios, lo que ya no utilizaban. Con el tiempo ya no fue así, él tuvo que comenzar a comprar y se hizo más difícil conseguir la chatarra. Él decía ‘ahora todo mundo quiere ser de la chatarra’ porque en aquel entonces, cuando inició, la miraban como una basura”, relató Ana Victoria.

Foto EDH/ Cristian Díaz

Curiosamente, el oficio inicial de Alfredo no era mecánico de obra de banco; sino que se dedicaba a reparar vehículos (mecánico automotriz) de donde obtenía principalmente su materia prima.

De los tanques de motocicletas hacía garzas, de los amortiguadores elaboraba piernas y de las cajas de transmisión de los carros formaba figuras que visualizaba en sus delirios después de ser alcohólico.

El reconocimiento que logró obtener años después lo llevó a exponer su trabajo en varios países, entre ellos Panamá, Honduras y Guatemala.

Además, miembros del cuerpo diplomático de diferentes naciones han adquirido alguna de sus piezas, que llaman la atención por su originalidad.

Una de las más excéntricas que elaboró fue la de un mono cuyo cuerpo es una cadena de motocicleta y está inclinado, sosteniéndose con sus codos y rodillas.

Foto EDH/ Cristian Díaz

Victoria cuenta que su creación fue porque a su padre lo operaron de las hemorroides y fue la posición en la que se mantuvo durante la intervención lo que deseó inmortalizar, narró entre risas. “Han sido un éxito para las ventas”, aseguró.

Además, detalló que “mi papá no era una persona normal; le gustaba llamar la atención, no le importaba lo que la gente dijera, siempre estuvo seguro de lo que él quería. Decía que el que saca sus obras a la calle, se expone a que lo traten de loco. Y a él eso, no le importaba”.

El Quijote de “Atiquizalla” actualmente se dedica a la elaboración de muebles y rótulos metálicos, entre otros trabajos; sin embargo, cuando alguna persona llega para solicitar una de las famosas esculturas de Alfredo, la hacen sin perder la originalidad.

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Ana Victoria reconoció que no ha sido fácil sobrellevar el legado de su padre; ya que por ser mujer, muchas personas no dan crédito que puede estar al frente del negocio.

Sin embargo, desde los seis años estuvo al lado de su padre, escuchando sus delirios, observando cómo daba vida a las esculturas y en las diferentes ferias a las que asistió. Su trabajo lo respalda con los estudios ingeniería industrial que cursó en la universidad.

Foto EDH/ Cristian Díaz