Alfredo Melara Farfán fue un visionario de su época cuando aún nadie miraba la chatarra como material reciclable, él comenzó a transformarla para crear innovadoras esculturas, que a la fecha se han convertido en uno de los principales atractivos con los que cuenta el municipio de Atiquizaya.
Su obra más famosa es El Quijote de “Atiquizalla”, que fue elaborada con parte de vehículos y motocicleta.
Melara murió a causa de un infarto, el 6 de junio de 2000. El atiquizayense dejó más de 200 estructuras originales que ahora sirven como muestras para la realización de réplicas, que son compradas por nacionales y extranjeros.
Su hija, Ana Victoria Melara Peñate, es quien está al frente del taller que se encuentra sobre la carretera Panamericana, a la entrada de Atiquizaya.
Alfredo Melara utilizaba bumper, tanques para gasolina de motocicletas, amortiguadores y cadenas, entre otros objetos, para realizar sus creaciones que iban desde su obra más famosa hasta cristos, cisnes, mecedoras y sillones metálicos.
Ana Victoria Melara Peñate, hija de Alfredo Melara Farfán, un artista que creó esculturas originales con chatarra. Foto EDH/ Cristian Díaz
Ana Victoria relató que su padre, antes de dedicarse a construir esculturas, tuvo problemas graves de alcoholismo por veinte años; pero cuando optó por dejar el vicio comenzó a tener delirios, los cuales plasmó en las esculturas.
Posteriormente, las esculturas fueron utilizadas, principalmente, de atractivos en campañas para que las personas no consumieran alcohol.
Él era una persona autodidacta, le gustaba leer mucho sobre cultura general; además, la música de marimba y el tango, lo que combinaba para hacer sus propios pensamientos y darle vida a sus visiones.
Luis López, el artesano de las latas de Ayutuxtepeque
Joven emprendedor se ha dedicado por cinco años a comercializar en varios puntos de la capital obras de arte elaboradas con latas de gaseosas.
Apenas estudió hasta tercer grado. También tenía una peculiaridad, ya que hablaba solo y en el taller siempre vestía con una manta que tenía un indio bordado en la parte de atrás.
“Del suelo y de la nada empezó. Comenzó a hacer juegos de sala y comedor; pero él lo que amaba era el arte, las esculturas. En los tiempos de mi papá, no era como ahora que todo el mundo recoge la chatarra y la vende. A mi papá le regalaban en las fábricas los desperdicios, lo que ya no utilizaban. Con el tiempo ya no fue así, él tuvo que comenzar a comprar y se hizo más difícil conseguir la chatarra. Él decía ‘ahora todo mundo quiere ser de la chatarra’ porque en aquel entonces, cuando inició, la miraban como una basura”, relató Ana Victoria.