FOTOS: Salvadoreño relata su recorrido por lugares históricos de la ciudad de Belén

En esta Nochebuena, compartimos un relato sobre las curiosidades e impresionante historia de Belén, en una visita realizada poco antes de que se desencadenara la pandemia. ¡Feliz Navidad, te desea elsalvador.com!

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Belén, Palestina, una ciudad de casas blancas y muy distante del tráfico y el bullicio de las grandes urbes. Foto Mario González

Por Mario Gilberto Gonzalez

2020-12-24 7:21:45

Una feliz casualidad nos llevó a la Tierra de Cristo a poco de que se desencadenara la pandemia. Tras cruzar el Atlántico y hacer una parada necesaria en Roma y en Atenas, estábamos en el aeropuerto Ben Gurión en Tel Aviv.

Sin nada de ostentación y como buenos peregrinos —mochileros, nada de reposada excursión religiosa— nos trasladamos en bus a la Estación Central de Jerusalén, una frenética maquinaria de transportes hacia cualquier lugar y miles de viajeros y circunstantes, muchos de ellos judíos ortodoxos con sus trenzas y trajes y sombreros negros y mujeres con sus velos, que le dan al sitio una apariencia de hormiguero humano.

Tomamos un bus repleto de pasajeros hacia Cisjordania, el límite entre Jerusalén y Belén, caracterizado por sus descomunales murallas que separan a judíos de palestinos. Los bien armados guardias israelíes en los “check points” se alegran al ver pasaportes de El Salvador y uno de ellos, sonriente, nos dice: “¡El Salvador, El Tunco!”, saludándonos con la diestra al franquearnos el paso.

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En la ciudad del Rey David, de 25,000 habitantes y a unos 10 kilómetros de Jerusalén, nos alojamos en un hotel aún en construcción, desde donde se divisa a lo lejos un edificio luminoso como oro que rompe la oscuridad de la fría noche. “Nativity Church”, dice nuestro anfitrión palestino, Bazán, muy risueño, aunque aclara que él no es cristiano, pero que estaría contento de que fuéramos al lugar.

En esta ciudad muchas infraestructuras están en construcción, aquí El apacible silencio sólo es roto por las campanas de iglesias cristianas. Foto Mario González

Dicho y hecho. Al siguiente día, a primera hora, partimos para ese sitio en medio de una ciudad de casas y edificios blancos —muchos de ellos en construcción o reconstrucción después de los enfrentamientos que ha habido en el pasado—, sin mucha modernidad ni rascacielos, con barrios pobres o modestos como colonias de Soyapango o Ilopango, con sus pulperías o tiendas de lo básico, sin tráficos ni grandes embotellamientos. El apacible silencio sólo es roto por las campanas de iglesias cristianas (católicas u ortodoxas), tañendo a pausas.

Los días son tan calurosos como los de San Miguel, pero las noches son tan heladas como las de octubre-noviembre en El Salvador, con vientos que rechiflan y que transportan el murmullo de lejanas plegarias musulmanas.

Basílica de la Natividad. Foto Mario González

Después de una caminata de media hora, pasando por iglesias y calles con nombres cristianos, llegamos a la Basílica de la Natividad, una antigua fortaleza de piedra dejada por los romanos orientales de Justiniano, que está frente a la Plaza del Pesebre. Enfrente se encuentra la Mezquita de Omar.

Dicen las crónicas que el emperador romano Constantino mandó construir la gran basílica original sobre la gruta en la que la tradición cuenta que nació Cristo, la cual fue consagrada el 31 de mayo del año 339, bajo los auspicios de Santa Elena, la madre del emperador, quien se había dado a la tarea de rescatar los santos lugares.

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Exterior de la imponente Basílica de la Natividad. Foto: Mario González

Según las crónicas, la iglesia original fue saqueada y destruida durante una sublevación samaritana en el año 529, por lo que Justiniano ordenó construir una basílica más grande, en el mismo sitio de la primera, que con sus gruesos muros ha sobrevivido a diversas invasiones, como la de los persas en el 614, y los combates que siguieron a la llegada de los Cruzados en el año 1099. Todavía en 2002, hace solo 18 años, fue escenario del enfrentamiento entre fuerzas israelíes y grupos palestinos armados que buscaron refugio en la basílica.

El templo, de estilo paleocristiano, tiene forma de cruz latina y cinco naves, con una longitud de 54 metros.

Entramos por una puerta estrecha —como de la que hablaba Jesús—. La Puerta de la Humildad mide metro y medio de altura, hay que agacharse para cruzar el dintel y se dejó así para que nadie entrara a caballo a modo de protección para el lugar santo.

Puerta de la Humildad, la entrada a la Basílica, de dintel bajo, para evitar la invasión con caballos. Los fieles deben agacharse para entrar en reconocimiento de que la humildad debe ser la virtud de los cristianos. Foto Mario González

Es así como los peregrinos llegan a un antiguo caserón con 44 columnas rosadas, lámparas de aceite, íconos y retablos de santos y ornamentación bizantina, donde se agrupan para entrar al sitio en que, según la tradición, nació Cristo.

No es una locación de muchedumbres, como la Plaza de San Pedro, sino una estancia estrecha, donde peregrinos de todas las naciones llegan por pequeños grupos, entran a orar ordenada y brevemente y salen.

Bajando por un estrecho graderío a una especie de sótano con luz amarillenta se llega a un pequeño altar, en cuyo suelo está la Estrella de 14 puntas con la inscripción “Hic de Virgine Maria Iesus Christus natus est” (“Aquí Jesucristo nació de la Virgen María”).

Una indescriptible emoción invade los espíritus, la incredulidad de estar allí paraliza y el sudor por el calor moja la ropa, al hacer una pequeña y reverente fila para arrodillarse ante la Estrella y orar trémulos, quebrarse y llorar…

La Estrella de 14 puntas indica el lugar del Nacimiento de Cristo. Foto Mario González

Después de orar brevemente, con la camisa empapada por el sudor salimos y nos encaminamos a la vecina iglesia de Santa Catalina, un poco más moderna, también dedicada a la Natividad pero bajo la custodia de los franciscanos, para hacer una oración más contemplativa, reponernos y refrescarnos.

Cuando dejamos Belén, la familia de Bazán nos despidió con un típico “Habibi”, una palabra que significa “queridos” o incluso, según el grado de afecto, “muy amados”.

La pandemia pudo haber arrodillado al mundo, pero pasará y nunca será como prosternarse en el pesebre donde el Hijo de Dios nació de una Virgen, porque no había un lugar en el corazón de la humanidad.

Desde allí se puede más decir que ¡Feliz cumpleaños, Habibi Niño Jesús!

Interior de la Basílica de la Natividad, donde está en el sitio en que, según la tradición, nació Jesucristo. Foto Mario González