Un fabulista llamado Salarrué

Bautizado como Luis Salvador Efraím Salazar Arrué (1899-1975), de nuestro “gigante desconocido” Salarrué aún hay muchos materiales literarios dispersos en revistas y periódicos de los distintos países centroamericanos. Un día, ellos se unirán a su corpus publicado y archivado de letras e imágenes.

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Salvador Salazar Arrué. / Foto Por archivo EDH

Por Carlos Cañas-Dinarte

2021-06-11 9:22:47

Desde hace décadas, Salarrué es más conocido en el ámbito hispanoamericano como cuentista y novelista, en demérito de su trabajo como pintor, dibujante, compositor, caricaturista, editor, docente, diplomático y promotor cultural. Por eso, quizá resulte extraño saber que también redactó varias composiciones fabulescas. Su obra fabulatriz es muy cercana al contenido de las parábolas y de los diálogos de animales humanizados presentados en las Historias naturales (1894) del francés Pierre-Jules Renard (1864-1910).

Los olvidados trabajos de Salarrué en este campo literario están plasmados en alrededor de cincuenta breves textos fabulatrices, reunidos bajo el título Motivos breves y pertenecientes a su libro Claves (1927). Fechadas en agosto de 1922, unas veinte de esas fábulas fueron divulgadas por la Revista del istmo (San Salvador, año I, no. 1, 15 de septiembre de 1922, págs. 37-39). El diario capitalino La Prensa anunció, en su edición del jueves 25 de enero de 1923, que ese libro ya se encontraba camino de la imprenta y que aparecería con “una bella portada e ilustraciones”. Sin embargo, aquel volumen prometido jamás circuló, por motivos que el autor no explicó jamás.

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Nuevos textos procedentes de ese libro inédito fueron divulgados por el quincenal Lumen (San Salvador, no. 3, septiembre de 1926, pág. 41), la revista Para todos (San Salvador, año I, números 3 y 4, octubre y noviembre-diciembre de 1927, págs. 66-67 y 150-151), el diario Patria (columna Vivir, San Salvador, año V, no. 1261, miércoles 20 de julio de 1932, pág. 3), la revista teosófico-literaria Alma latina (San Pedro Sula, Honduras, año III, no. 46, abril de 1935, pág. 4, dirigida por la escritora hondureña Graciela Bográn e impresa en la tipografía del Comercio) y El Diario de Hoy (San Salvador, domingo 1 de marzo de 1953, pág. 10). Dos de esas fábulas —Los dos espejos y El tronco inútil— fueron publicadas a mediados de 1999 en la contraportada de la revista docente AB-sé, impreso periódico de la Fundación Empresarial para el Desarrollo Educativo (FEPADE, Antiguo Cuscatlán) que aún circula.

Ahora presento algunas de esas fábulas rescatadas, como un humilde homenaje para Salarrué —nuestro gigante desconocido— para que algún día tengamos oportunidad de ver ese libro publicado o su contenido sea recogido en un cuarto volumen de materiales inéditos, para así cerrar aún más el proyecto de su narrativa completa, desarrollado con profundos afanes por los académicos salvadoreños Dres. Ricardo Roque Baldovinos y Rafael Lara Martínez desde mediados de la década de 1990 hasta el presente.

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El río
Un río que caía al mar entre promontorios gigantescos les decía a estos:
-He vertido mis aguas en esta gran cuenca, durante muchas centurias, y aún no he logrado colmarla por entero.

La gota de mar
Exclamaba la gota de mar que venía por primera vez a la superficie desde el fondo:
-¡Qué claridad y cuán alto es ese cielo azul de que tanto me hablaban las medusas!
Una ola la tomó con fuerza y llevándola contra la roca, hízole subir, entre otras muchas gotas, por los aires. Cuando caía, decía la gota de mar:
-¡Apariencias!... ¡Apenas he subido tres metros y ya reboto en su azulidad!...

Los dos espejos
Dijo el espejo al espejo:
-No sé por qué nuestra señora nos mira tanto; hay días en que permanece horas en la contemplación de alguno de nosotros; ¿somos tan bellos?
Y descendió de su atril para mirar de frente a su compañero. Luego añadió:
-¿Es en verdad que soy bello?
-Eres simple y sórdido y no tienes color alguno que te agracie- dijo aquel al contemplarse en su colega.
-Así eres tú- repuso con sinceridad el primero, y volvió a su atril.

El tronco inútil
Era un árbol joven, y dijo a la banda de pajarillos del ensueño que querían anidar en sus ramas:
-¡Os amo tanto, pajarillos divinos que, aunque me sea doloroso, os ruego emigrar de mis ramas hasta otro tiempo! ¡Quiero, en vuestra ausencia, trabajar frutos dulces para poder bienveniros como os merecéis! ¡Volved cuando yo sea un árbol grande y rico!
Mucho tiempo después, una mañana muy azul, el árbol seco de la llanura vio por entre sus ramas cruzar una banda de pájaros bullangueros, que pasaron de largo, y dijo:
-Nunca prestaría yo mis ramas fuertes a esos vagabundos; ¡no hacen otra cosa que meter ruido!

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La visión áurea
Decía el cisne, mirando las constelaciones reflejadas en el agua quieta del estanque:
-¡Es tan rico mi amo el marqués que ha hecho regar arenas de oro en el fondo de mi estanque!

La conformidad
Es decir de las palmeras:
-¡Parecemos las columnas de un templo maravilloso!...
Y es decir de las columnas en el templo:
-¡Semejamos la palmeras de un maravilloso bosque!...

El rosal
Quise cortar la rosa más bella y por precipitado me pinché en la espina. Entonces díjome el rosal:
-¡Si hubieras querido coger la espina, tan sólo te habrías perfumado los dedos!

La aurora
Cuando estaba reventando, la Aurora notó a las violetas silvestres que se desperezaban llenas de rocío, y murmuró sonriendo:
-¡Pobrecillas, cómo me imitan!
Luego, como sintiera un aroma embriagante, añadió suspirando:
-¡Qué perfumada estoy!...