Un corsario francés en la costa salvadoreña del siglo XVII

Mucha de la cultura visual de la Intendencia de San Salvador y de la Alcaldía Mayor de Sonsonate fue hecha por piratas y corsarios durante los siglos XVII y XVIII. Este es un ejemplo de ese legado histórico.

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Acuarelas del golfo de Fonseca o Amapala. / Foto Por archivo

Por Carlos Cañas Dinarte

2021-05-28 11:56:12

En la Sección de Mapas y Geografía de la Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos (Washington, D. C.) y en la División de Mapas y Manuscritos de la Biblioteca Pública de Nueva York (NYPL) se conservan dos ejemplares de un valioso y colorido manuscrito, titulado Description des principaux endroits de la Mer du sud, depuis les 52 degrez 30. minutes sud, où est le d’Estroit du Magelland jusqu’au 41. degrez Nord, qui est l’isle de Calliforne faite sur les lieux... Fue escrito en 1696 por el “freebooter” o bucanero francés Jouhan de la Guilbaudiere o Guilbaudière, de cuya vida existen escasos datos.

Compañero del bucanero Raveneau de Lussan (1663-¿?), desde 1679 hasta 1683 estuvieron al servicio del filibustero holandés Laurens Cornelis Boudewijn de Graaf o Laurent de Graff (¿1653?-1704), un temible cañonero que antes estuvo del lado de la armada española, a la que abandonó al ser atacado por corsarios que lo forzaron a militar en sus filas para no asesinarlo, tras lo que se convirtió en el azote de las posiciones ibéricas de la Nueva España en el golfo de México.

Apoyado por las autoridades francesas de Santo Domingo, Raveneau de Lussan zarpó con una pequeña flota de la localidad portuaria de Petit-Goâve (Haití) y así inició cinco años de pillaje y piratería desde Panamá hasta Acapulco. Esas acciones eran violatorias de la Tregua de Ratisbona, que garantizaba 20 años de paz entre Francia y España durante un largo receso en la Guerra de las Reuniones (1683-1684), pero aquella banda de forajidos ignoraba que ese documento diplomático había sido suscrito cuando se hicieron a la mar.

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Tras varios meses de permanencia y labores de saqueo en Panamá y la zona del río nicaragüense San Juan, los veleros, galeras y piraguas francesas continuaron su derrotero hacia el norte, en procura de más y mejores presas en alta mar. Así fue como, el 18 de julio de 1687, arribaron a la bahía de San Miguel o golfo de Mapala (sic: Amapala o Fonseca), a la que de Lussan describió como una bahía bella y amplia, de grandes islas y la que poseía tres pequeños pueblos, abandonados por los constantes ataques y tropelías de los piratas ingleses.

De aquel golfo, los dos bucaneros franceses anotaron en sus respectivos libros que era una zona de buen anclaje para sus naves, aunque los vientos tenían demasiadas turbulencias. Desde allí, fueron dirigidas varias expediciones de saqueo contra el puerto nicaragüense del Realejo, así como contra las villas españolas de León, Granada y Nueva Segovia. Gracias a la captura e interrogatorio de un oficial español, les fueron referidos datos acerca de las riquezas existentes en las localidades de St. Michel y Sansonnette (San Miguel y Sonsonate), ciudades principales en el oriente de la Provincia de San Salvador y en la occidental Alcaldía Mayor de Sonsonate.

1. Acuarelas del golfo de Fonseca o Amapala y del volcán de San Miguel. Se destacan las ubicaciones de la punta de Martín López, el río Conchagua, el islote Los Frailes y las islas Meanguera (Mangola) y Meanguerita (Mianjola). 2. Acuarelas del puerto de Acajutla o Sonsonate y del volcán de Sonsonate, como se le denominaba entonces al edificio volcánico de Santa Ana. Se destacan el surgidero, el río y la punta de los Remedios, que merecía importancia para evitar encallar en ella.

El problema fue que, por mucho empeño que los bucaneros pusieran en sus intentos de abordaje, las naves españolas estaban muy bien protegidas por barcos artillados y de mayor calado. Uno de aquellos ataques fue devastador y dejó muy dañadas varias de las naves francesas. Ante esa situación, Raveneau de Lussan ordenó el regreso hacia la guarida perfecta representada por el golfo de Mapala, al que arribaron el 15 de diciembre de 1687. Cuatro días más tarde desembarcaron en Chiloteca (Choluteca, Honduras), un poblado de unos 400 españoles, negros e indígenas que se rindió con suma facilidad. El teniente del puerto les informó que se esperaba la llegada del rico navío La Galera de Panamá y que el barco San Lorenzo, nave del rey dotada con 30 cañones, estaba atracada en el vecino puerto de El Realejo. Esa información los motivó a la prudencia y buscar atacar desde otros flancos a las villas de León y Granada. No era conveniente tener un enfrentamiento en alta mar con una nave tan poderosa y menos con sus propios buques dañados y sin provisiones.

El 27 de diciembre, en el golfo de Mapala divisaron a un barco español de mediano tamaño. Una de las galeras francesas y otra piragua se dispusieron a presentarle batalla. Los disparos de cañón retumbaron en la zona durante varias horas. Al caer la tarde, las naves suspendieron aquel encuentro marítimo, que retomaron al día siguiente, aunque los franceses decidieron usar una estrategia de falsa evasión para lograr que la nave española bajara la guardia y pudiera ser abordada. Al final, tras tres días desistieron de sus empeños y se dispusieron a festejar la llegada del año nuevo de 1688, en cuya primera semana abandonaron el golfo y pusieron rumbo hacia Panamá, Guayaquil y el estrecho de Magallanes.

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Su barco de 200 toneladas fue lanzado con fuerza por el mar contra la costa rocosa del estrecho, en la zona de la actual bahía Galiano, en la península Ulloa de la isla de Santa Inés. Con los restos de la nave, los supervivientes pudieron armar un bergantín de 14 toneladas tras once meses de trabajos y múltiples privaciones. Fue en ese tiempo en el que Juhan de la Guilbaudiere sostuvo relación con indígenas nómadas de la Tierra del Fuego, de quienes aprendió su lengua kawéskar y reunió uno de sus primeros vocabularios traducido a una lengua europea.

Vueltos a Francia en 1689 en aquel bergantín, de Lussan, de la Guilbaudiere y otros de sus compañeros recibieron el perdón real por la violación de la Tregua de Ratisbona, lo cual los facultó a volver al servicio de la corona o a establecer sus propias empresas.
El hermoso “atlas de bucanero” de Jouhan de la Guilbaudiere contiene un total de 230 páginas de piel de cerdo, con descripciones manuscritas y 35 mapas, planos e ilustraciones de puertos, bahías, poblaciones, costas y volcanes de la zona del océano Pacífico comprendido entre el estrecho de Magallanes y la península de California, que conoció bien durante sus travesías con su colega Raveneau de Lussan.

Todas las ilustraciones fueron realizadas a la acuarela -con tamaños variables entre los 30.0 por 17.0 cms y los 33.0 por 44.0 cms-, sin escalas conocidas, pero trazadas con gran destreza y muchos detalles.

Página manuscrita del atlas del pirata De la Guilbaudiere, que contiene una descripción detallada de la bahía de Gibladique (llamada así por el antiguo astillero español de Xiribaltique) o Jiquilisco, con datos de su cercanía con la entonces villa de San Miguel y el río Lempa. Esta y las otras fotografías digitales fueron hechas por el autor, en mayo de 2007. Todas proceden del documento conservado en la Sección de Mapas y Geografía de la Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos (Washington, D. C.).

Los apuntes y bocetos a tinta hechos por De la Guilbaudiere fueron usados por el arquitecto real Jean Hanicle para hacer la caligrafía e ilustraciones finales, que incluyó detalles muy precisos de accidentes geográficos y puertos, habitantes, tradiciones y costumbres, así como un rico vocabulario bucanero.

Es muy posible que, al menos, un ejemplar de ese atlas fuera preparado para entregárselo al corsario y empresario minero Noël Danycan, Señor de l’Épine (1656-1735), el armador más prominente de barcos de su época, afincado en Saint-Malo (Francia), una localidad que aportó decenas de corsarios a la corona francesa. Quizá como resultado de la revisión de ese manuscrito ilustrado, en 1698 Danycan fundó la Compañía de la Mar del Sur y copatrocinó una expedición a las costas de Chile y Perú, para fijar una avanzada francesa en Tierra del Fuego y desarrollar desde ese sitio un comercio intensivo en la costa del Pacífico. En poco tiempo, esos negocios y saqueos representaron ganancias por 200 millones de libras para el tesoro francés.

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De la Guilbaudiere se unió a esas labores de pillaje y comercio en los barcos del capitán, científico y corsario francés Jean-Baptiste de Gennes (1656-1705) y del navegante, corsario y explorador francés Jacques Gouin de Beauchêne o Beauchesne-Gouin (1652-1730), a quien sirvió como segundo al mando de su nave capitana.

En las páginas 205 a la 215 de su libro manuscrito, De la Guilbaudiere incluyó descripciones detalladas y cuatro ilustraciones de 30 por 17 cm, dedicadas a la costa del territorio ahora salvadoreño. Una de esas acuarelas fue dedicada al golfo de Fonseca o de Mapala (sic: Amapala), con sus islas y zonas costeras repletas de árboles y de elevaciones orográficas. Otra fue la del cercano volcán de San Miguel, en una permanente actividad fumarólica, pero no eruptiva, por lo que tan sólo emitía humo y gases desde hacía décadas.

Completó ese conjunto gráfico con un registro de su paso por el puerto de Acajutla, así como de la actividad fumarólica –no eruptiva, como se aprecia erróneamente en la imagen- del cercano volcán de Sonsonate, como se le llamaba por entonces al edificio volcánico de Santa Ana, en el tiempo previo al surgimiento del Izalco, que inició su actividad eruptiva a partir de 1770.