La última erupción del lago de Ilopango fue en 1879

Hace casi 140 años, la caldera y riberas de ese lago salvadoreño de 72 km2 y 230 metros de profundidad comenzaron a estremecerse con violencia. Luego de los temblores surgiría la lava y, tras ella, el paisaje heredaría dos nuevos islotes.

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Pintura al óleo, de 147 por 232 cm, realizada en 1906 por Juan José Laínez. Pertenece a la Colección Nacional de Pintura del Ministerio de Cultura, San Salvador. Foto EDH / Cortesía

Por Carlos Cañas Dinarte

2019-07-05 8:30:13

En su libro Temblores y erupciones volcánicas en Centro América (San Salvador, Imprenta nacional, 1884), el artillero francés Ferdinand-Marie Bernard, conde de Montessus de Ballore, documentó 137 erupciones en toda la región centroamericana desde 1526 hasta 1884.

En esa obra pionera, se estableció la independencia entre los fenómenos sísmicos y los de naturaleza volcánica, en un prenuncio de la actual teoría tectónica de placas. Montessus de Ballore dejó anotado que era importantísimo fundar y mantener observatorios científicos para que la región pudiera, “por previsiones científicas, como se hace ahora para las tormentas, poner sus ciudades al abrigo de las ruinas que tantas veces las han devastado”. Aquello era consecuente con el pensamiento que lo llevó a fundar, en 1883, el primer observatorio científico de El Salvador y Centroamérica, mientras prestaba sus servicios como asesor para el ejército salvadoreño.

La sugerencia de Montessus de Ballore se basaba en hechos recientes a su estancia en San Salvador. Entre el 21 y el 31 de diciembre de 1879, San Salvador y la zona circundante del lago de Ilopango sufrieron una serie de más de 600 temblores, con intensidades y magnitudes variadas. Uno giratorio, de 50 segundos, ocurrió a las 00:38 horas del domingo 28, causó la ruptura del hilo telegráfico, rajaduras en los suelos y terrenos cercanos al lago, derrumbes varios, graves destrozos en edificaciones públicas y privadas del pueblo de Ilopango, la aldea de Asino y la ciudad de San Vicente.

Como resultado de ese evento y de cuatro réplicas, las aguas del lago se agitaron y en algunos puntos llegaron a la ebullición. Surgieron nuevos manantiales en las riberas del lago y murieron grandes cantidades de aves y peces, quizá a causa de las emanaciones nauseabundas de gases sulfurosos que se producían en aquellas aguas lacustres, que variaron su coloración entre el verde, el blanco lechoso y otros tonos más oscuros.

Grabado metálico, basado en un dibujo realizado in situ por el abogado y educador salvadoreño Dr. Rafael Reyes. Foto EDH / Cortesía

El río de desagüe del lago fue obstruido por varios derrumbes, creció en su caudal y dificultó su paso, aún para nadadores expertos, pues su bocana creció de 50 a 180 varas. Desde el 30 de diciembre, el nivel normal del lago subió alrededor de dos pies.

A las 19:30 horas del 31 de diciembre de 1879 ocurrió un temblor giratorio de cinco segundos de duración, que destruyó a la población de Analco, ocasionó derrumbes de casas y grietas en el camino de Candelaria, descascaró y hundió algunas casas y trascorrales en Cojutepeque, según lo revelaban los informes enviados al presidente Dr. Rafael Zaldívar, mediante telegramas, por Ramón Acevedo, Felipe Calderón y Enrique Masferrer (padre de Alberto).

En el clímax de la actividad volcánica y telúrica, entre el 6 y el 9 de enero de 1880 una gran cantidad de agua a más de 57 grados Celsius salió desbordada a presión por el canal de desagüe hacia el río Jiboa, arrasó con la aldea de Atuscatla, inundó el valle del Pedregal y allí acabó con vidas humanas, animales, casas y extensas zonas de cultivo.

El presidente Zaldívar realizó una visita al área de desastre en la tarde del jueves 8 de enero. Para esos momentos, el agua del río provocó que algunas zonas del lago revelaran entre 6 y 60 varas de nuevas playas.

Aspecto actual del lago de Ilopango, fotografiado a unos 400 km de altura desde la Estación Espacial Internacional. Imagen cortesía de la Agencia Espacial Europea (ESA).

Para estudiar todos estos fenómenos eruptivos y sísmicos, el gobierno salvadoreño comisionó al científico estadounidense Watson Andrews Goodyear (1838-1891), quien entregó un completo informe de 56 páginas, algunos de cuyos avances da antes a conocer, entre diciembre de 1879 y enero de 1880, por el Diario Oficial. Sus valiosos apuntes se conservan ahora en los archivos de la Universidad de Yale.

Toda esta actividad sísmica culminó con erupciones subacuáticas en la caldera del Ilopango. Ellas darían origen, entre enero y marzo de 1880, a los dos peñascos o islotes conocidos como Cerros Quemados. En la actualidad, ambos presentan altas concentraciones de arsénico estimadas en 86 mg/kg de sedimentos.

Aquellas eyecciones piroclásticas fueron registradas por sendos grabados en metal de los doctores salvadoreños Rafael Reyes y Darío González, así como por otros ingleses y franceses. A ellos se sumó un dibujo a mano alzada del naturalista Dr. David J. Guzmán Martorell, un sello postal de 1888 y una pintura al óleo de gran formato (hecha en 1906), realizada por Juan José Laínez (1868-1937), el Da Vinci salvadoreño.