A sus 83 años, Florentín perdió su mayor tesoro: un viejo corvo

En Morazán, la mitad de los hogares viven en pobreza, según datos oficiales. Los esposos Florentín y Bernardina son parte de esa estadística. Cuando el anciano perdió el corvo, su principal herramienta de trabajo, tuvo temor de no poder ganar dinero para la comida.

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Foto EDH/ Marisela ??vila

Por Iliana Ávila

2019-06-12 9:10:41

MORAZÁN. Florentín Gutiérrez perdió lo que considera su más preciado tesoro. A sus 83 años, por un descuido, la semana pasada, perdió su corvo y esa es la herramienta que le permite trabajar para llevar a casa el sustento de él y su esposa.

Bernardina Benítez de Gutiérrez, de 79 años, y Florentín tienen 50 años de casados. Ahora ella ha estado preocupada por la tristeza de su marido.

“Ese día vino con los ojos vidriosos y no quiso comer. Me contó que estaba donde una señora acomodando piedras y puso el corvo a un lado. Pero él solo vio un carro gris estacionado y nunca se imaginó que quien estaba en el carro se llevaría el corvo”, narró la angustiada esposa.

Hace unos días don Florentín Gutiérrez, un jornalero de 83 años de edad, perdió su corvo. Entonces junto a su esposa pidieron apoyo a un canal de televisión y un salvadoreño en Estados Unidos decidió regalarle uno nuevo.

 

El corvo tiene un costo de 40 dólares, pero la pareja de ancianos vive de lo poco que él logra ganar y de la caridad de los vecinos, por eso el monto les resulta fuera de sus manos.

La única alternativa que se le ocurrió a Bernardina y aconsejó a Florentín fue acudir a los medios de comunicación para que le permitieran suplicarle al conductor del carro gris que le devolviera el corvo.

El anciano siguió el consejo de su esposa y pidió ayuda en un canal de televisión local del municipio de San Francisco Gotera, en Morazán.

A inicio de esta semana el canal le permitió enviar su mensaje.

Casi a diario, Florentín sale de su casa en la colonia San José en busca de alguien que contrate sus servicios.

Su lugar para ofertar sus escasas fuerza de trabajo y su experiencia como jornalero es el centro del municipio.

Cuando la frescura de la tarde rodea la casa, el anciano regresa y Bernardina, con frecuencia, le ofrece un vaso de agua de la que tiene almacenada en cántaros porque no tienen para pagar el servicio de agua potable. Así que obtienen agua de la caridad de algún vecino.

La vivienda está hecha de ladrillo, piso de tierra y cubierta por deteriorado techo. Una tímida cena bajo la luz del único foco de la casa amortigua el hambre de los ancianos, quienes descansan sus noches en dos hamacas a falta de camas.

Bernardina también trata de apoyar a la economía de la casa y dedica muchas de sus horas a bordar mantas, que luego vende.

“Tengo 18 años de bordar y las vendo en ocho dólares. Cuesta hacerlas”, dice Bernardina.

Los esposos tuvieron cuatro hijos; dos fallecieron.

Los otros dos viven en el municipio de Corinto pero poco o nada saben de ellos. Con su corazón de madre, Bernardina justifica la ausencia de noticias diciendo que quizá los hijos padecen de alguna enfermedad, y que ni ella ni su esposo tienen un teléfono, lo que hace difícil la comunicación.

Pero aunque esa comunicación es difícil, hubo otra que sí lograron enviar los ancianos.

Su mensaje por el canal de televisión llegó a los oídos y le corazón de un hombre altruista; quien encomendó a su hija” “que si veía al señor que perdió su corvo, le comprará uno”.

Florentín ya tiene su corvo y una enorme sonrisa. Bernardina también está feliz porque la tristeza se ha ido de su esposo.

Foto EDH/ Marisela Ávila