El populismo también se auxilia de la fe y la religión

En la región, ante un vacío ideológico, los “outsiders” usan las creencias para obtener réditos políticos y electorales.

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La conservadora Jeanine ??ñez, mandataria interina de Bolivia, prometió devolver la Biblia a la política de su país. Foto EDH / AFP

Por Ricardo Avelar

2019-11-29 4:29:41

Al momento de ingresar al palacio presidencial de Bolivia tras asumir la presidencia interina de ese país, Jeanine Áñez lanzó una inusual consigna: “Dios ha permitido que la Biblia vuelva a entrar al Palacio”.

Minutos después, y ya con la banda presidencial colocada sobre su pecho, salió a los balcones de la sede presidencial boliviana, el Palacio de Quemado, con el libro sagrado del cristianismo en mano.

En este país, hasta antes de 2009 se reconocía la libertad de culto aunque se hacía un reconocimiento explícito a la religión católica, apostólica y romana. En ese año, bajo el entonces mandatario Evo Morales la Carta Magna cambió y se estableció un estado laico “independiente de la religión”.

Días después de asumir el cargo, Áñez lamentó la laicidad del Estado boliviano y dijo que este era un invento de Evo Morales y su partido, el “Movimiento al Socialismo”. Y sí, en cierta forma legalista lo fue, pero la construcción de un Estado laico responde a un proceso histórico que tomó bastantes siglos y derivó en la pretensión de que los Estados sostengan neutralidad ante las decisiones morales de las personas mientras no atenten contra la vida de otros. Un indudable paso en la dirección de la libertad y el individuo.

Puede que esta fuese una mera postura retórica, pero las palabras de Áñez resuenan con un fenómeno presente en la política reciente de América Latina: la creciente influencia del discurso religioso como un factor emocional y la cálida acogida que sectores populistas conservadores están dando a visiones crecientemente confesionales.

El casi presidente

En abril de 2018, los costarricenses acudieron a las urnas a elegir a su nuevo presidente en segunda vuelta. Uno de los dos candidatos en contienda era el representante de Restauración Nacional, Fabricio Alvarado, un predicador evangélico que enmarcó las elecciones como un dilema entre “el enemigo” y los “hijos de Dios” y llegó a culpar al mismo “diablo” de movilizar personas en las calles para afectar su candidatura y perder los comicios.

En una visita a una iglesia en Neuquén, Argentina un mes después de perder la elección, Alvarado lamentó que “hay gente endemoniada que se mete en política”, por lo que las iglesias deben despertar y detener el avance del laicismo, al cual calificó como peligroso.

El excandidato tico no esconde su aspiración de que los cristianos se metan en política a promover abiertamente estos principios. “Los mejores políticos de Latinoamérica deberían ser creyentes porque buscarán hacer las cosas con ética y transparencia”, dijo.

Este discurso radical, que muchos costarricenses ahora ven con sorpresa por lo cerca que estuvo de transformarse en una presidencia, está creciendo en una región que deja de creer en la política tradicional y en el espectro ideológico más clásico. Parte del electorado latinoamericano se está decantando por líderes que apelan casi exclusivamente a las emociones y que tienden a hablarle al votante en los extremos, aprovechando el desencanto del elector medio y más moderado que se hartó de la política.

Así lo considera la politóloga argentina María Esperanza Casullo, quien afirmó a este medio que estos personajes que apuestan por la religión como vehículo para alcanzar el poder “tiene mucho que ver con líderes que se presentan como que vienen de fuera del sistema político. Son o se venden como si fueran “outsiders” que no quieren nada que ver con la política y la partidocracia. Una característica que lo facilita es la presencia procesos de cambio social”.

Esto último, explica, se ve en el incremento de demandas de políticas progresistas, derechos de las mujeres o poblaciones LGBT+. Si bien las sociedades transitan hacia un reconocimiento más amplio de derechos, explica, hay una reacción en el otro extremo del espectro político. De ahí que en una región que avanza en estos temas, haga mella el discurso en contra de la “ideología de género”, un concepto poco claro pero efectivo para encasillar y desacreditar movimientos progresistas.

En el caso de Costa Rica, una sentencia de enero de 2018 de la Corte Interamericana de Derechos Humanos que mandó a ese Estado a reconocer matrimonios entre personas del mismo sexo hizo explotar la popularidad de Alvarado, quien en pocos meses pasó de un nimio 2% en las preferencias a colarse en segunda vuelta, aprovechando la reacción de parte del electorado que condenó el fallo.

Al ser consultada por este medio, la expresidenta de Costa Rica, Laura Chinchilla, confirmó que esta sentencia jugó un papel en elevar las opciones de Alvarado y lamentó el giro emocional que dio la campaña. “Como si fuera poco las dificultades que tenemos por la polarización ideológica, se ha sumado una polarización en la discusión de temas y aspectos sociales, culturales e identitarios y surge una discusión que se alinea entre los progresistas y conservadores”.

En las elecciones de su país, agrega, el discurso se polarizó por el tema del matrimonio, cuando había grandes problemas económicos que abordar. La emoción se sobrepuso a las motivaciones más racionales para votar. Chinchilla lamenta que “este tema (creencias), tan complejo y tan sensible, solo mete tensión y polarización al debate político”.

Oportunismo

Estos líderes políticos tienden a auxiliarse de la religión y la fe cuando los asuntos públicos no marchan bien. Un ejemplo de ello es Guatemala, donde sectores de poder encabezaron una campaña de desprestigio contra la Comisión Internacional Contra la Impunidad en Guatemala (CICIG) que poco o nada tenía que ver con el mandato de esta.

Esta comisión gozaba de popularidad por haber derribado a un gobierno corrupto. Cuando estos círculos cercanos al presidente y algunos empresarios se vieron involucrados en posibles tramas de ilícitos, recurrieron a un poderoso recurso: explotar las ansiedades de un electorado religioso, vinculado a la comisión con una agenda internacional (muy poco definida) que buscaba flexibilizar la legislación sobre el aborto.

El mismo presidente, cuando anunció que no pediría a Naciones Unidas la renovación del mandato de la comisión, añadió una línea disonante con su discurso: “El gobierno cree en la vida y la familia basada en hombre y mujer”.

Esto provocó el malestar de gran parte de la población que cayó en la trampa, repudió algo que no estaba pasando y decidió salir a las calles a expresarlo. Como lo resumió en su momento el medio digital Plaza Pública, “Miles marcharon contra una ‘ley del aborto’ inexistente”.

Como estos tres casos, se puede hablar también del ultraderechista Jair Bolsonaro, quien un año antes de lanzar su campaña presidencial se hizo grabar mientras era bautizado en el río Jordán, donde según la Biblia fue bautizado Jesús. “Este bautismo fue el primer acto de campaña”, ironizó en su momento el politólogo Valdemar Figueredo.

Desde ahí, el polémico presidente brasileño que ha hecho apologías al pasado de su país, lleno de abusos y torturas, o mensajes abiertamente sexistas u homofóbicos, ha buscado complacer a su base por medio de recordarles constantemente que él es un “hombre de Dios” y que “Brasil está por encima de todo y que Dios está por encima de todos”.

Tiempos políticos

Latinoamérica dejó de ser fácil de diagnosticar, mapear o definir. En los años noventas, con el consumado fracaso del bloque soviético y su esfera de influencia, el péndulo ideológico giró hacia la derecha y a medidas de corte liberal, menor involucramiento del Estado en la economía y privatizaciones.

Cuando se agotó el combustible y el arraigo social de este movimiento político, se activó en la región la “marea rosa”, una oleada de movimientos de distintos tonos de izquierda que prometieron grandes reivindicaciones sociales y romper la dependencia con Washington.

Este modelo también se agotó y lo que ha surgido no es tan fácil de comprender: puede ser una rebelión “contra todo” o que el péndulo ahora se mueve más rápido. Independientemente de lo que sea, es claro que el vacío ideológico está siendo llenado en algunos rincones con un conservadurismo más combativo y una influencia de discursos que antes se reservaban para los púlpitos religiosos.

Es poco claro si los políticos elevan estos discursos por convicción o mera conveniencia electoral. Lo cierto es que mientras sea efectivo y tenga rédito apelar a la fe, poco importa la motivación, y vaya que lo está siendo: personajes que otrora se encontraban en la marginalidad de la política están llegando a las más altas magistraturas… auxiliados por la fe.