Armando lleva 39 años buscando a su madre ejecutada por la guerrilla

La mujer fue asesinada en 1980 en un cantón de Jiquilisco, Usulután. Su hijo se hizo una promesa: hallar los restos de su madre y saber quiénes la mataron. Esto último ya lo hizo; en cuanto a lo primero, sigue excavando de un lado a otro.

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Por Jorge Beltrán Luna

2019-12-08 5:45:10

“Tres días antes, fue un domingo, llegaron los de la FPL (Fuerzas Populares de Liberación) a amenazarla porque le habían dado órdenes de que iba a ser parte de un contingente para hacer actividades de secuestro, botar puentes, quemar algodoneras y cosas así. Mi madre se opuso a eso y luego le dijeron que se fuera de la casa porque si no, la iban a matar. Ella no creyó que las amenazas fueran en serio pero el miércoles siguiente llegaron a sacarla. De eso hace 39 años pero en mi memoria tengo eso como si fue ayer”.

Así comienza Armando Mejía Beltrán, de pie sobre el lugar donde le habían dicho que estaban enterrados los restos de su madre, a desenredar todos sus recuerdos sobre la ejecución de su madre y todas las repercusiones que tuvo en su vida aquel asesinato cometido cuando él sólo tenía 11 años.

El martes anterior, Armando acudió temprano, acompañado de su esposa, a un terreno que es utilizado como potrero, en el cantón Salinas del Potrero, del municipio de Jiquilisco, en el departamento de Usulután.

Se lo miraba entusiasmado al saber que ese día comenzarían las excavaciones en el sitio al que ha llegado después de varios años de tratar de cumplir una de las dos promesas que se hizo a sí mismo: darle cristiana sepultura a los restos de su madre, Marina Mejía, quien tendría unos 36 años cuando un grupo de cinco guerrilleros del entonces Partido Revolucionario de los Trabajadores Centroamericanos (PRTC), la sacó de su vivienda con engaños.

Aquel día, Armando no estaba en su casa porque su madre lo había mandado al cantón Tierra Blanca, a hacer compras de alimentos para el comedor que ella tenía. “Por cuestiones del destino, yo no pude regresar aquella noche. Al siguiente día que yo vine, me halle de que a mi madre la habían llegado a sacar unos soldados, cosa que no fue así, fueron los guerrilleros”, dice con firmeza.

Aquel jueves, cuando Armando volvió a su casa, su abuelo le contó que unos hombres que dijeron ser soldados habían llegado a la casa, le ordenaron a Marina que se pusiera dos mudadas, una sobre otra, porque la iban a llevar a un campamento.

“¿Cómo es que eran soldados y la iban a llevar a un campamento?”, se pregunta Armando, quien cree que por la conmoción, su abuelo no logró captar esa contradicción.

Marina era guerrillera; Armando recibía entrenamiento

Armando explica que, aproximadamente desde 1977, su madre era parte del movimiento subversivo, en el cual ya tenía mando aunque las tareas que realizaba se limitaban a asuntos de logística y de inteligencia, “sacándoles información a los policías de Tierra Blanca”.

El hombre recuerda a su madre como una mujer que solía vestir de pantalones y camisas mangas largas y un morral tejido a mano en el que siempre portaba un revólver.

A él lo llevaba a reuniones clandestinas, incluso recuerda que lo llevó a San Salvador cuando Monseñor Romero fue sepultado. “Allí andábamos; ella andaba armada”, explica.

Para cuando la guerrilla mató a Marina, Armando ya estaba siendo entrenado como combatiente en el manejo de carabinas, fusiles y revólveres 22, que era el armamento que predominaba entre la guerrilla, en ese momento.

Armando, ahora de 50 años, afirma estar seguro de que fue la guerrilla porque más o menos dos semanas después de que Marina fuera sacada de su casa, él estaba en un campamento guerrillero, recibiendo entrenamiento cuando escuchó decir al comandante del campamento, que irían a amenazar al papá y al hijo de la Marina para que se fueran del lugar, porque ya a ella la habían matado.

Fue entonces que Armando decidió alejarse del movimiento guerrillero. Pero la vida le resultó difícil para él y su hermana. De manera separada tuvieron que vivir por un tiempo con algunas familias que los acogieron en sus viviendas.

Vengar a su madre

Poco tiempo después, Armando decidió escapar de la casa donde vivía y se fue a Guatemala de donde volvió para meterse al Ejército con una idea clara: vengar a su madre.

Aún conserva el carné que lo identificaba como soldado del Batallón de Infantería Antiterrorista (Biat) Oromontique, de la Sexta Brigada de Infantería, con sede en Usulután.

Cuando se presentó a prestar su servicio militar se sinceró: cuando niño había sido entrenado por los guerrilleros quienes le habían asesinado a su mamá. Un familiar de Armando que había desertado de la guerrilla y se había convertido en militar, dio fe de lo que aquel joven decía. Fue aceptado.

Al terminar la guerra, Armando decidió emigrar hacia los Estados Unidos pero la distancia no le hizo olvidar sus dos promesas. Desde allá hablaba a las radios salvadoreñas pidiendo ayuda en cuanto a que si alguna persona sabía dónde habían dejado a su madre, que lo ayudaran. No hubo resultados.

Por varios años trabajó colocando cielos falsos en Estados Unidos pero siempre regresaba a Tierra Blanca, cantón vecino de Salinas del Potrero, a buscar información sobre su madre.

Armando recuerda que un dos de noviembre, mientras se encontraba a en El Salvador decidió comprar flores e ir a enflorar cruces abandonadas.

“Me arrodillaba y les susurraba a las cruces, les dije: veo que nadie te ha enflorado, yo te voy a dejar unas flores. Y les decía: sabes, a mi madre la mataron y la dejaron abandonada y nunca he podido llevarle una flor o una corona; ayúdame a encontrarla. Cuando uno tiene fe los resultados son rápidos”, dice.

A la media hora encontró a una señora a quien le preguntó si había conocido a un muchacho que se llamaba Juancito Bonilla y ella me llevó a donde estaba enterrado. Juan era su hermano, lo mataron como en 1981 o 1982, por hombres que llegaron a sacarlo de su casa.

Con esa conversación surgió el hilo que lo llevaría a dar con personas que, supuestamente, enterraron a Marina porque vivían a pocos metros de donde fue asesinada.

Fueron esas personas quienes le indicaron el lugar, que es donde entre el martes y jueves de la semana anterior realizaron excavaciones. A Armando se lo miraba con una gran carga de fe de que encontraría los restos de su madre. Pero al final de la tarde del jueves, después de tres días de abrir zanjas de más de un metro de profundidad, Armando volvió a quedar vacío de entusiasmo: solo hallaron unos retazos de tela, un botón pequeño y dos huesos que, según le dijo el antropólogo del Instituto de Medicina Legal de Usulután, no eran humanos.

Armando quiere justicia

“No solo asesinaron a mi madre, también me asesinaron a mí. Después del asesinato de mi madre mi familia se perdió. A mí me abandonaron, nadie me quiso ayudar”, dice Armando a manera de reclamo hacia los dirigentes de la exguerrilla.

“Yo quise callar esto; lo quise callar porque dicen que las heridas se sanan olvidando, pero realmente no se olvida. Yo le he puesto atención a la política de nuestro país en los últimos 20 años y me di cuenta que estos señores del FMLN se han pasado la vida acusando al Ejército, a la Fuerza Armada, de masacres que yo sé que las hubo, que murió gente inocente, pero la guerrilla fueron unos cobardes que se escondían detrás de los campesinos, que ponían sus campamentos a mediación de los campesinos y a la fuerza los obligaban que formaran parte de eso. Siguiendo esa línea, si piden justicia y ellos hicieron tantos asesinatos, por qué no pedir justicia y que ellos paguen por tanto que hicieron”, cuestiona el hijo de Marina.

Armando añade: “Ellos lo que hacían es que en las pequeñas comunidades escondían el armamento en las casas, llegaban los soldados, no hallaban nada, se iban y luego los guerrilleros volvían. De hecho, a nosotros como niños que éramos nos usaban como los postes que ahora usan las pandillas. Mirábamos a los soldados, salíamos corriendo a donde el otro, y así, hasta que llegábamos a avisarles que venían los soldados”.

Según Armando, mientras lo entrenaban siendo aún un niño, estuvo en los campamentos guerrilleros que hubo adelante del cantón Tres Calles, en el municipio de San Agustín, siempre en el departamento de Usulután.

“Estuve allá por Linares Cahulotal, donde el campamento estaba lleno de mujeres embarazadas, niños, abuelitos, entonces a la hora de un enfrentamiento con la guerrilla, el soldado no iba a saber si allí había niños, obviamente muchos niños de 10 años ya andaban armados, y la guerrilla lo que hacía es que ya muerto el niño, le quitaban el fusil y lo dejaban tirado allí y luego aparecía que era víctima del Ejército, cuando el niño ya andaba armado. Lo viví, yo vi los lugares donde eso pasaba”, asegura.

Armando cuenta que no ha sido fácil lograr el interés institucional sobre el caso del asesinato de su madre, su intención de encontrar los restos y llevar ante la justicia a los responsables.

Recuerda que una vez, durante una manifestación en la Asamblea Legislativa para presionar sobre la nueva Ley de Amnistía, le pidió de favor a un abogado que le ayudara en su caso, pero este, al enterarse de quiénes serían los acusados, le dijo que no podía ayudarlo.

El abogado y ex funcionario, a quien se refiere Armando es uno de los que más aparece pidiendo que no haya impunidad. “Pero veo que solo en los casos donde los acusados son de la Fuerza Armada, porque a mí no me quiso ayudar”, explicó.

El caso de este asesinato, ya está en manos de la Fiscalía General de la República (FGR), quien al igual que la jueza de Paz de Jiquilisco, estuvieron presentes en los trabajos de excavación la semana anterior.

De acuerdo con Armando, de los cinco hombres que sacaron a Marina y que la ejecutaron, solo uno de ellos vive todavía; sin embargo, la intención del agraviado es llevar ante la justicia a quienes dirigían las ex organizaciones guerrilleras que operaban en la zona sur de Jiquilisco.

A pesar de la desilusión que encaró la semana pasada, Armando dice que continuará buscando el lugar donde su madre fue enterrada hace 39 años.