“Su muerte trajo paz a la patria”: 75 aniversario de un asesinato
El domingo 7 de mayo de 1944 era un día marcado por la mala suerte. Era domingo 7 y el año era bisiesto. La superstición popular de una tragedia inminente rondaba a la capital salvadoreña.
Aquel domingo, San Salvador estaba casi en silencio. Desde el 28 de abril, estudiantes universitarios, profesionales, ferrocarrileros, trabajadores y empresarios de fábricas, cientos de mujeres y muchas personas más participaban en la huelga general contra la larga dictadura del brigadier Maximiliano Hernández Martínez.
Las principales bartolinas, cárceles y penitenciarías de la capital estaban abarrotadas de presos políticos. Por ellos, sus familias y amigos libraban esas largas jornadas de resistencia pacífica, fundamentadas en los principios de la no violencia marcados desde la India por el Mahatma Gandhi. Nadie se reunía en grupos, pero muchas personas se hacían circular —de mano en mano— las diferentes hojas sueltas en que se denunciaban los cada vez más crecientes desmanes de la dictadura.
Tras la hora de la comida, en la casa marcada con el número 65 en la intersección de la Primera calle poniente y la 15ª Avenida norte, en el barrio capitalino de Santa Lucía, un adolescente de 17 años decidió salir para buscar algunos amigos, dirigirse al Campo de Marte y divertirse juntos. Cruzó la puerta de la casa familiar y se dirigió hacia la esquina de la residencia del doctor Chamorro, situada a escasos metros.
Aquel joven se llamaba José Roberto Wright Alcaine. Había nacido el 1 de octubre de 1926, en el hogar formado por el estadounidense John T. Wright y la salvadoreña María Teresa Alcaine Cáceres. Él era un emprendedor dedicado a los agronegocios y ella descendía de varias familias de linaje e historia dentro de la sociedad salvadoreña del siglo XIX.