Las jugadoras de Águila dijeron basta y con justa razón. Cansadas del destrato dirigencial para el fútbol femenino se rebelaron -con justa razón- y decidieron no jugar su partido frente al Santa Tecla. El caso tomó estado público y sirvió para desenmascarar algunas miserias de equipos los equipos femeninos de El Salvador, a pesar del apoyo anunciado por la FIFA de 500 mil dólares “específicamente” para el fútbol femenino (como lo dice claramente y con esas palabras el comunicado oficial de FIFA).
La denuncia de las jugadoras iba desde la falta de viáticos hasta que las hacían entrenar a la 1 de la tarde en San Miguel sin hidratación. Esos entrenamientos, en vez de ser en el Barraza, se repetían canchas no aptas de distintas colonias. Y no contaban con kinesiólogo en los partidos (alguna vez desde aquí también se denunció que Jocoro no tenía médico con el equipo femenino).
Desde la Fesfut, la respuesta de la Comisión Disciplinaria fue indignante: además de darle el partido por perdido, las multó con 25 dólares a cada una de las 17 jugadoras, que justamente no recibían ni un cinco ni siquiera en viáticos. Así o más cínicos. La multa fue tan absurda que hasta el jugador de la Selecta Pablo Punyed se enteró del disparate en Islandia y se ofreció a pagar la multa. Un gesto noble ante tanto dislate.
La dirigencia aguilucha que en un primer momento había lanzado un comunicado con el insólito argumento de que las jugadoras no se presentaban a jugar contra Tecla porque el partido se iba realizar en cancha sintética, revieron su actitud ante la avalancha de indignación en las redes sociales.
Así, rectificaron su vergonzante comunicado anterior y se comprometieron a darles viáticos, hidratación, un kinesiólogo a tiempo completo y gestión para que el plantel entrene en canchas con mejores condiciones. Es decir, las condiciones mínimas para poder contar con un equipo femenino.
Todos sabemos que muchos equipos solo tienen el femenino para cumplir con la obligación de poder tener la licencia de clubes y así poder participar en la LMF. Una realidad tan triste como desigual.