INFORME ESPECIAL: La pobreza en la liga nos golpea a todos, capítulo final

EDH Deportes finalizó su recorrido por varios estadios del país. Esta tercera y última entrega expone varias miserias que afectan también a periodistas y comunicadores en la Liga Mayor de Fútbol.

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Un reservista del ??guila se dispone a llevar agua al interior del antiguo camerino de los emplumados. Ingenio ante las carencias básicas. Foto: EDH/Jorge Reyes

Por Robbie Ruud

2019-06-06 7:06:45

San Miguel y su cabecera departamental en especial se caracterizan por su cálida temperatura. El centro de la ciudad cuenta con muchos comercios y lugares por dónde andar. Para un escandinavo promedio que guste de lo urbano, y de un clima muy tórrido, este podría bien ser el paraíso que busca. El día es sumamente soleado, llego al Estadio Juan Francisco Barraza y un parqueo con toneladas de polvo se convierte en un problema para los globos oculares cuando un viento travieso se le ocurre soplar a su antojo. El relieve irregular del estacionamiento, la cantidad de grava y la corta maleza que circunda el recinto hace pensar para cualquiera que no conozca el estadio que está en estado de abandono. Sin embargo, al entrar en el extremo sur del recinto, constato que la vida florece gracias a  palmeras y árboles frutales. A un costado se encuentran los antiguos camarines de Águila, santuarios del futbolista aguilucho y sitios también de reflexión e intimidad deportiva. En las afueras de estos faltaría un poco de ornato para que se vean impecables.

Al interior de un Barraza renovado se puede percibir que la cancha necesita más cuidos, y es que cuenta incluso con algunos agujeros que no permiten el traslado cómodo y eficaz del balón. Del lado de los banquillos hay un desorden importante en la zona verde, siendo esta compuesta de mala hierba, zacate y algunos artefactos que no hacen armonía con nada que se encuentre cerca. Tablas, mangueras y otras cosas arruinan claramente el recuerdo fotográfico de un usuario promedio de Instagram, esa misma gente que ama lo inmaculado e impecable dentro de una fotografía. En la tribuna norte, justo en la parte superior hay una lámina que tapa un antiguo patrocinador del equipo, esta estuvo siendo sacudida por el viento sin que alguien hiciera algo al respecto. Un remiendo que necesita de una mano pronto.

De hamburguesas y sodas se compone básicamente el refrigerio de los reservistas de Águila tras igualar a cero con Sonsonate. Foto: EDH/Jorge Reyes

El juego de reservas entre Águila y Sonsonate ha finalizado. Los jugadores se retiran a sus banquillos para la respectiva hidratación, los emplumados van luego hacia sus nuevos camarines, esos que fueron instalados bajo el sector sur del estadio. Dicha área es las más reciente edificada del plan de remodelación puesto en marcha hace un par de años, en ese momento dicha tribuna aún no fue habilitada para el ingreso de aficionados locales y visitantes. La reserva aguilucha tras el juego procedió también, a ponerse sus uniformes casuales de equipo, a comer hamburguesas caseras y soda; en tanto los cocoteros engulleron varias piezas de una famosa marca de pollo frito para liquidar el hambre y compensar el esfuerzo realizado.

Tras un cero a cero que dejó poco contentos sobre todo a los entrenadores, en especial al Iván “Diablito” Ruiz, del Sonsonate, quien platicó e hizo un poco de catarsis sobre sus dirigidos, al tiempo que recordó los últimos años de su carrera como futbolista.

– Flojito cero a cero profe Ruiz

– Sí, la verdad es que los muchachos no se pusieron las pilas, pero ya habrá otra vez para que aprendan de sus errores.

– ¿Qué les falta profe Ruiz para que den el salto?

– Bueno, se hace lo que se puede. Pero ellos podrían dar más de lo que dan

– Seguro que sí, ya dentro de poco sabrán qué se siente ganarse el pan con la profesión

– Es que mire, el nacional es muy cómodo. Estos bichos andan con su celular, y todos andan viendo cuál es el más chivo, el más caro ¿y para comer? Viera qué me cuesta con ellos.

– ¿Qué le cuesta profe?

– Que se metan a la profesión, que tengan disciplina

– En sus tiempos profe en los camerinos era otra cosa ¿no? Reflexión, algarabía, pasión, más compañerismo…

– Sí, eran otras épocas. Sin celular, el jugador estaba más metido en el fútbol, en el resultado, en lo que se fallaba, en lo que había que corregir. Ahora eso es bien difícil inculcar en los muchachos. Hay que andar detrás de ellos y detrás de ellos para que atiendan indicaciones, para que suelten el teléfono, porque ahí pasan. Es yuca (difícil).

– ¿Y los extranjeros, no profe?

– Ahhh, olvidate, antes los extranjeros que teníamos eran fuera de serie, ahora un futbolista de ese talante es muy caro; y por eso no viene. Toro, Celio Rodríguez, De Moura, esas figuras así no van a haber acá otra vez.

– Bueno profe, volviendo a los muchachos, está bueno que los presione para que respondan.

– Hago lo que puedo hijo

– Buena suerte profe

La motivación es generalmente difícil cuando no hay salario, y para algunos hay apenas viáticos (para que se transporten sobre todo) estas cosas las reveló una investigación de EDH Deportes el pasado año, donde se sacó una especie de “radiografía” del futbolista salvadoreño.

Del lado negro y naranja vemos unos cuantos jugadores de la reserva de Águila que van a pie y otros en bicicleta. Segundos después salen del portón de acceso en dos ruedas los emplumados Luis Álvarez y Brian Paz (este último fichado por FAS para el Apertura 2019). Álvarez, lateral izquierdo del nido, es chef profesional, se graduó hace poco y usa la bicicleta no solo como un medio para transportarse, confirmé también con lo mostrado por él en público a través de una de sus redes sociales que el ciclismo es una auténtica pasión. Álvarez anda por montañas superando obstáculos, fortaleciendo el alma, y por qué no, también el corazón y los músculos de sus extremidades.

El vehículo de la Cruz Verde ¡sin luces! ¿Cómo hacen por la noche? Foto: EDH/Jorge Reyes
Vehículo que transporta al Sonsonate en uno de los estacionamientos del Barraza. Foto: EDH/Jorge Reyes
Landaverde y Paz abandonan el estadio tras jugar ante el Sonsonate. Foto: EDH/Jorge Reyes
Lo que no se ve en las transmisiones de tevé. Cerca de los banquillos hay cachivaches y basura tirada. Foto: EDH/Jorge Reyes
El descuido es perceptible para pocos, esto en la tevé muy poco se muestra. Foto: EDH/Jorge Reyes

Fernanda Méndez es una hincha emplumada acérrima, tiene muchos años de seguir al equipo y no piensa dos veces en ir al Barraza para apoyar al cuadro de sus amores. A veces viaja con la barra, a veces no. Generalmente se ubica en la sección conocida como “Sol”, la popular de dicho estadio. Siempre va bien equipada para que el sol no la haga añicos.

– La verdad es que en sol es donde hay más ambiente ¿no?

– Sí, toda la vida, solo que antes era mejor ir de noche, hoy con esto de que no hay luz ya cuesta

– Sino hay que ahorrar para irse al otro lado

–  Sí, pero acá es más divertido y se vive con más pasión, allá al otro lado no tanto. En la popular me gusta aunque se sufra más (por el sol)

– Los chicos de la barra sí que son incansables

– Ahhh sí, olvídese, estos muchachos no los detiene nada, aunque el sol sea cruel

– ¿Nunca hubo problemas con ellos?

– Un par de veces se pelaron haciendo desórdenes, pero la barra se encarga luego de ponerlos en su lugar con sus reglamentos propios, casi siempre hay que andar atento cuando se juega contra FAS o contra Alianza

– Claro, esos partidos son siempre muy disputados

– Así es

– Seguro en el ingreso todo estuvo bien

– Bueno, le voy a contar, a veces creo que la policía se pasa

– ¿en serio?

– Sí, yo creo que hay mujeres policías, no sé, pero no se comportan como deben y lo manosean todo a uno

– Lamento mucho que le ocurriera

– Sí, viera qué feo. Una vez que entré, recuerdo que me dijo la mujer que me abriera toda, como que si fuese hombre, y me sentí bien incómoda. También cuando me registró sentí que se pasó. Y yo dije en mi mente ¿qué le pasa? ¿qué no ve que no ando nada? ¡Si se echa de ver que apenas la cartera y nada más! Pero bueno, uno no se puede quejar porque lleva las de perder.

– ¿Así son con todas las personas?

– Pues mire, yo siento que a veces con la gente que lleva un montón de cosas como bombos y otras cosas está bien, y a ellos incluso he visto que no los revisan o apenas, osea, que sean bien estrictos, pero con uno que apenas lleva algo no deberían de pasarse.

– Solo en un estadio vi que había seguridad privada

– Quizás eso sería lo mejor, viera que a veces veo los policías, los de la UMO, se clavan, agarran a un bicho (joven) y les llegan a dar (golpes) solo porque dicen palabrotas a los dirigentes. Eso pasaba bien seguido con la gente de la directiva anterior, hoy ya no. La gente yo sé que se va a desahogar a los juegos, pero también les dicen sus verdades, y no tienen por qué tratar así a la gente que se queja con toda razón. Yo a veces vi cómo les llegaban a pegar y uno después de ver eso ya no está a gusto viendo el partido, uno ya no se puede concentrar sabiendo que han golpeado a alguien por cosas como esa. Ya no hay libertad de expresión.

– Pero bueno, como dice, al menos eso ahora ya no pasa

– En lo que he visto ya no. Mire la gente de la barra trata de llevar la fiesta en paz como puede. Uno le pone ambiente al partido pero hay que tener cuidado. Los de la barra se tienen que comportar, pero quizás es mejor contratar seguridad privada, porque pobres policías andan con un estrés, y a veces como que acá se hubiesen querido desquitar.

– ¿Y entre barras hay problemas?

– Sí, poco pero sí. Alguna gente de entre las mismas barras no se lleva, pero la barra los tiene cortitos a los que hacen desórdenes. Tienen que entender que se viene apoyar al equipo.

– ¿Ha visto maltrato de dirigentes o cuerpo técnico hacia los jugadores?

– No, eso sí no. No he visto nada parecido. Es que uno se concentra más en el partido y ya, todo normal.

Una escena que llamó la atención antes del juego fue cuando un jugador del plantel mayor andaba en toalla en el estacionamiento para llevar un poco de agua en un balde. Quise preguntarle para qué la ocuparía, pero iba tan rápido que apenas me vio. Justo en el “lobby” de los antiguos camerinos había un tránsito pesado con una mesa gigante, maletines, y otros cachivaches que dejaban un desorden considerable a la vista. También cerca había un pick-up de carga que transportaba los uniformes, lucía un tanto tosco en medio de un basurero, ciertamente.

Ya en el juego todo transcurrió con normalidad. Los equipos médicos atendieron con diligencia, la Cruz Verde estuvo atenta sin mayor actividad, y mientras todos nos derretíamos el juego no tuvo mayores cosas que lamentar. Por cierto la Cruz Verde que daba la atención para ese juego tenía un vehículo noventero que se caía a pedazos.

Días más tarde comprobé que los estadios urgen de una zona para prensa donde todos los profesionales de las comunicaciones puedan tener un espacio apropiado para realizar sus labores sin ningún problema. Siempre en el Barraza, Diego Tovar, comunicador del FAS, sufrió en carne propia esta carencia en cuestión. En la cobertura del Clásico Nacional el sábado 11 de mayo, Tovar llevó su computadora para ejercer las funciones de siempre, y por supuesto, identificado con una camiseta del equipo tigrillo. Pero ese día fue complicado para Diego, ya que un aficionado emplumado dañó su computadora en un arranque de cólera durante el juego; tras las gestiones respectivas el comunicador logró ponerse de acuerdo para que el hincha negro-naranja pagara los daños ocasionados a su equipo electrónico. Los periodistas y comunicadores se convierten en personas vulnerables en la Primera División al estar obligados a sentarse con los aficionados sin que nadie vele por la integridad, seguridad y comodidad del gremio. No hay un solo recinto deportivo, dirigencia o logística que brinde protección específica a este cuerpo de profesionales; cuanto menos quienes hacen radio poseen cabinas con cerrajería necesaria para evitar eventos adversos como el descrito, el resto está muy expuesto a incidentes.

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El auto parecía que iba a prenderse en llamas, el tablero, a derretirse, el sol nos hacía una “finta óptica” para burlarnos y salirse con la suya. Estábamos a nada de ver espejismos en la carretera. El aire acondicionado del vehículo se había dañado y arrojaba aire de unos 20 celsius, había que bajar los vidrios para sobrevivir al menos a la falta de oxígeno. Resolver el tema del calor estaba lejos aún en tiempo, era el pleno mediodía. Cuando bajé del auto percibí como la grava caliente del estacionamiento parecía carbón encendido, ese que buscaba traspasar la suela de mis botas. Me dirigí hacia el interior del estadio llamado “Tierra de Fuego” para buscar un poco de sombra y refugiarme así de un sol titánico. ¿Alguien percibe que estoy en una “pantalla” o nivel de algún juego del legendario Mario Bros?

Accedí entonces a uno de los tres bloques de graderíos disponibles en el estadio. Jugaron a la hora del “zope” los muchachos de Jocoro y Limeño, un duelo entre hermanos orientales y vecinos departamentales; el primero y local de Morazán, el segundo de La Unión. Cuando me senté confirmé el presentimiento, en plena sombra el graderío estaba casi hirviendo; fuera del alcance del sol verifiqué la térmica: 38 celsius ¡Paaa! En total luz seguro me encontraba a 45 celsius cuanto menos. Los chicos corrían en la cancha pero se echaba de ver que pese a los tiempos de rehidratación ellos ya no daban más, eran solo el puro honor y las ganas de mostrarse las atenuantes que los hacían moverse para atacar o defender en cancha.

Los contactos en el juego se hicieron sentir, en cada choque parecían salir disparadas varias gotas de sudor, como si de una guerra de globos con agua se tratara. Llamó la atención poderosamente que no hubiese ni Cruz Roja ni Verde para el duelo entre los chicos; eso sí, al menos había unas camillas entre los banquillos, pero más, nada. Por fortuna no hubo nada qué lamentar en ese apartado. Por cierto, hablando de los banquillos, la manera en cómo se construyeron fue una excelente idea para que se conservaran un ambiente más fresco para los suplentes y cuerpo técnico, estos están construidos a unos cuantos centímetros bajo el suelo; lo malo, es que siendo así no se puede ver el juego desde allí sentado.

No era fácil observar el encuentro de reservas, la intensidad lumínica era tal que una manera segura y cómoda de verlo era llevando lentes oscuros; pero ni se me ocurrió pensando que algunas nubes harían sombra para esa hora. Me puse entonces la agenda en la frente para restar a mi visión brillo, contraste, y enfocarme en el muy juego de los chicos. Aún así seguía incómodo sin poder ver satisfecho todas las acciones, pero había que poner atención. Jocoro terminó con dos expulsados y resistió el embate final del Limeño, todo acabó sin goles para desdicha del público presente; podían contarse unas 50 personas más o menos. Una señora llegó con un cojín para sentarse, y otro señor con un banquito de plástico, ninguno estaba dispuesto a negociar una cistitis, término médico para nombrar a la inflamación de la vejiga urinaria. Acabé entonces viendo el duelo de pie para evitar complicaciones.

Los banquillos en Jocoro no son muy espaciosos, pero sí son efectivos contra el calor y estando unos centímetros abajo se conservan un poco más frescos. Foto: EDH/Robbie Ruud

La mayoría de aficionados que llegaron al juego de reservas se mostraron con mucha educación depositando la basura donde corresponde. Los vendedores de bebidas se frotaban las manos ante la inminente llegada de los hinchas para el cotejo entre los equipos mayores. La fanática de Jocoro que se ubicó cerca de mí aprovechó para ver los últimos minutos; esta más tarde llamó a una amiga suya quien le llevó café para que se refrescara; sí, no sé qué frescura podía aportarle a su organismo pero eso precisamente le llevó. Cuando lo probó le dijo que estaba un poco tibio; “no hay problema”, le replicó, entonces dijo que se lo calentaría ¿dónde? me pregunté, la señora puso el vaso en el último graderío donde el sol quemaba, nunca supe si tuvo éxito esa idea.

Ninguno de los planteles de reserva dedicaron minutos para hacer ejercicios de regeneración tras el juego, tan solo tiempo para hidratarse. Jocoro largó entonces hacia una especie de glorieta gigante para descansar y cambiarse de ropa. Como en toda glorieta había una ausencia de puertas y paredes; el cuadro se mostraba lejos para la mirada distraída de quien esperaba con ansias el duelo mayor, pero se exhibía cercano a los ojos de los más curiosos. Los futbolistas de Jocoro se cambiaron e hidrataron; algunos volvieron para sentarse y mirar a sus colegas, otros se marcharon, lo mismo justamente pasó con los muchachos de Limeño.

Debido a los menesteres de la cobertura perdí mi lugar en la tribuna, fue imposible recuperarlo porque todo se llenó en dos patadas (pocos minutos). Intenté en vano ubicarme en otra localidad, pero tocó ver el juego parado en la pista. Si no medías al menos 1.90 metros, era complicado mirar todas las acciones con detalle porque mucha gente que no encontró dónde sentarse se amontonó entonces sobre la malla ciclón exterior que divide la pista de la cancha; pero tampoco desde ahí se tenía la mejor visual. Para que lo tengan en cuenta, en el estadio solo hay dos lados del rectángulo con gradas y techo. Ante lo dicho era lógico imaginar que no hubiese zona de prensa, y por supuesto no la había, como en casi todos los estadios. El único espacio liberado fue la “L” donde no hay graderíos, es decir los otros dos lados del rectángulo; ahí si acaso se contaban unas diez personas, pero intentarlo desde esa posición sería destrozarse las córneas incluso con la ayuda de los mejores lentes de sol. La última alternativa para ver el duelo a plenitud, también falló.

Ante los inconvenientes panorámicos solicité al portero administrativo brindarme acceso a la cancha, pero no fue posible, él me argumentó que está prohibido el acceso para la prensa durante el juego, pero menos para la de tevé. Rogué por una excepción y le expliqué la imposibilidad de ver con precisión el partido, le expuse que me urgía la cuestión por razones laborales, sin embargo, me dijo que me ubicara entonces donde el sol hacía de las suyas para intentar ver mejor el juego; al final todo el diálogo no sirvió de nada. Mas para lo que sí funcionó fue para dejar paranoico al encargado en cuestión. Más tarde coincidí de nuevo con él para pedir nuevamente el acceso a cancha y entrevistar tanto a futbolistas como entrenadores tras el juego, entonces él sí me dejó pasar sin problema, pero en su mirada advertí una alerta extrema, como si esperase algún súper insulto, un reclamo con palabrotas, gritos, u otro tipo de agresión de mi parte para proceder a entonces a neutralizarme. Fue entonces cuando me sentí culpable por haberlo puesto en ese estado psíquico, a la defensiva, con dientes apretados y alguna vena exhaltada. Pero decidí estoicamente continuar con las tareas post-partido y no darle más pelota al asunto, había que seguir.

Los graderíos en Tierra del Fuego no dan abasto, la afición también se agolpa sobre las mallas para ver, de poco sirve sentarse. Foto: EDH/Robbie Ruud

Retrocedamos el cassette hasta el primer tiempo, cuando me ubiqué a la sombra de una palmera y tras unos policías para intentar ver desde una mejor posición el juego, y el resultado de esto fue regularmente bueno. Pese a portar el carné de prensa colgando de mi cuello y mi agenda de apuntes en la mano, los agentes volteaban una y otra vez para verme; pero yo no les devolvía la mirada, necesitaba enterarme cómo se desarrollaba el encuentro. Minutos más tarde uno de ellos fue a cubrir mis espaldas para verificar que todo estuviese bien conmigo, admito que eso me hizo sentir incómodo, pero seguí enfocado en el duelo. Ignoré todo ese ruido psicológico de lo sucedido, y tras varios minutos de observación me percaté que tras media hora el duelo era rácano, de mucho contacto y pocas llegadas a gol. Bastante cansado a los ojos.

Los aficionados del Limeño gritaban varios improperios contra el equipo de Jocoro: “Los vamos a mandar a segunda hijos de p…”, “va ganando Firpo, hijos de p…. (era falso), “ya los vamos a mandar a la m….”, entre otras cosas. Unos cuantos hinchas cucheros estaban aún más fuera de sí, e incluso le empezaron a reclamar a William Renderos Iraheta, entrenador del equipo al que apoyaban:

– ¿Qué no le enseñan nada a estos hijos de p…? Vamos Municipal Limeño por la gran p… demuestre que ese maje les enseña algo

 Renderos Iraheta volteó la mirada a la tribuna, pero de nuevo giró a la cancha para estar pendiente del juego

– ¡Vos ubicate pend…, ubicate!

El entrenador del Limeño rotó de nuevo su mirada para identificar a quien le reclamaba de esa manera, y en consecuencia recibió entonces más insultos. Acto seguido Renderos habló e hizo un ademán al teórico agresor, pude interpretar que le decía “veámonos después afuera de la cancha”.

– ¡Callate cero** poné atención hijue…!

Al oír esto último el entrenador hizo rápidamente un gesto obsceno con su dedo medio derecho a la hinchada que se encontraba en ese sector, de inmediato se vinieron más abucheos para él, e increíblemente, reitero, eran de la fanaticada cuchera, no de Jocoro. Finalmente el timonel santarroseño tiró la toalla y prefirió ignorar a los problemáticos aficionados. Terminado el primer tiempo buena parte de los graderíos fueron desalojados, pero los escalones superiores quedaron repletos de gente resguardando su asiento, sin que nada les obligara a moverse. Fue entonces cuando aproveché para sentarme en el mejor sitio disponible posible, pero esto tampoco sirvió de mucho. “Mirá ¿y cómo hacés para narrar si no se ve nada para allá?”, le reclamó un aficionado a un periodista que cubría para una radio capitalina. El periodista no le respondió nada, pero otro aficionado se animó a responder por él “es que cuando ya no mira bien el partido pide los comerciales o el comentario (análisis) del juego”, tras ello se escucharon unas carcajadas.

Para el segundo tiempo poca gente tomó posesión de los primeros dos graderíos, y las pocas personas que llegaron fueron para ver el partido de pie. Estos aficionados se colocaron no sé si con o sin dolo, justo como para bloquearme; pero antes de reclamarles para que mejorara la visual propia me rajé (rendí) porque intuía que sería en vano ¿más problemas gratis? Pasó entonces que todos en los graderíos contiguos permanecimos de pie para ver el juego, sin la mejor de las vistas en lo absoluto. Los ánimos se caldearon más cuando el equipo visitante no pudo anotar por la vía del penal. Fue entonces cuando la mayoría de fanáticos – siempre del Limeño- empezaron a gritar y decir palabras soeces al por mayor y por cualquier cosa, la desesperación ya estaba instalada hasta el pitazo final. Algunos hinchas cucheros, los más beligerantes, exigieron con gritos a los camarógrafos de tevé apartarse para dejar ver el juego a plenitud. Lo más insólito es que estos pseudoaficionados se encontraban en el último nivel, donde la visión era inmejorable pero no perfecta, pasa que la impotencia les bloqueó las neuronas, y solo un gol podría haber apagado todo aquel incendio mental. Pero eso nunca llegó.

Al terminar el partido pude observar “canastadas” de basura arrojadas a la pista y a los graderíos. Los visitantes se fueron muy molestos, y los locales algo satisfechos. “Algo”, porque muchos quienes pagaron su boleto de ingreso no pudieron contemplar todo el encuentro a plenitud por las limitantes de aforo, incluso varios se fueron cuando iban apenas 70 minutos. Ese día Jocoro se salvó del descenso, situación que mandó a la lona a Firpo por sexta vez en su historia. Próximo al final del juego, contiguo al complejo donde se levanta el estadio, a alguien se le ocurrió la brillante idea de quemar basura; menos mal ya todo mundo se marchaba. El humo generado era fuerte, parecía que miles de colillas de cigarro eran incineradas; pero lo cierto es que el “Tierra de Fuego” no arderá más, con probabilidad, hasta el próximo torneo de Liga Mayor.

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La última parada del recorrido es Santa Rosa de Lima, ciudad que comparte patrona desde la catolicidad con la capital de Perú. El clima, como es sabido, es generoso en cuanto a calor y aridez se refiere; pero ese día habría una sorpresa que el cielo deparaba. Al entrar a la ciudad da la impresión que varios comercios dan la bienvenida a los visitantes de primera mano, esto, en lugar de que sea un rótulo de Obras Públicas o de la alcaldía. La calle principal no es muy ancha, pero las viviendas y los comercios, en su mayoría, tienen un notable espacio previo, el andén es ancho, así que hay una sensación de amplitud cuando se ve hacia la parte superior de cualquier estructura, todas de uno o dos niveles.

Al llegar al estadio Doctor Ramón Flores Berríos observo que no hay un letrero que dé la bienvenida. Hay un pequeño parqueo interno y externo, en el primero caben quizás unos 15 vehículos medianos, en el externo, poco menos. Afuera apenas se dejan ver algunos distintivos del equipo que juega como local, por no decir nada. Ingresamos al parqueo interno no sin antes atravesar un estricto control de seguridad que verificó credenciales y nuestra procedencia; el proceso fue tal, que habiendo pasado el portón y el control respectivo nos abordaron también tras estacionar el vehículo para preguntarnos nuevamente de dónde llegábamos. Quizás los empleados del estadio y del equipo tuvieron una larga y complicada mañana.

Al bajar del auto y buscar el ingreso al estadio puede apreciarse en el parqueo interno que hay varios objetos y cachivaches tirados a su suerte, como antiguas porterías y otras cosas en desuso. El camerino local expone varias cosas, el visitante no tanto. Entre esas cosas están los uniformes de los futbolistas del Limeño. El portero que habilita el ingreso al estadio desde las cercanías del camerino visitante es la ley y el orden, con formas de hacer y deshacer semejantes a los de un vaquero del viejo oeste: intenso, tosco y selectivo. Pese a la advertencia sobre su comportamiento ninguno de los compañeros, ni mi persona, tuvimos inconvenientes… en ese momento.

El parqueo tras una fuerte lluvia se convierte en un intransitable lodazal para cualquier transeúnte. Un par de porterías tiradas restan espacio. Foto: EDH/Robbie Ruud
Cerca del portón y abajo de los graderíos se crea un lodazal tras la lluvia. Foto: EDH/Menli Cortez
Estas sillas están en un total abandono en la tribuna cuchera. Foto: EDH/Menli Cortez

El estado de la cancha, sin tener los conocimientos de un experto, era bastante irregular. En los costados habían varios baches y relieves carentes de grama. En la portería cerca del parqueo podía verse cómo la línea de gol tenía una curva, y es que estaba sobre una elevación en su punto más alto de unos cinco a diez centímetros. Digamos que era un montículo bastante disimulado para el arquero, pero no para el ojo del espectador. La presencia de grama quemada en varios sectores era esperada, y confirmada. El árbitro y su equipo verificó al menos que la cancha tuviese las medidas necesarias en las líneas de cal que establecen los límites.

En los graderíos del sector popular la gente se congregaba bajo la sombra de dos árboles, nadie se atrevía a una hora del juego sentarse donde el sol despliega todo su poder. En la tribuna techada se nota que hay un graderío arqueado, hay grietas por todos lados de los escalones, pero nada que dé la mala espina, por ejemplo que se vaya a partir o a romper más. A continuación voy al baño para usarlo y de paso verifico que es bastante pequeño, salgo y me dirijo a donde hay unas barandas que sirven de división entre escalones y más escalones, la vista desde ahí no es la mejor debido a la presencia de los postes metálicos que sostienen el techo. Arriba de ese sector, contiguo a las cabinas de radio, se encuentran unas sillas butacas en un estado deplorable, pero cerca de estas, al finalizar el muro, está una lámina que parece haber protegido tiempo atrás de la lluvia de del sol, esta se está cayendo y en varios metros no cumple su función, por suerte no parece ser una amenaza clara a la integridad de los aficionados.

En el estadio Ramón Flores Berríos de Santa Rosa de Lima este es un paisaje muy recurrente. Mucha gente ve parada el juego a la sombra de algún árbol. Otros se suben al muro perimetral gratuitamente para ver el juego. La comodidad del aficionado no está en agenda de varios equipos. Foto: EDH/Menli cortez

En la parte más baja frente a los graderíos hay una especie de pasillo de tierra, este sirve para el tránsito de un costado a otro del estadio. La ausencia de basureros es notable, aunque al principio el suelo luce bastante limpio salvo por el lado posterior de los banquillos, ahí donde se hallan bolsas que tuvieron agua y otros desechos semejantes. La Cruz Roja se hizo presente con las respectivas camillas y los equipos llegaron para cumplir con el compromiso de vuelta por los cuartos de final. Los equipos ingresaron a la cancha y el alto parlante hizo sonar las sagradas notas del Himno Nacional. El sector del graderío techado casi se llenó, y todo quedó listo para el inicio del juego. Detrás de la otra portería se ven algunos aficionados que miran parados el duelo, hay varios árboles y tierra, no hay sillas ni gradas. Un muro divide dicha área de varias casas, una de ellas con un balcón para ver desde una posición aceptable el partido.

Los vendedores de bebidas y botanas corren de un lugar a otro en busca de clientes. La mayoría de aficionados arrojan al suelo todos los restos de comida y depósitos desechables. No tienen la voluntad de botar los desechos en una bolsa y llevarlos afuera consigo. Tampoco hay personal de ornato ni dentro, ni fuera de la cancha; al menos en ese momento. Muchas personas están pendientes por medio de la radio o un teléfono móvil sobre los juegos de El Salvador vs México en el premundial y del Alianza-Pasaquina. En los momentos de peores formas para practicar el fútbol, en esos pasajes donde el fútbol se hizo de contacto y de dientes rechinantes, la gente se desesperaba y por medio de la palabra soez perseguía “aconsejar” o simplemente insultar todo lo que no les pareciera atractivo, entretenido o justo.

La amenaza de lluvia fue una constante desde el minuto 15 de juego, por lo que se presumía que al menos 6 de cada diez personas presentes en el estadio se mojarían. Los nubarrones amenazaron una y otra vez hasta que se posaron por encima del recinto y sus alrededores. Hubo un momento en que pensé que se trataba de una tormenta eléctrica porque nunca se presentaba la descarga respectiva de agua, sin embargo, a los diez minutos del segundo tiempo empezó a llover a cuenta gotas, para luego la naturaleza exhibir todo su poder. El juego se hizo pesado con el 0-1 a favor de Chalatenango y los aficionados estuvieron casi en todo momento más preocupados de no mojarse que de mirar el encuentro.

Hay varias láminas destruidas en la tribuna del Flores Berríos, el agua ingresa por huecos como este y mojan a los hinchas durante tormentas con ventisca. Foto: EDH/Robbie Ruud
Un tubo sostiene buena parte de esta lámina azul que se ve totalmente estropeada en la tribuna del estadio. Foto: EDH/Robbie Ruud
Al fondo se aprecia a un aficionado instalado en un delgado muro para poder ver el juego, el ingenio a veces no mide consecuencias. Foto: EDH/Robbie Ruud

Al final el resultado a favor no le alcanzó al Chalatenango, que necesitaba ganar por lo menos con diferencia de dos goles para clasificar a semifinales. El panorama se oscureció bastante y un aficionado travieso encendió sin autorización un par de focos que se encontraban en el techo del graderío donde me encontraba. El viento sopló con fuerzas y la gente se aglomeró en la parte alta de la localidad para no mojarse, dejando así sin posibilidades a los vendedores de hacer un último esfuerzo para mejorar sus emprendimientos.

La copiosa lluvia transformó aquel árido paisaje en una joven ciénaga y la salida del estadio se dificultó bastante. La gente se fue poco a poco de la tribuna pero la gran mayoría esperó a que se quitara por completo la lluvia, cosa que ocurrió quizás una hora después del juego. Quise retornar al parqueo por la vía que describí al principio, pero el portero hizo de su antojo la ley, y tuve que salir por otro acceso y dar la vuelta a una de las esquinas del estadio para reingresar. En el trayecto me topé con una escena terrible, y es que a la par de los graderíos contiguo al portón donde busqué salir todo estaba hecho un chiquero a causa de las personas con falta de cultura de ornato. A un costado vi unos polines de hierro tirados; la escena daba la impresión de que se estaba en un taller de estructuras abandonado, cuanto menos. Afuera del estadio el barro espeso se hacía presente para hacer que se deslizara o se hundiera la gente; claro, nadie iba a morir por eso a menos que la caída fuese drástica contra el suelo. Afortunadamente no presencié nada grave.

De vuelta al parqueo luché por no resbalarme en un suelo barroso y con charcos profundos. Estos espejos de lodo eran un verdadero reto para el tránsito, de no ser por un buen calzado y el respectivo cuidado, un accidente podría darse en fracción de segundos. La lluvia transformó todo lo que estaba fuera de cancha y graderíos en una masa amorfa de tierra y agua; si Frodo Bolsón hubiese andado esa tarde por el Flores Berríos capaz sentía el asedio paranoico de un nazgul por los aires, pero lo único que hubiese visto tras levantar la cabeza seguramente fueran frías gotas de lluvia y nubarrones. Luego de un poco de patinaje artístico sobre fango era la hora de partir, en esa jornada había que agradecer la intercesión de Santa Rosa de Lima por bajar la temperatura común del sitio al menos unos cinco celsius; eso ya era ciertamente, bastante fresco para la vaporosa zona. Hemos terminado el variopinto recorrido, gracias por acompañarme.


Si desea revisar la segunda entrega sobre este tema haga clic en el siguiente enlace: “La pobreza en la Liga Mayor (II parte)”

Haga clic en este enlace a continuación para leer la primera: “La pobreza en la Liga Mayor (I parte)”.


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Nota aclaratoria

Las intenciones del texto narrado tienen como uno de sus objetivos fundamentales describir todas aquellas situaciones y objetos que suelen pasar inadvertidos por el sediento hincha de fútbol. En ningún momento se busca perseguir otro fin que el de resaltar todos los escenarios de pobreza material, moral, así como las pésimas o nulas gestiones de las juntas directivas que dominan el actual panorama del balompié en la Liga Mayor. Algunos nombres de las fuentes citadas son ficticios para salvaguardar identidades y evitar represalias. Esta crónica buscó también acercar a las personas que no tienen la posibilidad de ir a un estadio en El Salvador, para así ponerlas en contexto y brindarles información que no se consigna en los afanes periodísticos cotidianos. El fin último y más ambicioso de este retrato escrito es que ni las autoridades del fútbol, ni los futbolistas, ni los aficionados, ni cualquier otro actor del máximo circuito del deporte rey baje los brazos ante los panoramas acá descritos. Todos estamos en la obligación de velar -desde donde nos corresponda- por un mejor trato y ambiente tanto para voluntarios como para empleados y público en general. Por último, se omitieron los estadios Arturo Simeón Magaña así como el Héroes y Mártires del 30 de julio de 1975 por no ser los recintos recurrentes de FAS y Santa Tecla, tampoco se juntaron mayores detalles sobre el Estadio Cuscatlán -recinto donde juega Alianza- por superar de forma sobrada los cánones de pobreza esbozados en este escrito.