Don Tully, el mejor orador de la historia

Marcus Tullius Cicero, el gran abogado, filósofo y estadista de Roma, fue conocido entre el pueblo de Europa, durante siglos, como "Don Tully", por cariño

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elsalvador.com

Por Katherine Miller Doctorado en estudios Medievales y Renacentistas de UCLA. Ha servido como Post-Doctoral Fellow en el Centro de

2015-06-19 7:00:00

En un breve reportaje desde Roma, Cicerón nos informa que en los años 53 – 52 a. C., no se llevaron a cabo elecciones para Cónsul (ejecutivo del gobierno) debido a que la violencia y amenaza de guerras civiles eran demasiado fuertes.

Por lo tanto, no había Cónsul para estos años. En otra ocasión, Cicerón nos cuenta que tenía que entrar a la corte para defender a su cliente y encontró que la corte estaba llena de soldados de las Legiones de Roma fuertemente armados. Las mismas palabras de defensa y argumentación estaban en peligro.

Mil quinientos años más tarde, finales del siglo XV en la Inglaterra que una vez formó parte del Imperio Romano durante 400 años, un poeta, un sacerdote de la Iglesia Católica inglesa, John Skelton, sirvió como tutor y confesor al joven que iba a ascender al trono de Inglaterra: Enrique VIII.

El padre John Skelton castigó lo recio y violento de la vida política de la corte—el gobierno— de Inglaterra con las siguientes palabras: “Words be swords, and hard to call again”. [Las palabras son espadas y difíciles de detener, una vez desenvainadas.]

En eso, nos está diciendo que las palabras mismas (ya sean verdades o mentiras) pueden ser la fuente de la violencia. Por “palabras”, podemos entender la comunicación política y legal con que se gobierna y controla una situación o estado.

Hoy, tristemente, lo mismo todavía puede pasar.

La elocuencia retórica puede servir como desprecio y desconfianza hasta sustituyéndose para los juicios legales cuando son llevados a los medios masivos de comunicación y las redes sociales.

El gran escritor romano sobre el arte de la retórica, Quintiliano, argumentó que la retórica debería de ser practicada por “un buen hombre hablando bien”. ¿Pero cómo sería si es un mal hombre hablando bien?

En el lapso de tiempo de 1500 años entre Cicerón y John Skelton surge una luz para enfrentar a estas prácticas oscuras. A principios de los renacimientos en Italia e Inglaterra, surgía un fenómeno que se denomina humanismo cívico.

¿Qué es y cómo funciona el humanismo cívico? Es, esencialmente, la utilización, como ejemplos, los pensamientos y actos de los escritores y estadistas clásicos en la construcción y servicio a sus gobiernos.

El término “humanista”, en este sentido, significa el estudio de los escritos, ideas y prácticas de los antiguos griegos y romanos. La consigna de los humanistas cívica era “¡Ad fontes!”: o sea, vamos a las fuentes y estudiamos nuestros antepasados griegos y romanos en una educación clásica. El gigante aquí era Cicerón mismo.

Como ejemplo, tomamos el caso de la Venecia en el siglo VI y veamos cómo los venecianos utilizaban esta herramienta, el humanismo cívico. Venecia, en su fundación, consistía en una región pulgarcita fundada en unos pantanos sin tierra firme en la orilla del Mar Adriático por refugiados huyendo de las guerras e invasiones de tribus de bárbaros y feroces que habían comenzado a moverse cuando iniciaron a decaerse las estructuras militares y administrativas del Imperio Romano en Occidente.

La cuestión de supervivencia humana para estos refugiados—los primeros venecianos—dependía literalmente de la respuesta a la pregunta: ¿Cómo desarrollarnos sin tierra en una situación de suma inseguridad? Cassiodorus, un escritor romano del siglo VI, describió a los venecianos en sus casas, así como vivieron en nidos de pájaros en las largas columnas en que balancearon sus casas en el mar por falta de tierra.

Por falta de tierra y de recursos, entonces, los venecianos optaron para el comercio y las finanzas internacionales, utilizando las palabras persuasivas y elocuentes y su habilidad de hablar, convencer y persuadir a sus vecinos a comprar el pescado salado que era lo único que tenían disponible para vender.

Así superaron su pobreza e inseguridad para llegar a ser la poderosa República Serenissima de Venecia. De allí, el humanismo cívico sirvió para acumular riquezas además de poner sus esfuerzos al servicio y defensa del gobierno que construyeron.

Debemos tomar nota que en el norte de Francia, un filósofo del siglo XII escribió un manual sobre los siete artes liberales–de como hablar y escribir. San Hugo de St.-Victor se llamaba y dijo claramente que no habían solamente siete artes liberales, sino que ocho: el arte octavo era el comercio, porque se tenía que ocupar la persuasión y elocuencia para vender y comprar.

En el mundo del accionar público e internacional en que estos pobres pescadores venecianos entraron, por medio de la elocuencia de su discurso, en el mundo político y diplomacia. Europa Occidental ya no era el reino solamente de mártires y santos, sino de individuos laicos, mercaderes, banqueros, estadistas, diplomáticos para quienes la sobrevivencia—muchas veces la vida misma—dependía de la correspondencia escrita y la conversación hablada elegante y elocuentemente con otros poderes políticos.

La ciencia y el arte de la vida política y legal que prevaleció durante los siglos que transcurrieron entre Cicerón en los años finales de la República de Roma, y los tiempos del poeta y sacerdote John Skelton, la cultura del humanismo cívico se ligaba a la cultura de Europa Occidental en que el arte de la conversación, la argumentación legal y el discurso político requirieron la plena participación en la vida cívica, legal y comercial.

La tradición de la elocuencia en la vida política, entonces, tiene una larga y polémica historia. Cicerón—el querido “Don Tully”—nos enseña en sus obras sobre la República [De Re Pública], De las Obligaciones [De Oficiis] y sus defensas legales y discursos políticos ante el Senado Romano, como argumentar y evitar errores lógicos.

¡Imagínese como se puede destruir la reputación y la vida de una persona con esta clase de argumentación errónea en público! O, consideramos lo que posiblemente pudiera causar un choque nervioso a Cicerón, cuando se percibe el discurso político disfrazado de argumentación legal en la televisión, los medios impresos y las redes sociales donde se puede apreciar que la ignorancia abanderada es apremiada cuando gana el argumento quien grita más fuerte—o gana el argumento precisamente por la destreza de obliterar a su oponente con argumentos ad hominem [ataques personales].

“Don Tully” (quien no era cristiano) sirvió, así como Virgilio, el poeta romano de la Eneida, quien tampoco era cristiano el guía del poeta Dante en su Divina Commedia, como utilizar las palabras, reconociendo que los romanos paganos eran buena gente con buena ética, quienes querían vivir una vida justa y buena en esta tierra.

Utilizando a los escritos de Cicerón, aunque era pagano, los humanistas cívicos de la edad media aprendieron el buen uso de los bienes de este mundo en una coincidencia con la práctica cristiana de caritas (caridad, o, el buen uso de los bienes del mundo) y no con la distorsión retórica para manipular las palancas de gobierno y sociedad para beneficiar a su pueblo con el ejercicio de sus ideas con elocuencia sin errores lógicas.

En el mundo de esta tierra, los humanistas cívicos descubrieron, hace tantos siglos, que la elocuencia sin errores lógicos fueron institucionalizados en, por ejemplo, Venecia y Florencia medieval por quienes asumieron responsabilidades políticas en los gobiernos de sus repúblicas, eliminando mitos y distorsiones que obstruyeron la claridad de ver las circunstancias actuales, examinándolos bajo una lupa prestada de Cicerón y otros pensadores romanos.

Es que la retórica y la elocuencia limpias de mentiras y aseveraciones falsas pueden elevar la dignidad de un pueblo y de un estado con el buen uso de las palabras y de los bienes que están encomendados porque es cierto, como Cicerón, y los humanistas cívicos como San Agustín, Dante Alighieri y Nicoló Maquiavelo, argumentan: el humanismo cívico es parte de la justicia, la eliminación de la crueldad y violencia en las palabras que pueden comprobar que las palabras no tienen que ser espadas.

El humanismo cívico, con su elocuencia, honestidad y estudio es un instrumento y un componente de la política y del gobierno. Es posible recuperarlo.

FIN