Sobran experiencias para no caer en el horror del socialismo

En ese mundo gris nadie ríe, nadie se comunica con otros, son seres que deambulan aislados de un lugar a otro. Todos tienen temor de hablar por una razón muy fuerte: se fomentan el espionaje y la delación, ponerle el dedo a otros para así quitarse sospechas de encima.

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2018-03-20 8:18:52

Las miserias del socialismo deben contemplarse “en pellejo ajeno”, pues lo contrario, sufrirlas uno mismo como les toca hoy en día a los venezolanos, es una maldición de la que, Dios mediante, nos libremos los salvadoreños (comenzando porque ninguno en esta tierra quiere comer basura como en ese desdichado país “vanguardia del socialismo del siglo XXI”).

En dos ocasiones estuvimos en territorios regidos bajo el comunismo en lo que fue Alemania del Este. Lo que más impresionaba, además de la falta de vehículos, lo ruinosos de las viviendas y las pobres vestimentas de los transeúntes es su mirada perdida, sin expresión, especie de zombies ambulantes. En ese mundo gris nadie ríe, nadie se comunica con otros, son seres que deambulan aislados de un lugar a otro, aunque lógicamente también hay parejas que transitan, pero sin hablar por evidente miedo.

Todos tienen temor de hablar por una razón muy fuerte: bajo el socialismo se fomentan el espionaje y la delación, ponerle el dedo a otros para así quitarse sospechas de encima. Los hermanos se espían entre sí, a los niños les lavan el cerebro para que sean espías en sus hogares.

Esa clase de infierno permanente se ha descrito por muchos que lo sufrieron y es el tema de la novela de George Orwell donde habla de una sociedad —o, más bien se debe decir de un campo de concentración o de un corral de seres deshumanizados, donde por todas partes hay pancartas que advierten una terrible realidad para todos: el gran hermano te vigila, “big brother is watching you”.

La presencia de la policía política, de los delatores, de los hijos embrutecidos, se dio en la Alemania nazi ( nazi se deriva de “nacional socialismo”), en las naciones esclavizadas que formaban parte del bloque soviético y hoy en día en Cuba.

Hasta años después
de liberados lograron
superar el terror

El miedo, los años de terror que un pueblo haya sufrido, perduran por largo rato aunque la policía política haya desaparecido y sus miembros estén encarcelados, como pasó con la Stasi de Alemania Oriental.

Esa clase de pesadillas nunca se logran superar. Varios amigos que fueron secuestrados en los Ochenta frecuentemente se despiertan gritando en la noche, bañados del sudor frío que produce el terror extremo. Poco tiempo después que se derrumbó el Muro de Berlín, el muro de la infamia que serpenteaba desde el Ártico hasta los desiertos del norte de Persia, nos alojamos en lo fue Berlín Oriental, muy cerca de la catedral de la ciudad.

El área estaba llena de las construcciones dilapidadas del comunismo y que en cosa de muy pocos años fueron demolidas (no tenían valor de ninguna clase, ratoneras donde vivían hacinados los pobres súbditos del antiguo régimen) alquilamos un vehículo y nos fuimos a recorrer lo que era el territorio del Este.

La primera parte eran pequeñas poblaciones con sus calles arruinadas y sus casas agrietadas. En estas aldeas, como en toda Alemania del Este, no había edificaciones cuyas paredes no estuvieran casi peladas mostrando los ladrillos, ventanas inservibles, puertas vetustas. Y todo sumido en el silencio donde las casi fantasmagóricas figuras humanas no se atrevían a romper.

Cuando tropas liberaron a los sobrevivientes de los campos de concentración nazis, ellos en un principio no se atrevían a hablar, como los alemanes del Este después de liberados.