El gran éxodo de los 80 fue causado por la guerrilla

Es casi imposible dialogar con grupos cerradamente dogmáticos, como lo ejemplifica el caso de Venezuela, donde una entera población se enfrenta a un régimen dictatorial.

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Con esta iniciativa se busca que los niños conozcan el valor de la nutrición  y medidas higiénicas al comer.

/ Foto Por Cortesía

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2017-01-29 8:52:00

El desencanto por el hecho de que “las dos fuerzas políticas del país” se levanten de las mesas de diálogo, expresado por algunos académicos,   equivale a hacer de lado realidades tanto nacionales como globales:

 –la primera, que los efemelenistas no renuncian a implantar un régimen totalitario, lo que implica un rechazo a todo entendimiento;

–la segunda, que son múltiples, incontables, los partidos, posiciones ideológicas, tendencias las que existen, y además evolucionan permanentemente, para empaquetarlas en una unidad y contraponerla a lo que sí constituye un bloque cerrado.

El Salvador cuenta con varios partidos políticos, asociaciones cívicas, tanques de pensamiento, gremiales, grupos culturales, de teatro… frente a ese pletórico, inmenso mundo de trabajo, intelecto, pasiones y sueños, que sería “uno” se coloca un movimiento excluyente, el “dos”, que por pasajeras conveniencias llama al “diálogo”.

Es casi imposible dialogar con grupos cerradamente dogmáticos, como lo ejemplifica el caso de Venezuela, donde una entera población se enfrenta a un régimen dictatorial que, entre otros desmanes, ha forzado a muchísima gente a comer de basureros.

A los gobiernos salvadoreños que asumieron desde 1989 les tocó pagar la deuda adquirida durante esos años de desgracia,  recomponer el país después de la guerra, neutralizar los efectos del golpismo, reconstruir la devastación causada por tres terremotos y la bancarrota de la agricultura y el sistema financiero…
 

No se puede predicar a otros
sin dar el buen ejemplo

 

Cualquiera puede colocar etiquetas a procesos y políticas, pero pese a sus muchas fallas, hasta el cuartelazo de 1979, el marco constitucional del país coincidía en sus rasgos básicos con lo que es norma y gloria de las grandes democracias. Nadie se puso a inventar nuevas justicias como pretende ahora el partido oficial con su propuesta de efectuar permanentemente “acuerdos de paz”.

Una nación no puede asentarse sobre vaguedades como es eso de la “justicia social”, una burbuja marxistoide (la expresión fue acuñada por un jesuita italiano) donde cualquiera se mete para así pontificar a otros sobre lo que deben hacer y deben pensar. Y siendo un concepto subjetivo, es natural que haya tantas “justicias sociales” como pobladores sobre la Tierra.

¿Qué se debería entender por “justicia social”? Haciendo de lado las usuales prédicas –redistribución de la riqueza, igualdad de oportunidades, etc. –, una justicia social terrena tiene que recoger los anhelos, deseos y frustraciones de los pobladores, que no cuestan enumerar pues se externan a diario. Serían deseos como los siguientes:

–Lo primero, que haya seguridad, que la gente pueda vivir, trabajar y moverse sin el permanente miedo que embarga a los salvadoreños. El gobierno ha fallado en lograrlo;

–que los servicios públicos funcionen con eficiencia, que los hospitales tengan medicinas, que los niños reciban sus vacunas y que no haya pacientes que duerman en el suelo;

–que haya un efectivo combate a la corrupción, sin las groseras parcialidades que protegen a unos y persiguen a otros.

Si de “diálogo” se trata, instamos a quienes pretenden sólo pontificar a sentarse con productores y representativos del mundo de trabajo, con personeros de Fusades, con capitalistas, averiguar de cuáles privilegios gozan si tal cosa existe, conocer cómo llegaron donde están, los retos que enfrentan, lo que quisieran para El Salvador.

Si se predica diálogo, hay que ser el primero en dar el ejemplo.