El inhumano sistema de adopciones que sufrimos

La desgracia referente a las adopciones es que las leyes y los sistemas no son el  resultado de buenas ideas y de compasión hacia los niños, sino que son aparatajes montados para mostrar la gran sensiblería social de sus autores

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Pedro Antonio Coto Ayala fue enterrado en el patio de su casa en el cantón El Recuerdo, Zacatecoluca.

/ Foto Por elsalv

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2015-10-22 9:03:00

Cuatrocientos cinco niños han sido adoptados en los últimos seis años, de los cuales la mayoría es de más de seis años, una edad cuando lo esencial de su formación moral, sus hábitos personales, su intelecto y su visión del mundo, lo que un niño se representa a esas edades, son ya realidades dadas.

Las cifras son un vivo testimonio de la mentalidad regulatoria, inhumana y de la burocracia que medra a la sombra de estos procesos y de lo que es una concepción absurda de cómo mejor se protege a niños en desamparo.

Para adoptar a un niño hay que seguir procesos que tardan tres o más años, cuestan miles de dólares y cargan sobre las vidas de personas que quieren un hijo.

A ello se agrega que trámites que un abogado puede resolver en cosa de dos o tres días, toman hasta tres años. Y dura ese tiempo al caer dentro del Instituto Salvadoreño para el Desarrollo de la Niñez y la Adolescencia, ISNA.

La desgracia referente a las adopciones es que las leyes y los sistemas no son el  resultado de buenas ideas y de compasión hacia los niños, sino que son aparatajes montados para mostrar la gran sensiblería social de sus autores, que se desviven inventando trabas y estorbos para garantizar, según ellos, que cada niño que se da en adopción llegue a un hogar perfecto, con padres perfectos, con futuros perfectos.

Pero mejor algo menos perfecto pero humano, con raíces en las realidades cotidianas de familias normales, a lo que afronta un niño sin verdadero amor y sin nadie que vele por él.

Y esto sucede tanto en El Salvador como en España y el Primer Mundo: es sumamente difícil adoptar a un niño, ya que se siguen trámites de toda clase, exigencias, estudios de personalidad, investigación del patrimonio, entrevistas con vecinos, etcétera, pero a los dieciséis años esas tan cuidadas y protegidas criaturas se echan a la calle, que se las arreglen.

Y ya en la calle caen en vicios, en prostitución, en pequeñas faenas.

Niños sin padres
para padres sin niños
  

En El Salvador hay una macabra faceta adicional: que los niños que no se pueden adoptar porque sus potenciales padres carecen de los recursos para cumplir con la tramitología, corren riesgo de que los recluten, por la fuerza, en las pandillas.

Es lo que ocurre con la persecución que “el Estado” salvadoreño, presionado por la OIT, hace de los niños que trabajan. Para ese Estado es preferible que un niño, joven o adolescente caiga en las pandillas, a que tenga un trabajo en el que algo aprenden, donde los cuidan y donde ellos pueden más tarde incorporarse.

Hubo un Procurador, de muy escasas entendederas, que se enorgullecía de no haber autorizado una sola adopción, en un año de su desempeño. El que tantos niños no tuvieran padres y que tantos padres no tuvieran niños, no le hizo pensar que lo más sensato era unirlos, propiciar un estado donde ambas partes alcanzaran sus anhelos.

Un amigo nos contó que, en una ocasión, en la que visitó el Hogar del Niño de San Jacinto, al recorrer las salas donde estaban las cunas de bebés, cada criatura que le tendía sus bracitos y le llamaba “papá”. Los bebecitos veían muchas féminas pero pocos varones… “me habría llevado a todos…”.