Las elecciones no dan licencia para destruir, robar y perseguir

Votar es una variante del derecho a la libre expresión, que es el derecho a participar en la vida colectiva y el mecanismo para protegerse de los abusos del poder

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Yamil Bukele, presidente de Fesabal, entrega material deportivo. Foto EDH

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2015-03-01 5:00:00

La gente votó, hubo una buena afluencia de ciudadanos en las urnas, no se reportaron incidentes graves y se espera que los recuentos y resultados sean transparentes y positivos.

Las elecciones asignan cargos y responsabilidades, pero no son una licencia para destruir, robar o perseguir.

Una elección, cualquier elección, no puede anular ni socavar lo que son principios fundamentales de la vida en Democracia, del Orden Moral y del Estado de Derecho.

Como se afirma en la Declaración de Independencia de los Estados Unidos, “hay verdades que son evidentes en sí mismas: que todos los hombres son creados iguales y que han sido dotados por el Creador con derechos inalienables, como el derecho a la vida, a la libertad y a buscar la felicidad”.

Ninguna legislatura, ningún grupo o sociedad está en el derecho de esclavizar a otros, de negarle la posibilidad de decidir por sí mismo sus caminos, de amordazarlo y perseguirlo sin causa justificada.

Que un número de partidos y candidatos hagan campaña, expongan sus ideas y sus programas y estén preparados para ganar o perder, es una señal de lo que se ha logrado en estos últimos años. El país viene de una época en que la guerrilla efemelenista ametrallaba las filas de votantes durante los comicios que se celebraron en la década de los Ochenta.

Votar es una variante del derecho a la libre expresión, que es el derecho a participar en la vida colectiva y el mecanismo para protegerse de los abusos del poder. Y este derecho no está sujeto a votación, como no lo están la ley de la gravedad ni la lógica.

Hoy como ayer, potenciar el desarrollo es la principal tarea que enfrenta el colectivo, pues únicamente será con crecimiento económico y creación de empleo que puede mejorarse la calidad de vida.

Cada salvadoreño debe contar con una razonable posibilidad de encontrar empleo para sostenerse y sostener a su familia y dependientes.

Las complejidades del desarrollo y la producción demandan que las mejores cabezas y las personas más experimentadas contribuyan con su esfuerzo, sus ideas y su coraje a construir lo que falta y a reconstruir lo dañado por la crisis y las malas políticas que se vienen implementando.

Siendo que nadie es dueño de la verdad —y creerse dueño de la verdad y el vocero de Dios ha desatado los horrores del Medio Oriente y de África— hay que hacer de lado dogmas, supersticiones y fórmulas basadas en lo que se oye desde lo alto, para labrar una nación pacífica y progresista.

El progreso es el resultado

de un pueblo trabajando en paz

La gente anhela crecimiento más que dádivas, “el reparto de espejitos para quedarse con el oro”, pero asimismo exige que se recupere la seguridad, se persiga el crimen organizado, se ponga fin a las extorsiones y se combata el narcotráfico.

Fuera de aquellos embrutecidos por el odio de clases, nadie quiere para El Salvador lo que sufre Venezuela en la actualidad: hambre, inseguridad, palos, asesinato y persecución de opositores, corrupción sin control.

La esperanza de la mayoría de salvadoreños es que salgan triunfadores en los comicios personas con el deseo de servir al país y a sus comunidades, no individuos que buscan servirse a sí mismos, sacar lo que pueden al costo de empobrecer al colectivo.