Japón no debe claudicar ante el chantaje de enloquecidos

Los franceses no capitulan cuando una banda de forajidos rapta a sus ciudadanos, pues si lo hacen, a partir de ese momento no habrá francés seguro en el mundo

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Criminólogo forense advierte no mandar a jóvenes solos al centro de San Salvador

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2015-01-27 5:00:00

El ISIS, el endemoniado movimiento musulmán, decapitó a uno de los dos japoneses que tenía en su poder, como una manera de extorsionar al Gobierno de Japón para que ceda a sus desmesuradas demandas.

Rendirse al chantaje con vidas humanas, como aquí sucedió durante la agresión de los Ochenta, destapa la caja de los espantos; si claudica Tokio, no habrá japonés seguro en el mundo…

No ceder al chantaje de quienes tienen en su poder a rehenes es una política de siempre de los Estados Unidos, particularmente en el sistema carcelario: si los reclusos secuestran a un guardia y amenazan con matarlo, a menos que se cumplan determinadas condiciones, los jefes del penal no ceden, pues si lo hacen no habrá custodio seguro en su vida en Estados Unidos.

Los franceses no capitulan cuando una banda de forajidos rapta a sus ciudadanos, pues si lo hacen, a partir de ese momento no habrá francés seguro en el mundo, como no habrá alemán o de ninguna otra nacionalidad que no quede expuesto a ser usado como moneda de cambio.

El ISIS es parte de la internacional del terror, una pieza en el mosaico de grupos, movimientos “revolucionarios”, bandas diversas y asociaciones del crimen, que secuestran, matan y descuartizan a seres inocentes por el solo hecho de “estar allí”, de tener alguna relevancia, de ser un símbolo.

Todas esas gavillas alegan luchar por las más diversas causas, desde “reivindicar los derechos del pueblo” hasta “propagar la verdadera fe”.

Pero en el instante mismo en que derraman sangre inocente pasan de ser lo que pretenden y se convierten en terroristas. El joven que cree luchar por causas nobles se transforma en terrorista en el instante en que mata a un policía por la espalda para robarle su arma… Ninguna buena obra prospera cuando se riega con sangre de inocentes.

Todos se pasman y admiran a quienes tras la noticia o en el ejercicio de misiones humanitarias se meten en esas calderas del demonio en que se han convertido países del Medio Oriente y del norte de África. Es el caso de los dos japoneses, jóvenes profesionales de la información, como del estadounidense Jim Foley, de franceses que llevan a cabo caridades en Malí y otros pueblos subsaharianos, de turistas que visitan Pakistán o Kenia…

Pero las más espantosas carnicerías no son de yihadistas asesinando europeos o estadounidenses, sino de sectas musulmanas exterminando a otras sectas también musulmanas, matanzas que se suman en millones. Y lo que son diferencias de forma, diversidad de interpretaciones sobre el dogma, se convierte en odios ancestrales, en cacerías sin tregua de unos contra otros.

Dios se apiade de los pueblos que caen en poder de fanáticos

Es muy grave que regímenes hispanoamericanos, muchos de ellos con sangre en sus manos, estén pactando alianzas con esos grupos de terror, como abiertamente es el caso de Evo e igual contamina a Argentina, donde han venido encubriendo a los responsables de un atentado dinamitero en Buenos Aires que causó ochenta y cinco víctimas mortales.

Dios se apiade de pueblos que caen en poder de sicópatas, de individuos y sectas que menosprecian la vida, que no entienden del progreso, que creen oír voces desde lo alto pero en vez de ello se mueven por los venenos de sus malas entrañas, de sus complejos, su envidia por lo que otros alcanzan, sus odios, su ignorancia y sus perversidades.