“En esas montañas de hierros se esconden autos clásicos…”

Al paso que vamos, dentro de treinta o cuarenta años vendrán esa clase de buscatesoros a El Salvador a llevarse lo que encuentren de vehículos antiguos, muebles, pinturas, alfombras, etcétera.

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2014-12-14 5:00:00

En las hueseras, nos dice un amigo que se especializó en restaurar automóviles clásicos, se descubren tesoros; con mucha paciencia y recorriendo montañas de hierro abandonado, este ilustre personaje ha descubierto Ferraris, Masseratis, Oscas, Lancias, Alfas… todo el panteón de la industria automovilística italiana.

Lo que recuerda el caso de un argentino que tenía tirado un Rolls Royce en su hacienda, dispuso restaurarlo, contactó con la fábrica en Inglaterra enviando los datos del modelo y el año de la fabricación y recibió como respuesta una carta que decía:

“Ofrecemos cambiar su vehículo por uno del año, completamente nuevo y además darle un bono por cien mil libras, pues usted tiene el único ejemplar de Rolls Royce que falta en nuestro museo…”.

Para carros absolutamente antiguos, todos anteriores a los años Sesenta, el mayor depositario es Cuba, que desde hace cinco décadas sólo importa nuevos vehículos para los jerarcas comunistas. Más de un salvadoreño ha ido allá para traer coches antiguos que no hayan sino desintegrados, para colocar en sus garajes o jardines.

Por eso en las calles de La Habana y ciudades del interior se ven partes de carrocerías que han sido arregladas para uncirlas a una mula. Aunque al paso que vamos, dentro de treinta o cuarenta años vendrán esa clase de buscatesoros a El Salvador a llevarse lo que encuentren de vehículos antiguos, muebles, pinturas, alfombras, etcétera.

Otro amigo, ya desaparecido, pintor español, cambiaba, como el que buscaba la lámpara de Aladino y ofrecía lámparas nuevas por lámparas viejas, puertas o gaveteros o imágenes nuevas y resplandecientes “por esos vejestorios que usted, señor cura, tiene en su iglesia”. Estafa…

Y así se hizo de muchas bellas antigüedades, comenzando por puertas curtidas por los elementos pero de maravillosas tallas y tonalidades de color.

Por eso, querido lector, hay que ver con distintos ojos los muebles, tapices, cristales, copas, jarrones de las viejas tías o abuelas que parecen estorbar pero que en realidad merecen un puesto de honor en casas bien decoradas.

En los desvanes, en dormitorios

hay bellos muebles y tapices

Nuestro amigo restaurador de automóviles antiguos dedica muchas horas de trabajo para ir recomponiendo las carrocerías e inclusive los motores, hasta que llega el glorioso momento de admirarlos con nueva pintura y un deleitoso rumor de seis, ocho y hasta doce cilindros operando a plena potencia.

Un día le vimos en un Lancia de los años Cuarenta, otro en un Alfa deslumbrante en su estilo, en una tercer ocasión en un Ferrari rojo de gran pedigree.

Mira, nos dice, “hay que niquelar los parachoques y otras partes de la carrocería, encontrar el emblema que llevan sobre el capó, martillar las partes que estén abolladas, pulir, buscar engranajes y cadenas de transmisión, adaptar carburadores en un momento en que estos han casi desaparecido. Son jornadas que requieren mucha paciencia, amor y conocimiento, saber lo que estás haciendo”.

Lo que también vale para restaurar cuadros o muebles, como tan magistralmente lo hace, en eso de los muebles, un artesano salvadoreño que devuelve a un viejo gavetero el esplendor que tuvo como cómoda clásica.

Y lo mismo con los que restauran cuadros o encuadernan libros que hasta ese momento eran papeles en desorden.

Rebusquen, amigos, viejos baúles. Se dice que en Santa Ana hay uno lleno de partituras olvidadas del gran compositor paraguayo Mangoré.