Mandela: el peregrinaje de la ideología a la civilización

Con los que están al lado de uno no se requiere comprensión, sino con los adversarios, los opuestos, dijo en algún momento Mandela. Y lograrlo era abrir la posibilidad de construir una nueva nación

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Estudiantes de medicina de último año son acompañados por el sindicato de médicos del hospital Rosales. Foto EDH/ L. Monterrosa

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2013-12-11 8:30:00

La historia de Nelson Mandela es la saga de la redención, del duro y con frecuencia largo camino que lleva a un hombre a trascender odios, confusión y fanatismo y alcanzar tolerancia, entendimiento y estatura moral.

De muy joven Mandela se vinculó con el Congreso Nacional Africano (ANC), una asociación/movimiento político que reivindicaba los derechos de la población negra. Pero pronto el naciente partido cayó bajo la influencia del comunismo y de allí pasó a transformarse en cubierta de guerrillas y bandas terroristas.

Por esta causa, el ANC fue catalogado como una agrupación terrorista, llevando a la captura de Mandela y a su posterior condena a cadena perpetua en la prisión de Robben, lugar donde más tarde fue contactado por el entonces presidente de Sudáfrica, F.W. de Klerk, que se propuso, con mucha clarividencia, formar un líder que pudiera ser la voz de la población negra pero que, a la vez, tuviera la capacidad de entender las estructuras económicas, sociales y políticas del mundo moderno y llegar a forjar puentes entre ambos.

Mandela tuvo la capacidad de ver más allá de sus convicciones y de su fanatismo, para buscar la lógica de sus adversarios, entenderla y, a partir de ese momento, forjar un terreno común donde ambas partes pudieran apoyarse para llegar a una concordancia.

Con los que están al lado de uno no se requiere comprensión, sino con los adversarios, los opuestos, dijo en algún momento Mandela. Y lograrlo era abrir la posibilidad de construir una nueva nación donde todos tuvieran su lugar y su futuro.

Escapar de las prisiones mentales, des-envenenarse, no es un proceso fácil ni rápido. Es posible que nunca se conozca lo que movía a De Klerk ni lo que fue determinando los tiempos para superar cada peldaño. Pero se llegó a completar el proceso y se pudo, corriendo siempre un riesgo de posturas falsas, amnistiar a Mandela y prepararlo para que fuera exitoso el paso a la democracia.

Se celebraron elecciones, las ganó Mandela y las ganaron los sudafricanos al conjurarse la posibilidad de brotes de violencia o una vuelta a viejas rivalidades. Pero siempre hay dudas, agrietamientos, sombras, especialmente en el hecho de que Mandela no pudo formar sucesores con la capacidad y grandeza para bien seguir lo que tanto costó alcanzar.

Esto último, el que no se haya conseguido la civilidad anhelada, se pone de manifiesto en los altos niveles de criminalidad en las zonas negras, en el hecho de que Sudáfrica sea el país con más violaciones del mundo, en la persistencia de costumbres tribales que sólo con el tiempo serán superadas.

No consigue América librarse de los mesianismos

La redención de Mandela, su triunfo sobre el odio y el fanatismo, el haber podido salir del comunismo y la mentalidad clasista y represiva, es lo que debe servir de ejemplo para muchos pueblos desgarrados por conflictos sangrientos y para movimientos incapaces de moralizarse a sí mismos.

Es esa la lacra, el cáncer que carcome a la extrema izquierda centroamericana, la que está socavando al Hemisferio, que no se libra de la fiera interna, del troglodita que lo empuja a asesinar, secuestrar, saquear y destruir lo que se interpone entre su mesianismo y lo que son las sociedades pacíficas y constructivas.

Mandela es un ejemplo que deben seguir los movimientos encadenados a la violencia.