Una crítica idealista al idealismo

La ideología se ha convertido de esta forma en un telón, una justificación o racionalización, de los juegos de poder que se desenvuelven detrás de escenas

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La embajadora de Estados Unidos en El Salvador, Mari Carmen Aponte, afirmó, previo a que se cumpla el período de su cargo en el país, que Washington continuará colaborando en los esfuerzos para combatir la corrupción y la impunidad.

/ Foto Por elsalv

Por Rodrigo Molina*

2016-02-05 9:58:00

Siempre he creído que es importante aceptar nuestras propias culpas antes de apuntar un dedo a los demás. De lo contrario, nuestras críticas y acusaciones tienden a ser un reflejo de nuestras propias deficiencias. Si empezamos aceptando nuestros errores, nuestras debilidades, nuestras deficiencias, etc., seremos capaces, primero, de rectificar nuestro rumbo y trabajo, y segundo, de hacer una crítica y una evaluación mucho más sensata del entorno en el que vivimos y los cambios que necesitamos.

Tiempos difíciles y complicados como los que vivimos, requieren más que nunca de sensatez y madurez política, para poder desentrampar a nuestra nación de esta situación tan crítica que vivimos.

En nuestro país, hemos abrazado nuestras ideologías como dogmas políticos, en vez de como guías que nos permitan explorar y buscar soluciones para las necesidades reales del mundo moderno. Nuestros marcos interpretativos han quedado completamente desfasados a la naturaleza de la realidad que enfrentamos. Interpretamos así conflictos que son un reflejo de la problemática social del pasado, y a través de ello, los perpetramos. 

Los conflictos de los cuales somos testigos entre y dentro de los partidos políticos, no son un reflejo de los intereses y las necesidades de nuestro país y su población. Por el contrario, son poco más que un juego de ajedrez entre aquellos que buscan ostentar y utilizar el poder. La ideología se ha convertido de esta forma en un telón, una justificación o racionalización, de los juegos de poder que se desenvuelven detrás de escenas. 

Tomaré un paso más allá que Lord Acton, quién acertadamente nos decía que el poder corrompe. Yo le agregaré que el poder enferma.
Enferma el alma de los individuos que lo desean. Enferma a las sociedades que se dejan enamorar por sus dogmas. Enferman al ser humano, y le roban de su capacidad de ver sensata e imparcialmente a su prójimo, a su comunidad y al futuro. 

Aceptemos que estamos enfermos, y que el único tratamiento que nos empezará a sacar de esta condición es una fría dosis de honestidad. 

Personalmente, creo que aquellos que hemos de alguna forma entrado en el ámbito político con el auténtico deseo de cambiar las cosas, nos hemos quedado muy cortos en exponer estas realidades. Hemos sido idealistas al pensar que las dinámicas políticas actuales se pueden cambiar desde la misma dinámica política, detrás de puertas cerradas, para poder salir luego triunfantes como heraldos de un nuevo futuro.

He llegado a la conclusión de que no es posible cambiar a la política desde la política. No estoy diciendo que no es loable el trabajo que muchos están haciendo desde el ámbito político. Lo que sí estoy diciendo es que la política nunca será más que el reflejo de los valores sociales de la misma ciudadanía. Mientras no cambie nuestra cultura política cómo sociedad, en el balance de la dinámica política seguirán imperando los intereses del poder por sobre las visiones de reforma.

Los liderazgos políticos con auténticas visiones de reforma deben volverse más públicos en su vocería. Deben exponer más claramente la podredumbre que enfrentan dentro del sistema y verbalizar de forma más concreta los cambios que son necesarios en nuestro país. La única forma en que se podrá inspirar a la ciudadanía, y darle forma a una nueva conciencia colectiva y a un nuevo conjunto de valores sociales, es mostrando la valentía de enfrentar públicamente al status quo, de atreverse a ir en contra de las dinámicas de poder establecidas, de arriesgar el capital político propio en función de la verdad y la sensatez. 

Esto no se trata de lanzar dedos acusatorios a los contrincantes políticos. Eso es fácil, y añade gasolina a la cultura de confrontación y conflicto que tanto favorece a las dinámicas de poder establecidas. Se trata de tener la valentía de asumir la responsabilidad de ser un vocero de la honestidad y la sensatez, inclusive cuando eso implique arrojar la luz en los rincones más oscuros de nuestras propias casas.
Tenemos que darnos cuenta, que para transformar nuestro futuro, es más importante inspirar a la ciudadanía y crear con nuestro ejemplo nuevos valores sociales, que lograr victorias políticas y electorales. 

No aspiremos a ser poderosos. Aspiremos a ser influyentes a través del liderazgo de nuestro ejemplo, y serán nuestras ideas las que se vuelvan poderosas.

*Colaborador de El Diario de Hoy