Amistades sin barreras ideológicas

Llevarse con todo el mundo no es necesario o posible. Pero oponerse de manera tan radical a una idea hasta el punto de deshumanizar a quienes tienen ideas contrarias, demuestra deshonestidad intelectual y pereza arrogante

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Feligreses católicos abarrotaron el gimnasio Plancarte, en el Colegio Guadalupano, de la capital salvadoreña.

/ Foto Por Omar Carbonero

Por Cristina López*

2016-02-21 7:29:00

Hace más o menos una semana, murió el magistrado de la Corte Suprema de los Estados Unidos, Antonin Scalia. Dejó vacío un espacio de los nueve que conforman la Corte Suprema, un espacio que podría definir hacia qué lado, en materia ideológica, se inclina la Corte.  Debido al peso que tiene el organismo judicial más alto en Estados Unidos, la capacidad de nominar y confirmar a un magistrado que favorezca una u otra ideología es un delicadísimo juego político, por lo que a minutos de conocerse la muerte de Scalia, la mayoría de discusiones se convirtieron en un duelo de estrategia política, desplazando a segundo plano las reflexiones sobre la vida de Scalia.

Scalia, un brillante jurista con títulos de Georgetown y Harvard, era un seguidor de la escuela jurídica del originalismo, que de manera casi literal pretende que las interpretaciones de la constitución se hagan en base a lo que hubieran querido los fundadores de la república— sin importar que la república ahora sea completamente diferente a la que se fundó. Esto hacía que sus interpretaciones fueran de un conservadurismo rígido que lo ponía en una categoría diferente incluso de los otros magistrados conservadores. Sus opiniones disidentes – independientemente de si se estaba o no de acuerdo con la sustancia – eran de lectura obligatoria porque manejaba la pluma de maneras sumamente ocurrentes y sarcásticas.
 
Sin embargo, la reflexión más importante que debería hacerse luego de su muerte es sobre el hecho que, a pesar de que en la Corte se destacaba por defender el conservadurismo radical con una rigidez recalcitrante, su mejor amiga dentro de la Corte, según cuentan testigos y anécdotas autobiográficas, era la magistrada liberal Ruth Bader Ginsburg. Sus opiniones y resoluciones jurídicas en los temas que tienden a dividir electorados enteros eran tan opuestas como las caras de una moneda. Scalia y Bader-Ginsburg estaban en bandos diferentes en temas que iban desde la legalidad del aborto hasta la pena de muerte. Pero en el mismo bando en su tiempo libre: juntaban a sus familias tradicionalmente para recibir el año nuevo, compartían una indómita afición por la ópera, tomaban vacaciones juntos en diferentes lugares del mundo (lo que explica una de las fotos más famosas de ambos, en que aparecen sonrientes montados sobre un elefante en la India), y eran vistos juntos, en diferentes restaurantes de Washington, cenando en la compañía de sus cónyuges. 

Le preguntaron una vez a Scalia en una entrevista sobre esta extraña amistad, y contestó con el ingenio mordaz que lo caracterizaba, que él atacaba “malas ideas”, y que “las personas buenas a veces tenían malas ideas”. Bader Ginsburg, en un emocionante homenaje que escribió tras morir Scalia, hizo un comentario parecido, alabando no necesariamente las conclusiones jurídicas de “su mejor amigo”, el difunto magistrado, sino la honestidad intelectual y el riguroso proceso que seguía para llegar a ellas. Y es que en un mundo donde la regla general es la polarización, esta amistad era casi una curiosidad de museo.

Es natural que las amistades más fuertes tiendan a construirse en base a puntos en común. El problema es que la polarización política tiende a cegarnos de manera que olvidamos que hasta con quienes piensan de manera tangencialmente opuesta se comparten cosas: tan siquiera existe el aspecto de nuestra humanidad compartida. Y llevarse con todo el mundo no es necesario o posible. Pero oponerse de manera tan radical a una idea hasta el punto de deshumanizar a quienes tienen ideas contrarias, demuestra deshonestidad intelectual y pereza arrogante. Es de gente sumamente inteligente la capacidad de separar al argumento de la persona. Criticar las ideas de alguien no equivale a un referéndum en contra de su persona, de la misma manera que apoyar las ideas de alguien no debería traducirse en apoyo incondicional de borreguismo descerebrado. ¿Lo sabrán nuestra clase política y empresarial o es que nos hemos quedado sin personas inteligentes?
 

*Lic. en derecho de ESEN con maestría en Políticas Públicas de Georgetown University. Columnista de El Diario de Hoy
@crislopezg