Hazaña histórica

James Cameron es más que un director de cine exitoso. Tiene otra pasión: es explorador marino, y el 26 de marzo de 2012 logró una hazaña que por una u otra razón no ha tenido tanta resonancia mundial como sus películas

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elsalvador.com

Por José Sifontes*

2016-01-15 10:05:00

Charles Lindbergh se convirtió en una figura mundial al realizar el primer vuelo transatlántico, Nueva York-París, en 1927. Periodistas de todos los rincones del planeta y millones de personas estuvieron pendientes de la hazaña. Se le rindió tributo como a un héroe. Neil Armstrong será recordado como el primer hombre en pisar la superficie lunar, gloria que comparte con los astronautas Buzz Aldrin y Michael Collins (quien no pisó la Luna pues se quedó a cargo del módulo de mando); sin dejar de tomar en cuenta a Yury Gagarin, la primera persona en viajar al espacio exterior. También es reconocido Roald Amundsen quien en 1911 exploró el Polo Sur. Son muchos los exploradores que, desafiando la muerte, han llegado a lugares casi imposibles y han pasado a la historia.

Cuando usted escucha el nombre James Cameron lo asocia enseguida con el de un famoso director cinematográfico. Efectivamente, Cameron es director de cine. Entre sus películas más conocidas están Terminator, Titanic y Avatar. Ha ganado tres premios Óscar y cuatro Globos de Oro. 

Pero James Cameron es más que un director de cine exitoso. Tiene otra pasión: es explorador marino, y el 26 de marzo de 2012 logró una hazaña que por una u otra razón no ha tenido tanta resonancia mundial como sus películas pero que merece más atención que sus cuatro Globos de Oro y sus tres estatuillas doradas, al menos desde el punto de vista científico. A bordo del Deepsea Challenger, un sumergible de alta tecnología, llegó al fondo de la Fosa de las Marianas, en el Pacífico Occidental, la zona más profunda de los océanos. Para tener una idea el Abismo de Challenger, el destino planeado, es el punto más profundo de la Fosa de las Marianas, a 11,000 metros bajo la superficie del mar.

Tomó siete años diseñar y construir este sumergible, que tiene 180 sistemas diferentes. Sus dos características especiales son el cuerpo, que está hecho de “espuma sintáctica”, una combinación de esferas de vidrio huecas y resina epóxica, fabricado para resistir la elevadísima presión (1147 kilogramos por centímetro cuadrado), y una esfera de acero de 109 centímetros de diámetro, que es la cabina y en la que Cameron tuvo que amoldarse, casi rodillas con barbilla.

El descenso duró dos horas y media y rebasó con mucho la profundidad en que se encuentran el Titanic y el Bismarck. A 10,898 metros el sumergible toca fondo. El piloto mira a través de las cámaras, y de la ventanilla, pues quiere ver directamente. ¿Qué observa? El agua es cristalina por lo que se puede cubrir gran distancia. Es una superficie vasta y plana, blanca, como un amplio terreno nevado. Con el brazo mecánico toma una muestra del lecho marino. Activa los propulsores y recorre un poco el lugar. Busca indicios de vida. Solo encuentra una marca lineal en el fondo y una pequeña masa gelatinosa que no reconoce. Lo que ve es simplemente la escena del mundo primordial. Al cabo de un par de horas los equipos empiezan a fallar a consecuencia de la enorme presión. Suelta los lastres. En hora y media estará de regreso en la superficie.

Solo tres personas han llegado a esta profundidad, Walsh y Piccard en 1960, y Cameron, que lo hizo solo. (Nota: El artículo está basado en el relato de la expedición de James Cameron, publicado en National Geographic, junio de 2013. También puede leerse en el sitio deepseachallenge.com). 

*Médico psiquiatra 
y columnista de El Diario de Hoy.