La ceguera internacional de los Estados Unidos

Los Estados Unidos han sido un modelo de democracia admirable basada, como fundamento, en la libertad política y en la libertad personal

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Vladimir Díaz de Chalatenango celebra tras anotar el primer gol contra Marte.

/ Foto Por Omar Carbonero

Por Luis Fernández Cuervo*

2015-10-10 8:20:00

Donald Trump es un grotesco personaje. Muchos esperamos que no sea el próximo presidente de los Estados Unidos. Sería fatal para los norteamericanos y para todo el mundo. Pero a veces los locos o los idiotas tienen súbitas iluminaciones. Trump ha tenido una de ellas al decir que los Estados Unidos no deben de tratar de derrocar al dictador de Siria recordando lo que pasó cuando cayeron Gadafi en Libia y Sadam Hussein en Irak; Trump dijo que el mundo sería más seguro con ellos que con los que mandan hoy en esos países. Estuvo acertado en recordar esos casos de desaciertos internacionales de su país pero se quedó corto en los ejemplos.

Hay que remontarse más en la historia de esos rotundos fracasos y ver cómo en Cuba, la dictadura corrupta de Fulgencio Bautista fue sustituida por Fidel Castro, del cual, antes de que tomara el poder, el periodista norteamericano Herbert Matthews, hombre de la CIA, había diagnosticado que Fidel era un demócrata. Y ver como Fidel fue recibido en gloria y majestad en su visita a los Estados Unidos y muy especialmente en Harlem, el barrio negro de Nueva York.

En Vietnam, la CIA consiguió que el dictador Ngo Dinh Diem fuera asesinado en un golpe palaciego y con ello Vietnam pasó a ser una dictadura comunista. 

Otra operación semejante, pero menos cruenta, llevó al exilio forzoso al Sha de Persia lo que hizo que tomaran el poder de Irán los Ayatolah con una menor libertad de la que antes había.

Con todos esos antecedentes, la fama de equivocaciones fatales de la CIA ha ido creciendo y cuando las Fuerzas Armadas de Chile derrocaron a Salvador Allende era corriente oír a los chilenos frases como “que no intervenga la CIA porque entonces la embarra”.

Es llamativo que los Estados Unidos no escarmienten. Tienen la idea de que toda dictadura es mala y que si se acaba con ella se accede pronto a la democracia. No entienden que el régimen democrático es un “lujo” intelectual y social y que muchos países deben ir civilizándose poco a poco antes de que puedan tener una buena democracia. Ante ciertas crisis profundas, países destruidos por guerras civiles o por corrupción total de su poderes Ejecutivo, Legislativo y Judicial, se hace necesario temporalmente un líder firme y honesto que ame a su país y lo levante del desastre. Francisco Franco en España y Augusto Pinochet en Chile son dos buenos ejemplos. Después de aquella sangrienta guerra civil, Franco tuvo el acierto de levantar a España, económica y socialmente durante veinticinco años de paz con muy baja delincuencia y preparar el terreno, a través de la monarquía, para llegar a la democracia. Fue divertido cuando la democracia española daba sus primeros e inciertos pasos, que el actor Francisco Rabal, comunista, dijera una frase chispeante: “contra Franco vivíamos mejor”. 

Pinochet ha sido, después de Hitler, el dictador más aborrecido en el mundo, muy por encima de Stalin, Mao, Fidel, Pol Pot o cualquier otro dictador por sanguinario que fuera. Y esa injusta preferencia en el odio no ha sido por la represión que los militares hicieron contra los revolucionarios, sino porque tuvo un éxito económico sin precedentes poniendo a Chile a la cabeza de América Latina y al borde de país desarrollado. Eso es lo que no le perdonan todos aquellos incapaces que defienden gobiernos desastrosos como el nuestro o tiranías miserables y empobrecedoras como la actual de Venezuela o la inacabable de Cuba.

Los Estados Unidos han sido un modelo de democracia admirable basada, como fundamento, en la libertad política y en la libertad personal. Debe seguir defendiendo la libertad de conciencia, de opinión y de conducta moral que tienen poderosos enemigos internos cuando se quiere imponer, como verdades, mentiras como el derecho al aborto, la “normalidad” de la homosexualidad o la corrupción sexual de los niños contra el parecer de sus padres.

*Dr. en Medicina.
Columnista de El Diario de Hoy. luchofcuervo@gmail.com