El fatídico agosto de 1945

El uso de la bomba atómica no era necesario para terminar la guerra: Japón estaba a punto de rendirse

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San Salvador 24 03-2015 Productos para revista Buen Provecho realizados en Vidrí... Foto: Omar Carbonero

Por Max Mojica*

2015-08-19 8:39:00

El 26 de julio de 1945, el presidente norteamericano Harry Truman lanzó una proclama al pueblo japonés, conocida luego como la Declaración de Potsdam, pidiendo la rendición incondicional del Japón so pena de sufrir una devastadora destrucción en su territorio. Según la proclama, Japón sería desposeído de sus conquistas y su soberanía quedaría reducida a las islas niponas, además, los dirigentes militares de Japón serían procesados y condenados restableciéndose la libertad de expresión, de cultos y de pensamiento.

Japón quedaría sujeto a pagar indemnizaciones, sus ejércitos serían desmantelados y el país tendría que soportar la ocupación aliada. Conociendo la mentalidad de los japoneses, es evidente que Truman buscaba el efecto contrario al que manifestaba públicamente. Los japoneses humillados en su orgullo, no se rendirían abriéndose la posibilidad para que Estados Unidos pudiera -dentro de un marco bélico- probar los efectos de la bomba atómica, no solo para marcar el final de la guerra, sino además, para enviar un mensaje intimidatorio a Stalin. 

El 29 de julio, el premier japonés Suzuki rechazó la propuesta de Truman. El 3 de agosto, Truman dio la orden de arrojar las bombas atómicas en Hiroshima, Kokura, Niigata o Nagasaki. El objetivo le era indistinto y la suerte de cientos de miles de civiles era en ese momento irrelevante, lo único que importaba era obtener bajo cualquier forma la rendición de Japón.

El 6 de agosto despegaba rumbo a Hiroshima la primera formación de bombarderos B-29. Uno de ellos, el “Enola Gay”, pilotado por el coronel Paul Tibbets, llevaba la bomba atómica; otros dos aviones lo acompañaban en calidad de observadores. Arrojada la bomba, súbitamente apareció sobre el cielo de Hiroshima el resplandor de una luz blanquecina rosada, acompañado de una trepidación monstruosa que fue seguida inmediatamente por un viento abrasador que barría cuanto estaba a su paso. Las personas quedaban calcinadas por la ola de calor y radiación. Muchas personas murieron en el acto, otras quedaron retorciéndose en el suelo, agonizando por el intolerable dolor de sus quemaduras. Los pocos que lograron escapar de las quemaduras y de la onda expansiva, murieron a los veinte o treinta días como consecuencia de los mortales rayos gamma. Generaciones de japoneses debieron soportar malformaciones en sus nacimientos por causa de la radiactividad. Unas cien mil personas –número equivalente a todas las personas que murieron en El Salvador durante el conflicto armado- murieron en el acto y un número no determinado de víctimas se fue sumando con el paso de los días y de los años por los efectos duraderos de la radiactividad.

A pesar de la magnitud del desastre, los japoneses decidieron seguir luchando. El 9 de agosto otra bomba, esta vez de plutonio, caía sobre la población de Nagasaki. Los efectos fueron menos devastadores por la topografía del terreno pero 73.000 personas perdieron la vida y 60.000 resultaron heridas. Contra todos los pronósticos, el ministro de guerra japonés Korechika Anami comunicó inmediatamente que el Japón seguiría peleando hasta perder a su último hombre. Por esas horas dramáticas, los oficiales del Ejército y la Armada se enfrentaban al pesimismo del emperador Hirohito que se mostraba dispuesto a firmar la rendición incondicional, lo cual no fue aceptado por el ejercito, los japoneses seguían debatiéndose entre pelear y rendirse sin amedrentarse incluso ante el peligro de una tercera bomba. 

Numerosos oficiales incluyendo al propio Anami se suicidaron por medio del harakiri antes de rendirse al enemigo. La misma actitud siguieron muchos soldados y civiles en el campo de batalla que se mataban entre ellos frente a los captores que no podían dar crédito a semejante fanatismo. Recién el 15 de agosto, casi una semana después de Nagasaki, el pueblo japonés escuchaba por primera vez la voz de su emperador que había tenido que descender de su condición divina para convencer a su pueblo de que debía rendirse. Sin pronunciar la palabra “rendición” dijo que la guerra había terminado.
 
Un análisis de los hechos, confirma que el uso de la bomba atómica no era necesario para terminar la guerra: Japón estaba a punto de rendirse. Aún hoy, nada justifica haberle provocado la muerte instantánea a por lo menos 180.000 civiles inocentes que no eran soldados ni formaban parte de un objetivo militar.

El uso del poder nuclear no es un tema que sea relevante sólo para las potencias nucleares, es un tema que nos involucra a todos por la capacidad de destrucción masiva e indiscriminada que poseen, por ello, en estas fechas en que recordamos los 70 años del bombardeo de Hiroshima, nos debe generar mucha preocupación que Irán, país que es un conocido promotor del terrorismo radical islámico, ha alcanzado acuerdos con Estados Unidos para el desarrollo de capacidades nucleares. Espero que no estemos frente a un segundo error americano en materia nuclear, no queremos vivir nunca más otro fatídico agosto de 1945. 
 

*Abogado, Master en Leyes.