El sexo débil

descripción de la imagen
elsalvador.com

Por Por Carlos Mayora Re*

2015-07-10 7:00:00

A

primera vista podría parecer que el mundo sigue dominado por los hombres: desde los políticos hasta los intelectuales, los grandes emprendedores y los líderes religiosos, son hombres en su gran mayoría.

Sin embargo… hay un motivo serio para preocuparse: también son los hombres mayoría en las cárceles, los fracasos profesionales, los integrantes de las pandillas, los desempleados, e en incluso las tasas de suicidio. La proporción de graduados universitarios va rápidamente creciendo a favor de las mujeres. En las escuelas y colegios, la tasa de reprobados, niños diagnosticados con deficiencias de aprendizaje, abandono escolar, etc. es dominantemente masculina, en algunos casos encima por dos tercios en comparación con las niñas.

Cada vez más el número de muchachos -–y no tan muchachos– que se resiste a abandonar el hogar paterno es mayor. La edad en que se contrae matrimonio ha aumentado, en promedio, unos siete años en las dos últimas décadas. Las mujeres van “apropiándose” de campos mayoritariamente masculinos como el derecho, la medicina, la arquitectura y la ingeniería. En el magisterio la mayoría femenina es casi absoluta.

En la medida en que la educación se va volviendo cada vez más importante para salir adelante en el complejo mundo de relaciones en que se ha convertido la sociedad, datos como el fracaso escolar masculino deben llevarnos más allá de pensar en revisar el sistema educativo. Una mala educación repercute también en la posibilidad de formar una familia, pues mujeres excelentemente educadas y con puestos profesionales importantes huyen de hombres fracasados educativa y profesionalmente.

En términos generales, el fracaso de los hombres a la hora de prepararse para la vida, y el éxito profesional de las mujeres en el campo profesional, está llevando, en las sociedades más desarrolladas, al colapso de la familia. Los varones porque, sin un trabajo estable y con una autoestima lamentable, son incapaces de encontrar una pareja para formar un hogar; mientras que las mujeres, decididas a escalar social y profesionalmente, ven en el matrimonio y la familia un obstáculo para sus aspiraciones de vida.

Esta situación es una de las causas del debilitamiento de la familia padre-madre-hijos. El nacimiento de niños fuera de matrimonio se dispara, y cuantos menos recursos económicos tiene la persona, la tasa de hijos viviendo con uno solo de sus padres cambia de tres de cada diez, a siete de cada diez en las familias más pobres. Los hijos crecen en hogares desintegrados, y eso repercute directamente en el fracaso escolar y en la militancia en las pandillas. Además de que, sobre todo los varones, cuando han crecido en familias rotas, tienden a ser incapaces de formar una familia perdurable cuando son adultos: por incapacidad de mantenerla económicamente, de conseguir una compañera estable, de sobrevivir a la juventud en un país con una altísima tasa de asesinatos juveniles, u otras razones relacionadas con el fracaso y desintegración familiar.

Entonces es válido preguntarse: ¿es la pobreza la causa de que la familia se desintegre, o es la desintegración un elemento causal de la pobreza? Sea cual sea la respuesta, hay un factor nuevo que se añade en estos tiempos: la pobre capacidad de los varones para salir adelante, que combinada con la mayor determinación y capacidad de las mujeres para triunfar en la vida, hace que en el mediano y largo plazo, el problema se profundice.

A fin de cuentas, la objetiva condición de inferioridad de las mujeres con respecto a oportunidades educativas, laborales, sociales, puede llevarnos a suponer que la situación de los jóvenes varones no es peor. Pero la realidad es otra: poco a poco, el llamado “sexo fuerte”, parece irse debilitando, el anterior “sexo débil” se fortalece, la familia se resquebraja, y con ella toda la sociedad.

*Columnista de El Diario de Hoy.

carlos@mayora.org