Pomperipossa en Monismania

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El equipo de El Salvador, en la primera jornada de la Copa Panamericana. Foto EDH

Por Daniel Olmedo

2015-06-25 5:00:00

Astrid Lindgren (1907-2002) era una escritora sueca de cuentos infantiles. Su personaje más famoso es Pippi Longstocking. Una niña pelirroja y rebelde, con dos peculiares trenzas desafiantes de la gravedad.

El Partido Social Demócrata Sueco gobernaba desde 1936. En los 70?s impulsó una reforma tributaria que incrementaba la carga a los trabajadores independientes. La señora Lindgren lo era. Vivía de escribir cuentos infantiles.

Se gravó a la escritora con un 102%. Ella simpatizaba con el partido, pero no era ninguna tonta. Era una septuagenaria con la rebeldía de Pippi. Los políticos no sabían con quién se habían metido.

El 3 de marzo de 1976 salió a las calles de Suecia el ejemplar del Expressen; uno de los principales periódicos del reino. Pero esa edición llevaba una bomba, un cuento de la señora Lindgren: Pomperipossa en Monismania.

“Ahora les voy a contar un cuento. Se trata de una persona que podemos llamarla Pomperipossa, porque así se acostumbra a llamar a la gente en los cuentos. Ella vivía en un país que llamaremos Monismania porque algún nombre debe tener”. Así comienza el cuento.

No tuvo que exprimir mucho su imaginación. En el absurdo resultado de la reforma tributaria había suficiente fantasía. Así que solo cambio los nombres, el país, y contó su propia experiencia con el fisco.

“–¿Sabes que tu impuesto marginal este año es 102%?” le dijo un amigo (en el cuento, claro está). “–¡Tonterías! –dijo Pomperipossa–. ¡Tantos ‘por cientos’ no existen!”. Pero sí existían. Y no solo en el cuento.

El golpe a Pomperipossa fue mas duro por la admiración que tenía a los sabios que gobernaban Monismania. ¡Pobre Pomperipossa! En uno de los momentos más tristes se pone “a leer de nuevo un corto verso escrito recientemente por uno de los poetas más excelsos de Monismania: Si creas un valor, la sociedad no lo puede tolerar,/ en el alboroto de los burócratas estás obligado a participar,/ tu debes ayudar a Castro a hacer la guerra en Angola/o si no, te vas a una casa de ancianos y recibes terapia”.

El cuento termina así: “Entonces se decidió Pomperipossa a salir por las calles a pedirle dinero a la gente para poder comprarse una palanca de gran tamaño. ‘¡Y ahora a temblar, hombres sabios, pensó ella, y refuercen la guardia de vuestras cajas fuertes! 5.000 me van a dar, sea como sea, si ustedes pueden robar con tal desfachatez, ¡también puedo hacerlo yo!'”.

El cuento inocente de una septuagenaria provocó una avalancha de indignación que terminó con los 40 años del Partido Social Demócrata Sueco en el poder. A eso se le llamó el “Efecto Pomperipossa”.

No está tan lejos Monismania. Hace unos meses se declaró inconstitucional la reforma tributaria conocida como “el impuesto al 1% sobre activos”. Se determinó que la base imponible del tributo no medía la capacidad económica del contribuyente. Con esa reforma se podían imponer cargos tributarios desproporcionados; como el que los sabios impusieron a Pomperipossa.

Ahora se escuchan tambores de guerra invocando nuevos impuestos. Sería prudente que antes de cargar más a los contribuyentes, se demostraran resultados con los ingresos que ya se administran.

El cuento de “si quieren resultados, tienen que darnos más recursos”, lo escucho desde la época en que vi una película de Pippi Longstocking en la televisión. Siempre la misma justificación. Pero para satisfacer las necesidades de seguridad, salud y educación, siempre hay que terminar pagando servicios privados. Los impuestos no se ven.

Deberían sacarse lecciones de lo ocurrido a los sabios de Monismania. No sea que un día a alguien se le ocurra escribir un cuentito.

*Colaborador de El Diario de Hoy. dolmedo@espinolaw.com @dolmedosanchez