“Sin querer, queriendo”

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Continúan bajas temperaturas y vientos en El Salvador

Por Por Carlos Mayora Re*

2014-12-05 5:00:00

Se ha hablado bastante de Roberto Gómez Bolaños, Chespirito (así, sin comillas), fallecido hace unos días. Creador de personajes y estereotipos inolvidables, con los que muchas generaciones se han identificado a lo largo de los más de cuarenta años que sus programas de televisión tienen de estarse transmitiendo, prácticamente, en todos los países de habla hispana.

El Chavo, la Chilindrina, doña Florinda, don Ramón, Quico, ??oño y el señor Barriga, se han quedado para la posteridad. Frases como “se me chispotió”, “es que no me tienen paciencia”, “que no panda el cúnico”, y hasta el onomatopéyico “pipipipipi…” del llanto del Chavo son mundialmente celebradas.

Se ha criticado al Chavo del Ocho diciendo que es un programa pasado de época que refleja la sociedad mexicana de hace treinta años, cargada de maniqueísmo, racismo, clasismo, machismo, maltrato infantil y otras lindezas. Que hace comedia de lo que deberían ser consideradas (y de hecho son) verdaderas tragedias sociales.

Incluso se ha llegado a decir que sus programas de televisión son una “bomba de relojería social”, que hará volar por los aires todo el discurso políticamente correcto de derechos de los y las menores, inclusión, igualdad social, erradicación del machismo, etc. Pero, a pesar de todo, la fórmula funciona. En México, y por extensión en toda Hispanoamérica, no hay princesas, ni dragones, pero sí vecindades y ladrones torpes.

El Chavo, un niño sin nombre propio, sin casa ni familia, termina por provocar lástima y ternura en el espectador quien, ya emocionalmente sensibilizado, da el paso de la compasión a la risa sin dificultad, y hace que durante la media hora que duran los despropósitos del Chavo y compañía, el televidente se olvide de la realidad cotidiana, por dura que sea, y se divierta. Entretenimiento puro, entonces. Éxito asegurado.

Eso de que los que tienen un poquito más vean hacia abajo a los que tienen menos, que doña Florinda, señora de clase venida a menos por la viudez, consienta a su Quico y evite que se junte con la chusma, la actitud de bienestar que rezuma el señor Barriga y el contraste con la indigencia del Chavo, no es nada nuevo en una sociedad estratificada y heterogénea como la latinoamericana.

Tampoco es nuevo que en la sufrida América Latina nos riamos de nuestras desgracias, que saquemos lo mejor de cada uno en épocas de necesidad, que convivamos con todos sabiendo que estamos cargados de defectos y de cosas buenas… Que la educación sea ineficaz pero divertida, las personas se vean a palitos para llegar a fin de mes, que haya amores imposibles, y sinvergüenzas sin oficio ni beneficio que van saliendo adelante Dios sabe cómo.

Digámoslo de una vez: Chespirito no pretende denunciar, reformar. Pretende divertir. ¿Denunciando divierte, o divierte denunciando? (“A ver niños –dice el Prof. Jirafales en una clase–, ¿cómo se llaman los animales que comen de todo?” Y con cara de circunstancias contesta el Chavo: “los animales que comen de todo son los ricos”…). Divierte, distrae, concientiza a su modo, “sin querer, queriendo”.

Hay una vena entre los intelectuales que les lleva a criticar lo que se sale del molde de su ideología. En su momento lo sufrió Harry Potter, condenado por fundamentalistas, o el pato Donald a quien le echaban en cara su soltería e informalidad en sus relaciones con Daisy, y hasta el mismo Winnie Pooh por su indefinición de género… El Chavo del Ocho no escapa de ello.

Como fuera, Gómez Bolaños encontró la receta: creó un mundo plagado de situaciones graciosas y repetitivas. Comprensible por cualquiera, amable, sarcástico e irreal. Pero ¿acaso no está en ello el chiste de la ficción?.

*Columnista de El Diario de Hoy.

@carlosmayorare