Tiempo de elecciones (otra vez)

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Carlos Escobar y David Vargas frente a la selección venezolana con la que cayó este fin de semana.

/ Foto Por César Najarro

Por Por Carlos Mayora Re*

2014-11-28 5:00:00

Estamos por entrar en campaña política. Por comenzar a escuchar de nuevo promesas, críticas a la gestión del contrario, proposiciones mesiánicas, populismo y propuestas serias para mejorar el país que compartimos. No será ni la primera ni la última campaña, aunque algún candidato –nunca falta–, pueda presentar las cosas como de vida o muerte.

Oyendo a los políticos en las diferentes entrevistas, leyendo lo que dicen en los medios escritos, no dejo de sentirme como un simple engranaje del mecanismo electoral. Casi como un bien de consumo disputado por los diferentes partidos, que reclaman mi voto mediante la sensibilización de mis necesidades básicas: trabajo, seguridad, educación, sentido de pertenencia, etc.

Y de la misma manera, cuando pasan las elecciones y las campañas terminan, con frecuencia me he sentido simple y sencillamente utilizado, pues una vez les he dado mi voto, a los políticos que ocupan las curules en la Asamblea Legislativa, o la silla edilicia en las distintas ciudades dejo, sencillamente, de importarles. Me corrijo: quizá es peor, pues si cuento para algo como ciudadano, es simple y llanamente como contribuyente fiscal. Y nada más.

Es el resultado de tener una democracia más procedimental que representativa, y de contar con políticos con vocación mesiánica, partidos que obedecen a una ideología más que a ideas concretas, y a la escasez de principios claros, ¡qué digo! A la ausencia de principios sin más.

Nuestros políticos, casi sin excepción, son producto refinado del consumismo y de la cultura del descarte: consumen nuestros votos para ganar dinero y poder, y una vez tienen una cuota aceptable de ambos, nos descartan sin pudor.

Esto plantea un serio problema: ¿cómo proponer esperanza a los jóvenes, a los necesitados, sin encajonarlos en que tal o cual político, tal o cual partido, va a solucionar (sin su participación por supuesto, con excepción de su voto) los problemas reales que nos aquejan a todos? ¿Qué ideal compartido se puede proponer a las nuevas generaciones?

Durante un tiempo funcionó como aglutinador la esperanza de la derrota del contrario. Pero ahora, en un tiempo de paz y diálogo, los himnos triunfalistas y las bravuconadas descalificadoras han perdido sentido. Como carecen de significado los discursos pacificadores, conciliadores, de amor y paz que a ojos vista enmascaran intenciones aviesas. La gente no es tonta, y menos los jóvenes, que podrán ser inexpertos, pero no limitados de inteligencia.

En una sociedad plural es absurdo pretender borrar las diferencias; sólo se lo creen aquellos que entienden lo diverso como enemigo. Que no comprenden, porque tienen mentalidad de partido único, de mentecatos que siguen al líder incondicionalmente, que precisamente la riqueza de la democracia es que nadie posee el monopolio de la verdad, y que por ello el bien común se construye precisamente desde de las diferencias, y no desde la aniquilación del distinto; ni de la asimilación transitoria de sus fortalezas, por lo que también resulta inadmisible sostener que la solución esté en camuflarse del enemigo para “ganarle” votos.

Cada contendiente debe presentar propuestas concretas, comprensibles, distinguibles. Si no, el mensaje de que “todos los políticos son iguales” se refuerza, y termina por desincentivar la voluntad de la gente para ejercer el voto.

Rescatar la democracia, superar un planteamiento funcionalista de la misma, es el reto. Tenemos que potenciar su fuerza real: el entendimiento desde las diferencias, para que no siga siendo utilizada como un bien más de usar y tirar. En esta línea, la posibilidad de ejercer el voto cruzado para elegir diputados, y la inauguración de los concejos plurales es un logro muy importante. Ahora falta que nos demos cuenta, y que sepamos sacar provecho de esas circunstancias.

*Columnista de El Diario de Hoy.

@carlosmayorare