De charlatanes

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Un hombre permanece en un área del sótano, esta zona será usada por Centros Penales. Fotos EDH / Mauricio Cáceres.

Por Por Napoleón Candray*

2014-10-04 6:00:00

Entendemos por charlatán aquel que atenta contra nuestra voluntad y buen juicio, al tratar de convencernos de adquirir un objeto innecesario o de generarnos la esperanza de una mejor calidad de vida.

La palabra viene del italiano “ciarlatan”, empleada para designar a quien habla mucho y sin sustancia. El diccionario de la lengua española lo define como el que se dedica a la venta ambulante y anuncia a grandes voces su mercancía.

Estos personajes nos han acompañado a lo largo de la historia, dedicados a la venta de artículos comunes pero también incursionan en otras áreas del quehacer humano, en especial en la política, de ahí que tengamos en esa categoría a excelentes ejemplos de charlatanes que en cada período eleccionario tratan de hacernos comprar el intangible bien de una vida mejor que, al final, solo a ellos aprovecha cuando acceden al poder. Lo dijo Bernard Shaw: la política es el paraíso de los charlatanes.

Muchos charlatanes han cobrado notoriedad a lo largo de la historia. En la Edad Media destacan los clásicos sacamuelas quienes, con su brillante oratoria, recorrían poblados pregonando sus servicios, amparados con falsos diplomas. Sus presentaciones públicas eran verdaderas obras teatrales en las plazas de los pueblos; también se les se les llamó saltimbanquis porque se subían en mesas o bancas y saltaban de ellas.

Particular celebridad alcanzó un pintoresco sujeto que se hacía llamar Il Cavaliere, Lord John Taylor, médico oftalmólogo del Siglo XVIII, más recordado por sus fracasos que por sus éxitos. Cabe señalar que era, además, un brillante y bien organizado mercadólogo. Con varios días de antelación enviaba a promotores a las ciudades que visitaría para que anunciaran la llegada de quien resolvería cualquier problema ocular que tuviesen los pobladores. Luego hacía una espectacular entrada en un carruaje adornado con numerosos ojos de colores, dibujados en los costados del coche. Seguidamente pronunciaba conferencias sobre las enfermedades de los ojos y su manera de curarlas. En particular se centraba en el estrabismo y las cataratas las cuales se aventuraba a operar, a menudo con desastrosos resultados. Si bien era un hombre de ciencia, también era un charlatán.

Se había graduado de médico en Basilea, Suiza, y se especializó en oftalmología en la cual fue además un auténtico bucanero. Llego a ser oftalmólogo del Rey Jorge II de Inglaterra, donde se autoproclamó Optometrista Pontificio Imperial y Real, apodado Il Cavaliere, o sea el caballero, lo que los griegos llamaban “hippeis”, de la clase social aristocrática, con poder adquisitivo suficiente para comprar caballos, de donde les derivaba el título de caballeros.

John Taylor, Il Cavaliere, (1708-1772) se paseó por Europa tratando a notables personalidades que sufrían enfermedades de los ojos. Realizaba sus cirugías sin anestesia ni asepsia y ordenaba a los pacientes mantener vendados los ojos durante cinco días, justo el tiempo que necesitaba para escapar de sus víctimas que ya le habían anticipado sus honorarios sin conocer el resultado de las intervenciones.

Su técnica consistía en lujar la catarata hacia adentro del ojo, una técnica muy antigua —se practicaba desde los tiempos de las civilizaciones egipcia y árabe—, que dejó ciegas a gran cantidad de personas. Taylor, también es recordado por la calidad de los personajes a quienes atendió y dejó con desafortunadas secuelas en sus ojos, entre ellas, al historiador inglés Edward Gibbon, autor de la “Historia de la Decadencia y Caída del Imperio Romano”, así como a los músicos Johan Sebastián Bach y Jorge Federico Haendel.

En 1748 le escribe Bach a John Taylor sobre sus problemas visuales y a los 65 años decide que este le opere de cataratas. En 1750 fue operado en dos ocasiones sin recuperar la visión y quedó casi ciego del ojo izquierdo. A Haendel Taylor le practicó dos operaciones con resultados igualmente desastrosos

John Taylor, Il Cavaliere, tenía gran talento para su promoción personal. Su fama fue tal que hasta se escribió una ópera sobre él, en Suiza. Se dice que murió ciego sin saber la causa de ello. Casanova, en sus memorias, lo menciona como cirujano de estrabismo.

En la actualidad persiste la charlatanería con manifestaciones más sofisticadas y convincentes. Basta con oír por la radio los anuncios de curas milagrosas, pero sin ninguna base científica, ya sea mediante el uso de plantas medicinales, prácticas de magia blanca y otras que no excluyen la santería, lo que pone en grave riesgo a quienes se someten a ellas.

Es lo mismo que ofrecen los nuevos charlatanes entre los que se cuentan desde políticos vendedores de ilusiones, hasta los que ejercen profesiones liberales, pasando por los saltimbanquis que venden yerbas y pócimas de amor en los mercados populares y los traficantes de ilusiones y utopías.

*Médico Oftalmólogo.