Brasil y El Salvador

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Jorge Quezada espera que le paguen a los playeros cuanto antes.

/ Foto Por EDH/Huber Rosales

Por Por Manuel Hinds*

2014-10-09 5:00:00

Las elecciones en Brasil están presentando síntomas del mismo mal que afecta a El Salvador, aunque no tan graves. Parece que los votantes no hallan por quién votar, no porque todos los candidatos sean buenos, sino porque todos son malos.

Esto se ve en dos síntomas. El primero es la abstención. A pesar de que el voto es obligatorio, un 20 por ciento del electorado decidió no votar y otro 10 por ciento anuló su voto. Esto hace un 30 por ciento del electorado.

El segundo síntoma está en los violentos cambios de opinión. Por un momento pareció que la presencia de una nueva candidata –Marina Silva, surgida de un accidente aéreo que mató al candidato de su partido– iba a sacar a los brasileños de su indiferencia. Por varias semanas alcanzó probabilidades de ganar por 60 por ciento mientras que Dilma Rousseff apenas lograba llegar a 40 por ciento. El tercer candidato, Aecio Neves, lograba prácticamente cero. Faltando menos de dos semanas, las probabilidades de Marina cayeron a 20 por ciento, las de Dilma subieron a más de 70 por ciento, y Aecio subió a 5 por ciento.

En las elecciones mismas no hubo mayoría absoluta por lo que habrá una segunda vuelta. Pero Dilma, que sacó el 41.6 por ciento de los votos, no peleará esta segunda vuelta con Marina sino con Aecio, que sacó 33.6 por ciento de los votos.

Esta inestabilidad del voto se suma al abstencionismo para dar la impresión de que los votantes brasileños estaban muy insatisfechos con los candidatos que los partidos les habían presentado. Estuvieron dispuestos a abandonar a Dilma por Marina y después, desilusionados, la abandonaron no sólo por Dilma sino también por Aecio. Ninguno de los candidatos ilusionaba a los brasileños el día que fueron a votar.

Es importante notar también que en esos vaivenes los brasileños oscilaron entre la socialista Dilma, la ambientalista Marina y el inversionista Aecio, como si la ideología de los candidatos no importara, sino sólo la esperanza del votante de que tendría la habilidad de darle al votante lo que quiere.

¿Y qué es lo que quiere el votante? La respuesta está en las grandes demostraciones que asolaron el país el año pasado. En ellas era claro que los brasileños no quieren más ideologías y grandes revoluciones, sino algo muy simple: que el gobierno funcione razonablemente bien y que los servicios públicos funcionen eficientemente. Ellos fueron muy específicos en que eso era lo que querían en las demostraciones. La ideología de los políticos no les importa, con tal de que les den lo que desean.

Esto parece sorprender a los políticos. No debería hacerlo. Brasil es ahora un país de clase media y esa clase media no quiere pagar doble por la salud, la educación, la seguridad y el transporte: una vez a través de los impuestos, la otra porque los servicios públicos son tan malos que hay que usar los privados si uno quiere educarse, estar en buena salud, estar seguro y transportarse decentemente. Dilma, que se siente revolucionaria, no podía creer que a ella le hacían las manifestaciones.

Una vuelta similar de la opinión a última hora también tuvo lugar en Costa Rica, síntoma del mismo problema. La gente está dispuesta a botar a cualquier candidato si cree que otro será más efectivo en mejorar los servicios públicos.

Esto es semejante a lo que pasa en El Salvador, en donde también una emergente clase media quiere dejar de pagar doble por los servicios públicos. Si la salud pública fuera buena, como en los países desarrollados, la gente no tendría que pagar también por servicios privados, con lo que la clase media aumentaría sustancialmente. Igual con la educación, la seguridad y el transporte. El ingreso real de las personas se aumenta no sólo subiendo el sueldo sino también bajándole los costos de los servicios esenciales.

Los políticos latinoamericanos no quieren entender que tener un gobierno que funcione bien es la clave para estabilizar a los países y ganar elecciones. Mientras no lo entiendan, cada vez menos gente votará en las elecciones, y el poder quedará en manos de los extremistas.

*Máster en Economía,

Northwestern University.

Columnista de El Diario de Hoy.