Las “ojeras” de los burros

tema del momento Pocas cosas degradan tanto cualquier esfuerzo de diálogo que el lenguaje ofensivo y la personalización. Si esos "recursos", para colmo, antes de cumplir cien días en el poder, los utiliza alguien que se declara demócrata, respetuoso y abierto a escuchar a sus críticos, la situación se vuelve tan enigmática… como las "ojeras" de los burros

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elsalvador.com

Por Por Federico Hernández Aguilar*

2014-09-09 5:00:00

o sé al lector, pero a mí me cuesta imaginar un burro con “ojeras”. Puede ser, sin embargo, que mi capacidad de observación sea muy limitada. A lo mejor los burros desarrollan “ojeras” si duermen poco o si se pasan dando vueltas a la noria el día entero. O quizá la mala alimentación que reciben algunos asnos les vuelvan susceptibles de acumular sombras alrededor de los ojos. Lo ignoro.

También es posible que el señor Presidente de la República haya querido decir otra cosa cuando la semana pasada llamó “burros con ojeras” a conocidos líderes empresariales. Tal vez quepa asumir que su intención era referirse a la testarudez que él identifica en sus interlocutores del sector productivo, comparándolos con los jumentos que nunca se salen del camino por llevar orejeras –que así se llaman– a ambos lados de su cara. ¡Ah, claro! ¡Eso es lo que quiso decirnos!

En todo caso, puestos a interpretar, mucho más arduo resulta tratar de comprender qué significa entonces la “no confrontación” en el lenguaje coloquial de nuestro mandatario, porque si él afirma que los voceros empresariales ya no tienen con quién confrontar, pero a renglón seguido les insulta y les califica de “burros”, ¿dónde queda la coherencia del discurso conciliador? ¿Quién recurre primero a las bajezas y, de paso, evita responder a los legítimos cuestionamientos que se le hacen?

Tampoco conforta la reacción del gobierno ante la alta reprobación que en recientes encuestas obtiene su desempeño inicial. Funcionarios que se dicen dispuestos a tomar en cuenta la opinión del “pueblo” deberían ser más receptivos a los llamados de atención que los propios ciudadanos les envían. Así lograrían, al menos, que la gente reconociera en sus autoridades algún grado de empatía en medio de la deteriorada situación general.

Pero no. Antes que agradecer las alertas, el gobierno se ha apresurado a poner en duda la validez y la intencionalidad de los sondeos. Con hacer referencia a fantasmales “campañas mediáticas” se corta de tajo el asunto, sin dar credibilidad al hecho que la ciudadanía percibe poca o nula eficacia en los planes oficiales contra la criminalidad o el estancamiento económico. La lógica es la siguiente: si los números de las mediciones desfavorecen al gobierno, seguro es porque están amañados; si son los empresarios quienes critican el desempeño, entonces se les califica de obstinados. ¡Y menos mal que tenemos un presidente que no confronta!

¿Qué hacer ante estas señales inequívocamente negativas? A mi juicio, insistir en la viabilidad del diálogo, pero en uno que sea cada día más transparente. Esto significa dar ventilación al debate técnico de las propuestas, vengan de donde vengan, y una mayor capacidad de interlocución a la sociedad civil organizada.

Un paquete tributario, por ejemplo, debería ser fruto de un amplio consenso intersectorial, en el que las objeciones de las gremiales productivas (tanto de empresarios como de trabajadores) pudieran ser refutadas o, en ausencia de contraargumentos serios, admitidas. Pero si los defensores de una propuesta impositiva no consiguen sustentar técnicamente su punto de vista, ¿cómo llamar “diálogo” a un proceso que sin haber agotado el debate con los sectores afectados termina votándose a troche y moche en la Asamblea Legislativa?

Por ese camino, ya lo vimos en el último lustro, no hay acuerdos posibles. Únicamente la desconfianza prospera en un ambiente tensionado por las incongruencias entre el discurso y los hechos. La buena fe es imprescindible, pero muere de inanición cuando, desde una de las partes, falta receptividad y sobran las argucias.

Pocas cosas degradan tanto cualquier esfuerzo de diálogo que el lenguaje ofensivo y la personalización. Si esos “recursos”, para colmo, antes de cumplir cien días en el poder, los utiliza alguien que se declara demócrata, respetuoso y abierto a escuchar a sus críticos, la situación se vuelve tan enigmática… como las “ojeras” de los burros.

*Escritor y columnista de El Diario de Hoy.