La trampa del céteris páribus

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Jorge Rajo fue futbolista, dirigió la Selección Sub15, Sub20 y hasta la mayor. Ahora, es el presidente de la Fesfut.

/ Foto Por EDH

Por Por Ricardo Avelar*

2014-07-31 6:00:00

Por muchos años, los principales museos del mundo confinaron a las más finas obras de arte a permanecer victoriosas dentro de los cubos blancos: estos espacios antisépticos, con iluminación perfecta, aislados del ruido y donde nada, excepto una placa o una banquita acaso, pueda empañar al arte ahí representado.

El cubo blanco elimina el “antiarte”. En los últimos años, sin embargo, algunos artistas muy versátiles han optado por montar sus diferentes obras e instalaciones junto a lo cotidiano, lo del día a día, alegando que el arte debe convivir con su entorno y que su verdadero significado lo da el juego que haga con el mundo, con lo no artístico.

Al igual que en el arte, en el estudio de la economía o las políticas públicas, nos hemos acostumbrado a vivir en la trampa del cubo blanco o del “céteris páribus”: consideramos que las decisiones públicas pueden permanecer aisladas del resto y éstas, ya sean impuestos, restricciones al comercio, controles de precio o cualquier otra intervención, permanecerán en solemne inocuidad, sin afectar más que a lo explícitamente descrito en el decreto que les dio vida.

El estudio de las ciencias sociales exige a quien pretenda analizarlas con seriedad atreverse a salir del céteris páribus (que se traduce como “estando todas las demás variables constantes”) y ver a nuestra sociedad como un complejo enramado de interacciones. Es decir, el analista serio va más allá de los grandilocuentes discursos que producen lágrimas y aplausos y se pregunta cómo una decisión puede tener efectos secundarios, qué incentivos perversos se pueden generar o cómo, al estilo de Frédéric Bastiat, una política basada en buenas intenciones, puede desencadenar una cadena de desastrosas consecuencias no intencionadas.

En la madrugada del jueves 31 de julio, nuestra “honorable” Asamblea Legislativa aprobó sin mayor discusión un nuevo paquete de impuestos bajo el supuesto de que este no afectará a quien gana menos y que está dirigido a asegurarse que los ricos paguen lo que les corresponde, su tasa justa de tributación.

Cualquiera que pretenda salir de lo cotidiano entenderá que los impuestos distan mucho de una obra de arte confinada a su espacio pulcro y antiséptico. Estos tienen un efecto inmediato, visible, y uno posterior que modifica patrones de comportamiento en una sociedad: hay impuestos que fortalecen al sector informal, por ejemplo, al incrementar los costos de transacción para operar con todos los papeles. Hay otros que nos llevan a escasez y mercados negros. También los hay que estimulan la cultura del prestanombres.

Mucho se ha dicho en diferentes medios sobre los impuestos recientemente aprobados, sus efectos y el sinsentido que supone darle más recursos a un Estado adicto al despilfarro, el compadrazgo y la arbitrariedad (situación que ya lleva décadas, para ser justos) sin que haya antes un compromiso (real, no un apretón de manos) con la responsabilidad fiscal y la transparencia.

El céteris páribus es la tierna torpeza de creer que los efectos de una decisión son solo los directos y primarios, olvidando que el humano busca por naturaleza la eficiencia y el lograr mayores resultados con menores recursos y que los impuestos, en la mayoría de casos, terminan siendo trasladados y absorbidos no por el sujeto primario a gravarse. Si la supervivencia de algunas empresas (¡de muchas!) dependiera de mover el costo de las nuevas tributaciones al consumidor, entendamos que lo harán, y no por antipatriotas o canallas, sino por racionalidad.

Para no caer en la trampa del cubo blanco, debemos tomar decisiones estratégicas de honestidad intelectual: la primera, que el conocimiento en una sociedad está disperso y las decisiones que se toman con poca discusión y particularmente de madrugada puede que tengan resultados perversos; la segunda, que las variables en la economía y la política se interrelacionan y no podemos pretender contenerlas en un espectro mínimo de impacto porque caeríamos en miopía o falso optimismo.

Finalmente, que en un país con problemas graves en las finanzas públicas, la discusión empieza por cómo se van a utilizar con eficiencia los fondos y cómo se crearán las condiciones para generar riqueza, clave para poder tributar y sostener programas sociales. Después se habla de impuestos. Aquí lo hicimos al revés.

*Colaborador de El Diario de Hoy.