Ha muerto Junior, el de Los Brincos, y gana el Putlitzer Dona Tartt

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El momento en que Texeira supuestamente se dirige de manera poco amable a la juez de línea. Foto: EDH

Por Por Ricardo Chacón *

2014-04-19 5:00:00

Uno de los periódicos españoles, La Razón, desplegó esta semana dos informaciones interesantes: por un lado, una sesuda entrevista a la escritora Dona Tartt, la ganadora del Premio Pulitzer de novela por “El jilguero” y por otro, un reportaje amplio, muy amplio, sobre la muerte de Antonio Morales, Junior, uno de los “grandes” del pop español de los años Sesenta, integrante de “Los Brincos”, música ligera, simple si se quiere, pero muy pegajosa y de gran impacto no sólo en nuestro terruño sino también en todo el mundo de habla hispana.

Pareciera que no tiene nada qué ver, o que es jalado de los pelos, vincular y mencionar en una misma nota a la novelista Tartt, quien suele tejer sus novelas sin presión de tiempo, tocando las filigranas de la trama humana y social en sus historias, con un cantante popular, eterno esposo de la siempre recordada Rocío Dúrcal, precursor del rock español que “refrescó” con su música el enrarecido mundo de los años Sesenta, cuando la “juventud” de la época despertaba, con ánimo contestatario y dejaba atrás la resaca de la Segunda Guerra Mundial y se abría a la industrialización (o pos industrialización del capitalismo maduro dirían algunos). Se vivía, por entonces, la fiebre de los Beatles y músicos como Junior abrían paso al rock en español. Ambos fenómenos, tanto el literario como el musical, forman parte de la vorágine entre lo que es la alta y baja literatura, discusión que nos lleva con claridad a plantear no solamente cuál es la verdadera cultura, cuál es la verdadera música, sino también qué es lo que en realidad perdura en el tiempo, lo que logra alcanzar “al espíritu” de la población, al pueblo, a la gente, en un momento determinante.

En este sentido, y aquí comienzo con una cita de la cantante roquera, Alaska, quien dice que el pop “es la asimilación de la sociedad de consumo”, sea Warhol, sea tomar los elementos cotidianos y convertirlos en otra cosa; en cambio el rock, se ha convertido en la música clásica del Siglo XX. Evoca a algo más, conduce a un nuevo mundo, avanza con jirones de poesía. Utilizaré como ejemplo, dice Alaska, los ojos: se puede mencionar como Platero y Tú en “El roce de tu cuerpo”, canción convertida en himno en algunas de mis noches pamplonesas: “que al mirar casi hacen daño”.

Más allá que se trata de rock o pop, canciones como Sola, Borracho, Mejor, Un sorbito de champagne y Tú me dijiste adiós, de Junior y Llos Brincos, fueron canciones populares que marcaron una época y no obstante no tuvieron el impacto de los ahora clásicos de Liverpool, pero sí marcaron una generación.

Es música popular, “comercialona” sí se quiere, pero que recogió el sentir de una época, una juventud que, en España, estaba inmersa en la dictadura franquista pero que se preparaba para el llamado “destape” luego de la llegada de la democracia; empero, en América Latina los pueblos se jugaban el futuro en democracia en medio de saltos y sobresaltos de conflictos bélicos de baja intensidad.

No se trata de calidades menores o mayores en la música o la literatura sino de creaciones propias de una época que dieron “sentido” e hicieron reír y llorar a más de una generación; como dice Tartt en la entrevista realizada por Ulisis Fuentes, en La Razón, no está bien planteado eso de la distinción entre la alta y baja literatura y lo razona de la siguiente manera: Dickens fue acusado de escribir baja literatura, de mala calidad en su tiempo. Y Mark Twain, con Huckelberry Finn, fue considerado basura. La historia de la literatura es la historia del “best seller”, concluye la autora quien, sin duda, demuestra que “hay pocas obras maestras que no tengan un elemento de lo que se supone que es la literatura más baja”.

Y esto lo explica con más amplitud Umberto Eco, ese semiólogo italiano que dejó la teoría estructuralista para contar la realidad en novelas, cuando afirma que la música de Beethoven, convertida en “ringtones” de celulares, o amenizando el espacio de restaurantes y elevadores, se disfruta en la “inatención” y, es posible por lo contrario, que la música popular como el rock se disfrute con atención por los oídos refinados en la música clásica. No es que no pueda hacerse una distinción entre una alta, media y baja cultura, sino que los límites ya no son tan claros. La cultura de masas suele estar en intercambio con la alta cultura, lo que ha cambiado es la mirada, concluye Eco quien asegura además que la distinción se desplazó de los contenidos y del arte de las formas, al modo de disfrutarlo.

*Editor Jefe de El Diario de Hoy.

ricardo.chacon@eldiariodehoy.com