Pensamiento y meditación

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El jugador de Arsenal, Theo Walcott, segundo desde la derecha, anota un gol contra West Ham. Foto EDH / AP

Por Por René Fortín Magaña*

2013-12-26 6:02:00

Al leer la alocución de Martin Heidegger denominada “Serenidad”, pronunciada el 30 de octubre de 1955 en Messkirch, con ocasión de los festejos para conmemorar el 175 aniversario del nacimiento del compositor Conradin Kreutzer, me he puesto a pensar y reflexionar.

“No nos hagamos ilusiones –dice el filósofo del ser y el tiempo–. Todos nosotros, incluso aquellos que, por así decirlo, son profesionales del pensar, todos somos, con mucha frecuencia, pobres de pensamiento (gedanken-arm); estamos todos con demasiada facilidad faltos de pensamientos (gedanken-los). La falta de pensamiento es un huésped inquietante, que en el mundo de hoy entra y sale de todas partes. Porque hoy en día se toma noticia de todo por el camino más rápido y económico y se olvida en el mismo instante con la misma rapidez. Sin embargo, cuando somos faltos de pensamiento no renunciamos a nuestra capacidad de pensar. La usamos incluso necesariamente, aunque de manera extraña; de modo que en la falta de pensamiento dejamos yerma nuestra capacidad de pensar”. “Hay así dos tipos de pensar –agrega– cada uno de los cuales es, a su vez y a su manera, justificado y necesario: el pensar calculador y la reflexión meditativa”. (Conozco las objeciones contra el autor citado, pero ellas no invalidan su jerarquía intelectual).

Cuando estudiábamos Teoría del Estado en los primeros años de la carrera de Derecho, asignatura en la cual, a pesar de nuestras radicales diferencias, destacaba mi amigo y compañero Schafik Handal por su combatividad contestataria, el ilustre autor Jorge Jallinek mencionaba entre las teorías justificativas del Estado la doctrina “eudemonista utilitaria” (ruego al lector no asustarse ante estas palabrejas, como nosotros nos asustamos cuando las vimos por primera vez, pues su contenido no es del otro mundo). Esa teoría significaba que el Estado es una creación de la civilización destinada a establecer la felicidad y la utilidad como finalidades de la vida social.

Pues bien, utilizando la reflexión meditativa, es válido preguntarnos, cuando entramos al décimo cuarto año del Siglo XXI ¿A dónde va El Salvador? Aún para el pensar calculador no tenemos una respuesta clara, dadas nuestras limitaciones afortunadamente compensadas con un capital humano laborioso y emprendedor. Nadie duda en Centroamérica que los mejores operarios y los más exitosos empresarios de la región son los salvadoreños. Enhorabuena; si bien las remesas –tan benéficas para el Presupuesto Nacional– están debilitando los resortes vitales característicos de nuestra población. Con ese capital humano contamos y con un gobierno que sepa aprovechar sus potencias para ir avanzando siquiera vegetativamente. Pero el pensamiento reflexivo, con visión de futuro, nos pide algo más. En lo personal como en lo nacional, se trata no sólo de vivir el día a día sino de trascender en persecución de las más altas metas.

Pienso, lejanamente inspirado, tal vez por Gottlieb Fichte y sus “Cartas a la nación alemana”, o por Angel Ganivet en su “Idearium español”, o más cercanamente por nuestro Francisco Gavidia y su “Oda a Centroamérica”, que la doctrina arriba mencionada no basta, y que a la utilidad y la felicidad hay que agregarle una concepción finalista del Estado, inspiradora del progreso, del desarrollo y de la significancia en el planeta en el cual somos ahora simplemente invisibles. Y esto sólo se puede lograr con educación, educación y educación. Educación a raudales y bien encauzada, como nos advierte Oscar Picardo, no sólo hacia el bien común y el interés general, sino hacia la significación cultural como pueblo. Costa Rica nos da el ejemplo en esto: pequeña, sin mayores recursos, su nombre se pronuncia con orgullo en todas partes, y aunque se muestra reacia a la unidad regional, tan necesaria, no por eso deja de proyectar una senda ejemplar.

En resumen: educación, dos gotas de orgullo, altas metas y grandes horizontes, para un pueblo digno de un mejor destino.

“Se replica que la mera reflexión –sigue diciendo el autor mencionado– no se percata de que está en las nubes, por encima de la realidad. Pierde pie. No tiene utilidad para acometer los asuntos corrientes. No aporta beneficio a las realizaciones de orden práctico. Y, se añade finalmente, que la mera reflexión, la meditación perseverante, es demasiado “elevada” para el entendimiento común”. “Es cierto –agrega– el pensar meditativo exige un esfuerzo superior. Un largo entrenamiento. Requiere cuidados aún más delicados que cualquier otro oficio auténtico. Pero también, como el campesino, debe saber esperar a que brote la semilla y llegue a madurar”.

No impulsamos un nacionalismo extremo, por supuesto. Pero en la hora del crepúsculo soñamos en una patria agigantada por la cultura para los nietos de nuestros nietos.

*Doctor en Derecho.