Síndrome de nuevos ricos

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La mesa de coordinación del foro del agua organizó la marcha en la capital . foto edh / omar carbonero

Por Por Rodolfo Chang Peña*

2013-03-20 6:03:00

La vecina de un nuevo rico, de esos que han surgido producto de la política de los últimos años, dice que son fáciles de identificar por su alto nivel de gastos, el despliegue de seguridad que los rodea, el cambio de vehículos viejos por nuevos y las quejas de sus empleadas porque les dejan muy poca comida cuando los señores andan de viaje, las contratan para ser de “adentro” y las mantienen afuera lavando carros y las obligan a ponerse medias cuando bajan a la capital. Les caracteriza su afición por la comida chatarra a domicilio, que hasta parece que les nutre el ego el amontonar cajas vacías de pizzas en el basurero.

Un amigo que reside en New York asegura que los reconoce al instante cuando caminan por la calle de la gran urbe, porque se la pasan mirando para arriba y se detienen por largo rato frente a las vidrieras de establecimientos de comidas. Viajan a China y adquieren quince pares de zapatos, mucha ropa y no menos de una docena de bolsos, todos de calidad discutible pero de colores vistosos. De Los Ángeles traen enormes vajillas de baja calidad y lo hacen para luego jactarse que las trajeron de los EUA.

Cuando hacen costosas excursiones familiares a Alaska llevan en las maletas cobijas, colchas y hamacas “por si hacen falta” y en los cruceros que salen de Miami, ante la novedad para ellos de la cantina abierta, se la pasan borrachos todo el viaje “para aprovechar”. Todos son de San Salvador porque les da pena contar que nacieron y se criaron en el cantón El Jute, El Carrizal o Ceiba Quemada. Se cuenta de un grupo que entró atropelladamente a una lujosa sala de ventas de música grabada en Manhattan y exigió música de Pedro Infante, Churumbeles de España y Julio Jaramillo.

Cuando adquieren un aparato de sonido no lo valoran por su calidad y especificaciones técnicas sino por la potencia del volumen; les encanta la comida china pero no por los sabores sino por las cantidades que les sirven y por más elegantes que parezcan, cuando consumen alimentos en una pupusería no usan los cubiertos y parten los plátanos fritos apretándolos por el medio con los dedos.

Construyen grandes casas en el litoral salvadoreño pero las visitan únicamente un par de veces al año; adquieren poderosos vehículos de doble tracción únicamente para llevar los niños al colegio, y siempre están a la moda, no son raros los grandes mechones rubios en una cabellera mal cuidada, que ha aguantado sol por muchos años o blusas cortas que dejan ver abultados ombligos o antiguas cicatrices.

En las atoladas que organizan lo que menos se sirve es atol de elote, corren ríos de güisqui, vodka y cerveza extranjera. Sirven gallina asada, chicharrones, sopa de mondongo, merienda de chancho y huevos de iguana en alguaishte. Los jóvenes platican sobre el Barcelona y celulares de última generación; las señoras de las compras y los señores de enfermedades. Una típica conversación es la siguiente: -Veo que siempre patojeas al caminar ¿acaso no fuiste donde el medico? –Fui donde uno especializado en “negrología”, me dijo que tenía “ruin el nervio asiático”, pero me aconsejó no preocuparme, porque podría coger “un impacto cardíaco”.

*Doctor en Medicina.

Colaborador de El Diario de Hoy