“Romero: el testimonio de don Pepe…”

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Las víctimas fueron asesinadas cuando participaban en los oficios del Santo Entierro. En el lugar del crimen aún queda la alfombra pintada en el pavimento. Foto EDH / Lissette Lemus

Por Por Luis Mario Rodríguez R.*

2013-03-30 6:05:00

Con la entronización del papa Francisco y su reivindicación por los humildes, los sencillos y los necesitados, es inevitable recordar al más universal de los salvadoreños. Ciertamente existe la posibilidad que durante este pontificado tengamos el primer compatriota en los altares. Ante semejante oportunidad es necesario que dejemos de insistir en el hombre político y exaltemos principalmente al hombre de fe. Si continuamos bajo el mito y la idea de un Romero con preferencias ideológicas, irrespetuoso de los ricos y superhéroe de los pobres, persistirán las contradicciones y lamentablemente las bondades y virtudes del ser humano que supo cumplir con su vocación cristiana se mantendrán bajo una losa impenetrable que alejará el olor a santidad.

Escribir sobre Óscar Arnulfo Romero siempre es un riesgo. La posibilidad de internarse por avenidas equivocadas que desemboquen en lo ideológico atemoriza. Su figura ha sido maltratada, han manipulado sus principales homilías y no cesan las interpretaciones políticas de su cercanía a los pobres y de su rechazo a la violencia. Tergiversan su imagen y la enarbolan en las marchas impresa en mantas y banderas en medio de las quemas de llantas, el griterío y las reivindicaciones baratas que en nada se relacionan con el llamado sobrenatural a cumplir el Evangelio que hacía el Arzobispo en la época del conflicto armado.

Es preferible recordar al sacerdote, al humilde servidor de la Iglesia, al presbítero que desde el púlpito llamó a las autoridades a la conversión. Si de verdad tendremos a un santo de nuestra tierra debemos recordarlo como tal, sin fanatismos ni mucho menos bajo símbolos que entrecruzan su personalidad con la de guerrilleros latinoamericanos que a diferencia de Monseñor, ultrajaron los derechos humanos asesinando a sus enemigos. Es preferible reivindicar al personaje de oración, al humilde, al pastor que intentó cumplir fielmente su misión.

A Romero lo mataron en el altar, consagrando, frente a los feligreses y con el Cristo crucificado como telón de fondo. Imaginarse la escena, penetrar en ella y percibir el dolor de quienes le querían, sensibiliza el alma y llama a la reflexión profunda. Quienes le conocieron le atribuyen una libertad de criterio y de actuación orientada exclusivamente por la oración. En su testimonio, José Simán, nuestro querido don Pepe, dice que Monseñor tenía una cualidad: la libertad de ponerse en manos de Dios y dejar que Dios actuara. “Rezaba mucho; en momentos críticos, en momentos que debía tomar decisiones importantes, se retiraba a orar a la capilla. Allí él encontraba inspiración y ayuda… Monseñor tenía esa capacidad de ver las cosas desde la perspectiva del Evangelio”.

La manipulación fue y sigue siendo una constante en la vida de Óscar Romero. Le utiliza la izquierda y la derecha. Don Pepe, que vivió de cerca la conversión del Arzobispo y le acompañó en los momentos más difíciles antes de su muerte, dice que “la izquierda lo hace parecer como si hubiera estado de acuerdo con ellos, pero no cuentan cuando también los condenaba por asesinar, por secuestrar…”. Por esa razón es mejor ver a esta figura a la luz de aquella definición que Pilar Urbano hiciera al referirse a los santos: “un santo es un avaricioso que va llenándose de Dios a fuerza de vaciarse de sí. Un santo es un pobre que hace su fortuna desvalijando las arcas de Dios. Un santo es un débil que se amuralla en Dios y en Él construye su fortaleza. Un santo es un imbécil del mundo que se ilustra y doctora con la sabiduría de Dios. Un santo es un rebelde que a sí mismo se amarra con las cadenas de la libertad de Dios. Un santo es un miserable que lava su inmundicia en la misericordia de Dios. Un santo es un paria de la tierra que planta en Dios su casa, su ciudad y su patria. Un santo es un cobarde que se hace gallardo y valiente, escudado en el poder de Dios… Un santo es un hombre que todo lo toma de Dios: un ladrón que le roba a Dios hasta el amor con que poder amarle. Y Dios se deja saquear por sus santos. Ése es el gozo de Dios. Y ése, el secreto negocio de los santos”.

A treinta y tres años de su muerte vale la pena empezar a recordar al Romero hijo de Dios, al pastor, al que cumplió fielmente con lo que le dictó Dios a través de la oración.

*Columnista de El Diario de Hoy.