Nuevos modos, viejas mañas

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Dennis Alas. FOTO EDH / Marlon Hernández

Por Por Carlos Mayora Re*

2013-02-08 6:04:00

Según la forma marxista de pensar la “realidad”, las relaciones humanas encuentran una fuente de interpretación desde el análisis de las fuerzas productivas, y de las relaciones de producción que éstas engendran. Lo que en su vocabulario es llamado infraestructura o base.

A su vez, dicha infraestructura, sostiene una superestructura en la que traban todos los aspectos sociales: institucionales, religiosos, políticos, jurídicos, etc. De tal manera que si se quiere comprender qué está sucediendo, es necesario ligar el poder político con el económico, el poder religioso con el económico, el jurídico con el económico… Siempre lo económico.

De acuerdo con lo anterior, si se quiere transformar la sociedad, perderíamos el tiempo, o al menos sería mucho más difícil hacerlo, a partir de la modificación de la superestructura. Pues mientras permanezcan como base y sostén unas relaciones económicas injustas, y la explotación de los trabajadores se siga realizando por parte de los propietarios de los medios de producción, todos los cambios terminarían siendo sólo de fachada.

De allí que la única manera de hacerse con el poder total es hacerse con el aparato productivo. Los viejos marxistas apelaban para esto a la revolución: la abolición de la propiedad privada (arrebatándosela a sus dueños) y la aparición del Estado como propietario único de todos los medios productivos, para pasar de una situación tipo “el Estado es el único dios y el Partido Comunista su profeta”, a la sociedad comunista sin clases.

Sin embargo… se cuentan por fracasos las veces que se ha intentado poner en práctica esa fórmula, pues, o la revolución es derrotada por una contra revolución, o el Partido Comunista se instala definitivamente donde debería hacerlo provisionalmente, o se cae en un régimen mixto: totalitario en lo político, liberal en lo económico.

Por ello, están cambiando el procedimiento. Ya no se trata de abolir la propiedad privada, sino de hacerse por cualquier medio con los medios de producción. De insertarse como se instala un virus dentro de una célula, en la que medra y a la que transforma. Convencidos de que cambiada la célula, cambiado el tejido, cambiado el organismo.

Entonces la propiedad privada no desaparece, cambia de manos. La posesión de los medios de producción no pasa a poder del pueblo, sino de sus “representantes” plenipotenciarios: una empresa, una corporación, un asocio público privado, etc.

Vale todo. Si no creen en las reglas del mercado (las consideran una imposición ficticia, una estratagema de los poderosos para quedarse con el poder), pero hay otros que sí lo hacen, intentarán aprovecharse de las mismas para terminar adueñándose de todo. De adentro hacia fuera, desde la infraestructura hasta la superestructura.

No han dejado de lado la doctrina clásica, según la cual la única manera de lograr cambios en la superestructura político-social es provocar condiciones distintas en la infraestructura económica. Se siguen aferrando a esa ideología que tiene en su base la creencia de que es imposible para la mente humana ser independiente de las condiciones materiales-económicas específicas en que vive, a la hora de interpretar el mundo y la sociedad, y determinar rumbos de actuación.

En suma: si la economía y las relaciones de producción son determinantes, las condiciones deseables de la nueva realidad deben ser forjadas por una lucha de clases que no necesariamente tiene que ser armada y cruenta. Pues a fin de cuentas, si lo que importa de veras es el resultado final (dominar la infraestructura económica para transformar la superestructura político-jurídica-social); el modo en que se haga, no es relevante. Si hace falta se libra una batalla comercial, financiera, de participación de mercado, etc. Todo vale.

*Columnista de El Diario de Hoy.

carlos@mayora.org