Carta a los que no creen en la posibilidad de la paz

descripción de la imagen
Las bombas facilitarán las labores de riego, sobre todo en época seca. foto edh /Embajador de Japón Sr. Masataka Tarahara, en compañía de los productores beneficiados. foto edh /

Por

2014-01-08 7:00:00

Esta carta sale publicada el 9 de enero. Hoy hace 33 años, el 10 de enero del año 1981, llegué a El Salvador. Este mismo día estalló la “ofensiva final” de la guerrilla – y con ella, irónicamente, una guerra de 11 años. Yo venía para cubrir la ofensiva – para mi periódico en Alemania, y para Radio Venceremos, que también se estrenó este mismo día.

Venía preparado, pensaba yo. Pero nadie está preparado para lo que me tocó ver en esos días de enero. Por ejemplo: el sargento de la Guardia, que en El Paraíso posó, con una bota y el sable apoyados en el pecho de un muchacho muerto y medio desmembrado, tirado en la calle: “Si quieren pasar, señores periodistas, pasen adelante, pero será por encima de estos hjp…” Y Harry Mattisson, el fotógrafo de Time Magazine, mi tutor en el oficio de fotógrafo de guerra, se bajó del carro, apartó a los muertos arrastrándolos suavemente, casi con ternura, desafiando a los Guardias que lo tenían encañonado. Mis primeras fotos de muertos de guerra, tomados con tanto nervio que en unas les corté al sargento la cabeza; en otra, las botas. Ninguna foto mía de esta escena servía – y Harry, con la misma foto, pero tomada con frialdad y experiencia, fue portada…

¿Cómo iba a estar preparado para ver soldados degollados en el puente del Río Seco en San Vicente? ¿O a dos muchachas ajusticiadas en la ciudad de Chalatenango, a las cuales les habían puesto naipes en la mano, a una un As de Corazones, a la otra con un As de Trébol. Marcando terreno, me explicaron…

Al calmarse la situación en febrero, la cosa se puso aun peor, aunque no me lo podía imaginar. Los fotos que tomamos ya no eran de muertos en combate, sino de sindicalistas, profesores y estudiantes desaparecidos, torturados y luego botados en Ciudad Delgado, Soyapango, Ilopango, Apopa…

Los mismos lugares ponen los muertos hoy. ¿Por qué me quedé en este país? Porque en medio del terror de la guerra y del terror de hoy, siempre he visto la nobleza de la gente salvadoreña. No solamente de “los civiles” y víctimas, sino también de guerrilleros y soldados, de pandilleros y policías, de escuadroneros y comandos urbanos. Hay muchos violentos en El Salvador, pero la gran mayoría de ellos quiere salir de la violencia y no sabe cómo salir del círculo vicioso. Esto ha sido así en la guerra entre ejército y guerrilla, y es así ahora en la guerra de pandillas…

En los 80, los gobiernos prometieron “un país sin terroristas”, y los guerrilleros “un país sin ejército”. Y encontramos la forma de convivir juntos. Hoy prometen “un país sin maras” – y es igual de demagógico e irreal. Lo que hay que eliminar no son las maras o pandillas, sino la violencia. Si alguien no tiene la capacidad de imaginarse un país donde convivamos también con maras, una vez que dejen la delincuencia, le remito a los días de enero del 1981, cuando llegué al país y me encontré a dos bandos dispuestos a erradicarse mutuamente.

Me dicen que soy ingenuo. Bueno, prefiero ingenuo y no cínico.

Piensen en esto este mes de enero que conmemoramos el inicio y también el fin de la guerra.