Río Viejo: un caserío que recobró vida luego de éxodo

Un policía, tres soldados y una comunidad organizada bastaron para que el caserío volviera a la vida sin asesinatos ni extorsiones

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Al caserío Río Viejo, en San Luis la Herradura, la vida ha vuelto poco a poco. Tras la partida de sus habitantes a causa de la violencia, muchos han vuelto y tratan de alejar al temor del pasado de sus hogares y sus vidas.

/ Foto Por elsalv

Por Jorge Beltrán Luna

2016-05-01 10:39:00

Una racha de asesinatos cometidos desde finales de 2014 provocó una diáspora en marzo de 2015 en un caserío que está aledaño a la zona urbana de San Luis La Herradura, municipio del departamento de La Paz.

En el lugar quedó solo una familia que no tenía a dónde ir a vivir. A falta de la decisión de abandonar su precaria vivienda, todos se tomaron de los brazos y comenzaron a orar por seguridad. Era mediodía.

Como casi siempre ocurre antes de un éxodo en el área rural, a principios de enero de 2015, en Río Viejo fueron asesinadas varias personas por miembros de pandillas, incluyendo un pastor evangélico cuyo cadáver nunca fue encontrado completo.

La vida se tornó peligrosa en Río Viejo, caserío conformado por unas 40 o 45 casas de agricultores, pescadores o recolectores de curiles.


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En ese lugar había presencia de la Mara Salvatrucha (MS-13) pero la pandilla rival fue matando poco a poco a sus miembros hasta eliminarlos.

Luego comenzaron a llegar pandilleros de la 18, del caserío La Zarcera; al principio hicieron un acuerdo de que no forzarían a los jóvenes de Río Viejo a meterse a esa organización.

Una vez que se posesionaron los 18 de Río Viejo, los de la MS de la zona urbana de La Herradura impidieron que los niños de ese lugar llegaran a estudiar a la escuela que está inmediata a la alcaldía de esa localidad.

Hay niños que perdieron dos años de clases. Sus padres preferían eso a arriesgarlos a que se los mataran o desaparecieran por el hecho de vivir en Río Viejo.

Sin embargo, simultáneamente, en los días en que los habitantes comenzaron a desalojar sus casas, varios policías y soldados fueron asignados a dar seguridad en el lugar. Estos lograron expulsar definitivamente a los mareros que se habían posesionado del caserío.

Lo hicieron tirándoles bala, patrullando constantemente los contornos del caserío.

No son muchos policías y soldados. Solo hay un agente y tres militares dotados de bicicletas. Nada de fuerzas especiales.

Meses después, aunque medrosos, los vecinos comenzaron a retornar.

Para diciembre de ese mismo año, solo tres familias no habían retornado. Fueron, según las autoridades y los mismos vecinos, gente que presuntamente tenía hijos con vínculos con pandillas.

Hoy los vecinos de Río Viejo aseguran vivir libres de asesinatos, libres de extorsión… No hay pandilleros en el lugar. Los soldados que permanecen en esa comunidad hablan con orgullo de haber logrado que a Río Viejo volviera la vida.

Sin embargo, eso no ha sido fácil. Lo han logrado con base en una mezcla de firmeza por parte de los soldados y policías, y colaboración de las 40 familias que viven en el lugar. Eso dicen ambas partes.

El consenso entre las autoridades y la población de ese lugar llega a tal grado que no cualquier persona o familia llega a vivir a ese sitio.

Constantes reuniones entre vecinos y policías y soldados sirven para limar asperezas y para diseñar nuevos acuerdos para seguir con la dinámica que ha permitido el retorno y la vida tranquila en el caserío.

Uno de los soldados indicó que tienen radio-teléfonos cuyos números también los tienen todos los vecinos. Todos.

Cualquier movimiento de foráneos o de delincuentes en el caserío, rápidamente es reportado. Comprobado.

A los pocos minutos de que un equipo de El Diario de hoy había entrado al lugar, dos soldados aparecieron para ver qué andaba haciendo. “Los vecinos nos informaron que había entrado un carro extraño”, dijeron.

Directiva paga servicios básicos de policías

De acuerdo con Rosario (nombre ficticio), una comerciante de mariscos, las aflicciones que vivieron cuando decidieron abandonar el caserío, parece haber unido más a esa comunidad.

Luego del retorno, se formó una directiva comunal para velar por las necesidades de los mismos vecinos.

Esa directiva contribuye con la alimentación de los soldados y policías, con el pago del agua y energía eléctrica de la casa que ocupan las autoridades.

Por su parte, militares entrevistados indicaron que en las reuniones comunales, tanto ellos como la comunidad exponen sus problemas y cómo se pueden resolver o mejorar algunas cosas.

De momento, aseguran que mantienen un control estricto con los jóvenes de la localidad, a quienes les hacen chequeos físicos constante y hasta les revisan los teléfonos celulares en busca de música alusiva a maras o pandillas o de cualquier indicio de reclutamiento.

Comunidades libres de pandillas

Comunidades que han logrado mantener a raya a las pandillas hay muchas en El Salvador.

Tal vez uno de los primeros ejemplos es la comunidad Milingo, situada a pocos kilómetros de la ciudad de Suchitoto.

Esa localidad, habitada mayormente por exmiembros de la guerrilla del FMLN, ha logrado mantener impermeable su territorio ante los grupos de pandillas.

El 2 de febrero de 2010, un grupo de siete miembros de la pandilla 18 fueron ejecutados mientras se bañaban en un río cercano a la comunidad. Estos, según vecinos de Milingo, eran jóvenes pandilleros que se habían llegado a radicar en la comunidad y habían reclutado a jóvenes originarios de la misma.

Luego de esa masacre, la comunidad Milingo reaccionó colocando una pluma en el acceso principal y cerrando una más. Así también impusieron reglas claras con los jóvenes y un control estricto para el ingreso de foráneos.

La masacre contra los siete pandilleros jamás fue investigada y, por consiguiente, ninguna persona fue capturada como responsable. 

Pero una cosa sí es segura: la comunidad vive con tranquilidad.

Como Milingo, en Suchitoto, en San Luis La Herradura también hay otros caseríos que han logrado erradicar la violencia en corto tiempo.

La Zarcera, San Sebastián El Chingo y Guadalupe La Zorra también son ejemplos de ello.

Solo hasta finales de 2014, esos caseríos costeros tenían altos indices de violencia y los homicidios se sucedían día a día.

Río Viejo ha marcado la diferencia entre caseríos de los municipios de Izalco y Panchimalco, a los que las casas llevan más de un año de estar abandonadas; muchas han sido destruidas por el tiempo.