San Hilario se resiste a vivir bajo control de la MS

Dos veteranos de la exguerrilla, líderes comunales, han sido asesinados en menos de un año. También en menos de un año, siete supuestos mareros fueron ejecutados 

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La última masacre de personas supuestamente vinculadas a la MS fue el pasado 16 de marzo.

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Por Jorge Beltrán Luna

2016-04-02 8:30:00

San Hilario es una comunidad costeña del litoral usuluteco, de calles polvorientas; es parte de lo que antaño fue la hacienda del mismo nombre, en el cantón Tierra Blanca, municipio de Jiquilisco.

Esa comunidad cobró vida luego de que el conflicto armado acabó tras la firma de los Acuerdos de Paz. Decenas de exguerrilleros desmovilizados fueron afincados allí,  en amplias parcelas que les fueron regaladas con todo y casa.

Pero hay un grave problema en ese vecindario repoblado por excombatientes, en su mayoría, de la Brigada Rafael Arce Zablah, unidad especializada del Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP). 

Y el problema es que algunos hijos de veteranos de la exguerrilla, fueron reclutados por la Mara Salvatrucha. Y la violencia se desató desde finales de 2014.

San Hilario es parte de un grupo de comunidades del municipio de Jiquilisco, al sur del departamento de Usulután, al que varias organizaciones nacionales e internacionales volcaron sus alforjas  con el propósito de ayudar a  excombatientes de esa zona,  donde también hay comunidades pobladas por excombatientes de la Fuerza Armada.

Pero desde el 2012, la Mara Salvatrucha (MS-13) comenzó a reclutar jóvenes en ese sector hasta lograr formar varias agrupaciones, que desde hace unos tres años han mantenido al municipio de Jiquilisco, en los primeros lugares donde más muertes violentas se registran a causa de la operatividad de las pandillas.

Los vecinos señalan como principal responsable de ese reclutamiento a un hombre identificado por la Policía, como Santos de Jesús Pérez Villalobos, quien llegó a San Hilario tras haberse casado con una residente en esa comunidad.

Pero hasta noviembre del 2014, en San Hilario había una tensa tranquilidad pues la MS-13 seguía reclutando jóvenes, pero éstos no delinquían en su vecindario.

Mas la MS-13 cometió un error que desataría la criminalidad en esa comunidad.

En octubre de 2014, Walter Gabriel Amaya Chicas, alias El Gatusa, hijo de un veterano de la BRAZ, comenzó a querer reclutar al hijo de Fausto Esquivel Chávez, otro veterano de guerra, conocido como el plomero o fontanero,  debido a que se encargaba de reparar  averías en el sistema de distribución comunal de agua.

El muchacho le contó a su padre que El Gatusa lo incitaba a meterse a la MS. El acoso, al parecer, era insoportable.

Un día de noviembre, Fausto tomó su machete y se fue a buscar al Gatusa, y de manera contundente le advirtió que dejara de invitar a su hijo, de 17 años, a que se metiera a la pandilla.

En San Hilario recuerdan que aquel 20 de noviembre, Fausto anduvo repartiendo los recibos de agua de casa en casa. Al mediodía escucharon varios disparos. La MS-13 le habría cobrado el atrevimiento de convertirse en obstáculo para reclutar a jóvenes de esa comunidad.

Foto/ Facebook

Maximiliano Amaya fue el último de los excombatientes de la guerrilla asesinado en San Hilario. 

Pocos días después, la Policía capturó a tres mareros entre los cuales estaba El Gatusa y otros dos hijos de veteranos de guerra del ERP.

El de Fausto fue el primer asesinato cometido por los mareros contra una persona sin vínculos con esa agrupación.

Un mes antes, Franklin Gaytán, alias El Cobra, había aparecido muerto en un manglar de la misma comunidad pero, aparentemente, murió al  enfrentarse con pandilleros rivales. Eso dijo la Policía.

A partir del asesinato de Fausto la comunidad comenzó a dividirse entre las familias que tenían a mareros entre sus miembros y aquellas cuyos hijos eran incitados a incorporarse a esa agrupación criminal.

Seis meses después de que miembros de la MS-13 mataran a Fausto, el 10 de mayo de 2015, tres jóvenes fueron sacados de sus casas a medianoche y asesinados. Todos eran hijos o nietos de excombatientes.

Estos fueron identificados como José Francisco P., de 15 años, (a) Chico Maleta; José Milton A., de 15 años, (a) El Brujo; y Ernesto Antonio Hernández Argueta, de 21, apodado El Sambo. Uno de los menores hacía poco que de Apopa se había llegado a vivir a San Hilario.

Tanto la Fiscalía como la policía dijeron que los tres eran pandilleros. Vecinos de San Hilario respaldan esa versión.

En San Hilario hay varias casas abandonas. Una de ellas es al Fausto Chávez. Foto EDH/ Óscar Iraheta

 Esa comunidad es pequeña y todos se conocen, así que aseguran saber cuáles jóvenes son mareros, quiénes les colaboran y quiénes  son postas (orejas o soplones).

De hecho, en ese vecindario hay varias personas que a la mayoría no les son gratas debido a sus relaciones de parentesco con miembros de pandillas. Muchas de ellas son madres o padres, abuelas,  abuelos o mujeres de pandilleros.

Y muchas de esa personas están conscientes de que sus v ecinos les hablan del diente al labio. Saben que San Hilario está dividido entre quienes tienen parientes mareros y quienes son o han sido víctimas, de esa agrupación.

Casas vacías atestiguan que algunas familias decidieron marcharse de esa comunidad, como por ejemplo, la familia de Fausto; que abandonó su casa semanas después del asesinato. El muchacho que no se quiso meter a la mara y el resto de su familia, corrían peligro de  muerte.

“Fausto era un buen hombre y sabía muchas cosas con las que ayudaba a la comunidad. Conocía sobre las mejores fechas para pescar, para capar un animal, para cultivar o podar un árbol”, explicó una lugareña.

El 17 de octubre del 2015, los  mareros cobraron venganza por la masacre de sus tres compinches, asesinando a otro veterano.

La muerte sorprendió a Mancho, aquel comandante de pelotón de la Brigada Rafael Arce Zablah, durante el conflicto armado, cuando iba en su caballo con una partida de terneros.

Eran las 8:00 de la mañana y en San Hilario llovía mucho. La gente escuchó varios disparos pero nunca imaginaron que a aquel hombre que combatió 12 años a lado de la exguerrilla del FMLN,  lo mataran así de fácil.

Se llamaba Maximiliano Amaya, pero le decían Mancho. Tenía 48 años. Durante la guerra de los 80 era conocido como Arnoldo o Cristo Negro, sus seudónimos.

El hombre había sido un guerrero capaz de defenderse o matar sin usar armas. Eso refieren quienes lo conocieron durante la guerra.

En 12 años de combates, Mancho no fue tocado por una bala.  Pero aquel 17 de octubre, según fuentes policiales, Mancho se confió y dejó su arma en casa.

Lo mataron en el mismo lugar donde el 10 de mayo fueron ejecutados los tres mareros,  luego de ser sacados de sus viviendas por hombres armados y vestidos de negro.

El asesinato de Mancho fue cometido en los mismos días en que en el departamento de Morazán, al norte del Torola, mataron a tres excombatientes también miembros del ERP y de la BRAZ, entre estos José de Jesús Romero Márquez, de 67 años, conocido como comandante Nolvo.

Todos ellos, incluyendo a Mancho, fueron emboscados por varios hombres armados con fusiles, sin darles tiempo a reaccionar. “Ellos (los mareros) saben que esta gente (los veteranos) no se van a dejar matar tan fácilmente, por eso los matan a traición”, indicó un excompañero de armas de Maximiliano Amaya.

Otra masacre

Cinco meses después de que Mancho fuera asesinado, otros cuatro mareros fueron sacados de sus casas y luego ejecutados de manera similar a como mataron a los tres jóvenes el 10 de mayo del año pasado.

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En este hecho, los ejecutados fueron identificados como José Ramiro Gómez Mejía,  de  22 años, Edwin Alexander Ventura, de 18, Ernesto de Jesús Molina Arévalo, de 22, y César David H., de 17.

Este último era pariente de uno de los ejecutados el 10 de mayo, según explicó un familiar.

Tanto vecinos de los asesinados, como fuentes policiales encargadas de patrullar la zona rural costera de Jiquilisco; no dudan en decir que esa masacre, como la del 10 de mayo, fue obra de un grupo de exterminio.

Minutos antes de la medianoche del 13 de marzo, un grupo de hombres con armas de alto calibre y vistiendo ropas oscuras, similares a  las que usa la Policía, llegaron a las casas de cada uno de los jóvenes que matarían. 

Dos vivían en San Hilario, los otros dos, en comunidades vecinas.

Uno de ellos se resistió a salir de su casa. “Si van a matarme, mátenme aquí”, cuenta un familiar que les dijo el joven, quien fue acribillado en la hamaca donde dormía.

Ernesto de Jesús Molina Arévalo intentó escapar de sus verdugos pero éstos lo alcanzaron a unos 300 metros de donde lo habían sacado.

Fuentes policiales y parientes de los cuatro asesinados aseguran que la policía fue alertada casi de inmediato, pero llegaron media hora después. Los exterminadores tuvieron tiempo de hacer la ejecución. Sólo dos jóvenes quedaron juntos.

Mientras la policía llegaba, el padre de una de las víctimas, también veterano de la exguerrilla, salió con su arma de fuego a buscar a quienes se habían llevado a su hijo. 

Para cuando lo encontró ya era tarde. Su hijo estaba muerto y los delincuentes habían desaparecido.

Entre los parientes de las víctimas no cabe duda de que con los asesinos colaboraron uno o dos vecinos de San Hilario. Entre el grupo andaba un hombre encapuchado que era el que señalaba las casas de los objetivos. 

Testigos señalan que los asesinos llegaron en un pick up rojo doble cabina… Y un hombre que andaba a caballo debió haber sido de la comunidad o de alguna aledaña.

Por el homicidio de Mancho las autoridades no han capturado a ningún sospechoso y su familia se fue del lugar.

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De momento, San Hilario no ha tenido otro sobresalto. Después de la última masacre,  han asignado permanentemente a una patrulla de la Policía Rural.

Sin embargo, eso parece que no les devuelve la tranquilidad ni la confianza entre vecinos.  “Dijeron que después de vacaciones iban a seguir con la limpieza”,  comentó un lugareño quien cree que es necesario que la tranquilidad vuelva a esa comunidad de excombatientes.