Consecuencias imprevistas: el contexto histórico de la Magna Carta [Parte I de III]

“El compromiso y la conciliación podrán demostrar buen sentido común, pero, con frecuencia, son la ocasión para abrigar a la injusticia con el manto de la paz”. J.C. Holt.  Magna Carta (Cambridge University Press, 1992)

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La lectura y sellado de Magna Carta por el Rey Juan y los barones.

/ Foto Por Internet

Por Dr. Katherine Miller

2016-02-20 6:11:00

El documento de Inglaterra del año 1215 que denominamos la gran Magna Carta, manantial de libertad por los siglos de los siglos, era un tratado de paz y no una enunciación de derecho.  No obstante, durante los siglos después conformó la base sobre la cual fue, eventualmente, construido un edificio legal que garantizaba el derecho de habaeus corpus, debido proceso y juicio legal por un jurado de pares.  

Pero todavía no.  El contexto histórico y el documento de la Magna Carta en sí mismo no apoyaban estos derechos todavía. En el momento de la firma Inglaterra estaba al borde de una guerra civil, y el derecho civil estaba enfrascado en una lucha peligrosa con su rival, el derecho canónico de la Iglesia. Estamos en el año no solamente de la Magna Carta sino también del Cuarto Concilio Letrán y la primera cruzada y masacre en Europa, llamada por la Iglesia contra los Catares (considerados herejes) en la Cruzada Albigense en el sur de Francia.

Las 4,000 palabras en  Latín medieval escritos hace 800 años en un pergamino (piel de una oveja, secada y planchada) era del tamaño de la pantalla de un televisor mediano.  En su momento, consistió en una media-reforma pactada e inestable y firmada, forzosamente, entre el Rey Juan sin Tierra de Inglaterra y 25 de los más poderosos barones en el contexto de la amenaza por los barones de tomar militarmente la ciudad de Londres.  El acuerdo llamado Magna Carta no fue conformado  de repente por medio de situaciones accidentales:  fue posible por medio de las imprecisiones e inexactitudes de su composición y provisiones que lograron la firma del rey y los barones. 

Había sido otro conflicto nacional, hirviendo durante siglos entre los que habían efectuado la Conquista Normanda en 1066 y la nueva Dinastía de Anjou (la Dinastía Angevina, adjetivo descriptivo para Anjou), que asumió el trono de Inglaterra en 1154, en la persona de Enrique II, Duque de Anjou.  Enrique se casó con la renombrada reina Eleanor de Aquitaine, quien trajo consigo, como dote, la mitad de Francia. La Dinastía Angevina reinó en una manera brusca, violenta y corrupta.  Robó mucha de la riqueza de la nobleza Anglo-Normanda y de la Iglesia misma.  

Los barones provenían del norte de Inglaterra y eran Anglo-Normandos. Ellos tenían  que aguantar leyes arbitrarias y abusos de poder del rey angevino, además de pagar impuestos exorbitantes al rey en las ocasiones de herencias, matrimonio y muerte, entre otras provisiones. El robo de sus bienes y derechos legales por el rey fue considerado por los barones—y por la historia de Inglaterra–enorme. Los sentimientos amargos entre los barones Anglo-Normandos y el Rey y Reina Angevina, Enrique II y Eleanor, se quemaban a fuego lento y con baja intensidad desde 1066 hasta 1154, con la coronación de Enrique II, padre del Rey Juan, como rey del Imperio Angevino.

El documento denominado  Magna Carta fue firmado el día 15 de junio de 1215 en las praderas lodosas de Runnymeade por el Río Thames, cerca de Londres entre  25 de los más poderosos barones Anglo-Normandos y el Rey Juan de la Dinastía Angevina. La firma de la Magna Carta, el tratado de paz, efectuó la liberación de la Ciudad de Londres, que estaba de facto bajo fianza a los barones, pendiente de la firma del rey. Si el rey no hubiera firmado el documento (bajo coerción, obviamente) antes de la fecha límite establecida por los barones (el día 15 de agosto), los barones pudieron, según los términos de las negociaciones, mantener en su posesión  la ciudad capital. Es decir, la firma y cumplimiento con sus provisiones significaría la entrega de Londres a los barones si el Rey Juan no cumplió con sus provisiones, según lo describe el Manuscrito de la Abadía de Reading (citado en Holt, Magna Carta ).  

Mientras tanto, los barones iban a retener legalmente, bajo fianza y fuerza militar,  a la ciudad de Londres y devolverla solamente bajo las condiciones mostrando la obediencia del rey a las demandas de los barones una vez que el rey corrigió sus faltas legales, todas las principales, las cuales fueron enumeradas en el documento que fue obligado a firmar.

En este sentido, antes de la firma de la Magna Carta, el rey estaba incumpliendo el derecho del reino.  Así el derecho ya plasmado en el Derecho Común Inglés durante siglos tenía que ser restaurado, pronunciado por escrito y firmado entre las partes del conflicto que estaban al borde de una guerra civil nacional. De hecho, después de la firma de estos acuerdos pronunciados en la Magna Carta, irrumpió una guerra civil en la que  murió el Rey Juan el año siguiente, en 1216.

Así que la Magna Carta no fue un simple pronunciamiento de derecho.  En esta primera parte de tres partes de la reexaminación de la  Magna Carta en su contexto histórico sería necesario trazar un poco de lo que pasó antes de la firma para entender los fuegos lentos que se desembocaron en una guerra civil. 

Fue, para repetir, lo que los grandes juristas ingleses, F.W. Maitland, y Glanvil, la autoridad principal sobre el derecho inglés del siglo XII,  un documento de “restauración” de derecho, ya que Inglaterra en el siglo XII no gozaba de una constitución sino que solamente tenía una acumulación de casos legales que conformaban el Derecho Común Inglés.  

Además, el contexto histórico tenía mucho que ver con la Doctrina de las Dos Espadas.  Esta doctrina era una metáfora para la coordinación y conflicto entre el poder laico del rey asentado en el Derecho Civil (quien tenía una de las espadas) y el poder eclesial asentado no solamente en prácticas y costumbres de la Iglesia, sino en el Derecho Canónico que salvaguardaba los poderes del Papado (quien también manejaba una espada) en contraposición al Derecho Civil–igual como en unísono con los poderes del rey, porque las Dos Espadas debían garantizar el orden del reino.

Las raíces y causas de este conflicto, por supuesto, no son inmediatas y contemporáneas con el enfrentamiento legal y militar entre el Rey Juan y sus barones. Las raíces que provocaron el conflicto son largas, como se pueden imaginar, o sea no comenzaron en 1215.  

Para delinearlas hay que tomar nota del magnicidio cometido por el padre del Rey Juan, el Rey Enrique II, en 1170:  el asesinato, por cuatro caballeros del rey, en la Catedral de Canterbury, del Arzobispo de Canterbury, Thomas Becket. Este acto no solamente estremeció el pueblo inglés sino que destrozó la reputación del Rey Enrique, padre del Rey Juan, en toda Europa igual como en Roma. Los resentimientos ingleses y europeos a causa del martirio de Santo Thomás Becket influyeron 40 años más tarde en los acontecimientos en Runnymeade, en 1215.  Es decir, se encendieron nuevamente en los tiempos que conducían a la Magna Carta.

Las penitencias que practicaba el rey padre de Juan, Enrique II, por su parte en el asesinato del Arzobispo Thomas Becket, no son sencillas. En breve, consistieron en la confirmación por el Papa de la excomulgación del Rey Enrique II que Becket, cuando fue Arzobispo, había ordenado anteriormente sobre el Rey Enrique, además de cuatro años de negociaciones minuciosas con el Papa con respecto a la relación entre el derecho civil y canónico en Inglaterra y las prerrogativas del papado.

 
Finalmente, el Rey Enrique II, en 1172, negoció un acuerdo con el Papa y se puso de acuerdo para eliminar a todas las costumbres que la Iglesia objetaba, entre muchas otras consideraciones del Derecho Canónico sumamente complicadas.

Dos años más tarde, en 1174, Enrique se presentó en un acto de penitencia en el que confesó públicamente su pecado—o sea, su responsabilidad por la muerte del Arzobispo–y cada obispo presente le dio al rey cinco golpes en su cuerpo con un palo y después cada uno de los 80 monjes de la Catedral de Canterbury dio al rey tres golpes. El rey, entonces, ofreció regalos al santuario de Santo Tomás Becket y pasó una noche de vigilia en la tumba del Arzobispo masacrado.  

Estos fueron castigos y penitencias monumentales en contra del poder del rey ante la Iglesia. Implicaban también el resurgimiento de resentimientos contra el poder laico de la dinastía Angevina por parte de la población inglés y los barones Anglo-Normandos. La contención fue amarga e interminable (Turner, “England in 1215:  An Authoritarian Angevin Dynasty Facing Multiple Threats”, en Loengard, ed. Magna Carta and the England of King John, (London 2015)).

Se encendieron los rencores de los clérigos juntos con los barones en contra del Rey Juan, cuando en 1203 el Papa Inocente III escogió a Stephen Langton, una súper estrella académica y experto en derecho canónico, como candidato papal para el puesto vacante de Arzobispo de Canterbury. El Rey Juan se opuso, pero los monjes de Canterbury apoyaban  la decisión del Papa. Los clérigos quienes apoyaron el candidato del Papa, Langton, fueron forzados por el rey al exilio.

Durante su larga lucha con el Rey Juan, el Arzobispo Langton exigió a los barones a apoyar a la Iglesia con sus espadas. En 1207 Langton, quien eventualmente sería el autor intelectual de la Magna Carta, promulgó una carta pastoral, afirmando en consonancia con la Doctrina de las Dos Espadas, que la fealdad de los barones era secundaria a su “lealtad al Señor superior, el Rey eterno quien es rey de reyes y señor de señores” y que “cualquier servicio brindado al rey laico y temporal, al prejuicio del rey eterno era un acto, indudable, de traición”.  Es que una de las poderosas representaciones de las espadas pertenecía al Papa y la otra al rey.

Se ha dicho que Juan es el peor rey de Inglaterra. Durante su reino, colapsó el Imperio Angevino en Francia que había pertenecido a Inglaterra y fue entregado, cuando Inglaterra, bajo el mando militar de Juan, perdió la batalla en el continente y el territorio angevino fue entregado al Rey de Francia, Philippe II (véanse el mapa)  después de la Magna Carta. Además, el Rey Juan ya había perdido la parte más rica de su territorio continental en Normandía. Con las multas e impuestos exagerados contra los barones quería juntar una fortuna para retomar Normandía y Anjou, que antes formaban parte del Imperio Angevino de Inglaterra.

Pero en 1208 por la terquedad de su comportamiento, Juan había provocado, para Inglaterra, el Interdicto Papal por su resistencia al nombramiento como arzobispo a Stephen Langton, el candidato del Papa Inocente III para el puesto de Arzobispo de Canterbury.  

En 1209 el Rey Juan mismo, de acuerdo con el Derecho Canónico y la decisión del Papa Inocente III, fue excomulgado. El Interdicto Papal sobre Inglaterra o cualquier país implicaba la suspensión de los oficios y sacramentos que solamente la Iglesia pudo otorgar:  matrimonio, entierro en tierra sagrada; permitiendo solamente el bautismo de los infantes y la confesión. No obstante el Interdicto, los procesos del gobierno civil continuaban en vigencia.  Es decir, el rey siguió aumentando  los impuestos, poderes y prebendas reales. 

El rey para sobrevivir necesitaba el apoyo del Papa, y lo consiguió en 1213 cuando se arrodilló ante una comisión de representantes del Papa y ofreció “en perpetuidad” un tributo anual de 1000 marks al Papa y entregó también, el reino de Inglaterra y su soberanía como nación al papado y así el Papa iba apoyar al Rey Juan.  

Este mismo apoyo del Papa facilitó al Rey Juan en un momento difícil después de la firma de la Magna Carta: el Papa, en su momento, apoyaba la petición del Rey  para la abrogación de las provisiones de la Magna Carta casi inmediatamente después de su firma, intercambio a este homenaje y reverencia, además del dinero ofrecido por el rey al Papado.  

Como resultado, el Papa absolvió el Rey Juan  de la excomulgación y levantó el Interdicto Papal contra Inglaterra un año más tarde. Y otra condición: el rey fue forzado a aceptar el arzobispo candidato del Papa, Stephen Langton, en quien el rey desconfiaba tremendamente—y con razón. Langton ya ascendió a ser Arzobispo de Canterbury, hizo causa común con los barones, y probablemente escribió, dictó u orientó la escritura de la Magna Carta en causa común con los barones.

Así los asuntos históricos cuando se congregó el rey con los barones y representantes de la Iglesia aquel día 15 de junio de 1215.  Hizo calor no solamente el clima y el ambiente político sino calurosas fueron las mentes y corazones de los presentes en la firma de este controversial tratado.

Se examinará en el Parte II de esta serie de tres partes, el contenido de la Magna  Carta  (que está disponible en español en Internet). FIN